Monday, November 14, 2011

Las máscaras del tiempo


-¿Y recuerdas cuando perdimos aquella noche a Menlil y no lo encontrábamos por ningún lado? ¡Y teníamos un concierto en Lanna por la mañana!

Nuán estalló en carcajadas.

-¡Como no iba a acordarme! Al final, en medio de una terrible lluvia, lo fuimos a buscar al pueblo y nos lo encontramos desnudo y lleno de moratones por todo...¡A las 4 de la mañana!
Lo único que llevaba consigo eran sus malditos tambores...¡Y se tapaba sus partes con ellos!

A Mirta le dolían las tripas de tanto reír. Notaba cómo de sus ojos brotaban las lágrimas.

-El jefe de la Orden de Pádula le había pillado "in fraganti"...¡Trajinándose a su mujer!

-"¿Cuánto queda para el concierto? Vamos a practicar" - Nuán imitó la voz aflautada de su antiguo compañero de andanzas, así cómo su forma de caminar mientras se tapaba sus partes con los tambores.

-¡Jajaja! ¡Aquello era lo único que le preocupaba!

Desde que se habían reencontrado, Mirta y Nuán llevaban dos horas recordando divertidas anécdotas de cuando tocaban juntos con "Los Lamentables", e incluso habían interpretado algunas canciones picantes las cuales abundaban en su repertorio. La conversación había fluido de una forma tan fácil que parecía como si sus vidas hubieran sido, simplemente, un insignificante paréntesis desde que se habían separado por trágicas circunstancias.
Se habían olvidado de la guerra, de los Lamat, de las Ordenes y de los Feéricos. Atrás también quedaban Fortaleza, Varmal, el exilio, las lágrimas y la muerte. Habían arrojado al fuego orgullos, traiciones, miedos y preguntas.

Mirta había abierto una botella de vino especiado que se había traído consigo, y ambos habían estado bebiendo durante todo aquel tiempo, sintiendo el suave calor que se aposentaba en sus cuerpos como grandes mareas causadas no por una Luna, sino por miles de ellas.
Cuando la dormidera del alcohol empezó a vibrar en sus cuerpos, ambos dejaron por fin que el silencio hablara en su lugar, el silencio y una suave y tibia brisa que venía del Mundo que juntos habían recreado. Ella posó su cabeza de sedosos cabellos sobre el hombro de él y dejó que el fuego hipnotizara sus sentidos.

-Es como si nada hubiera ocurrido...después de todos estos años - murmuró, con una plácida sonrisa - Nuán, te echaba de menos.

El joven estaba sentado y mantenía ambas manos posadas en el suelo. A pesar de su ligera borrachera, el contacto de su cabeza contra su hombro le produjo un intenso escalofrío que casi le dejó sin habla, como cuando se había reencontrado con ella dos horas antes. Era como si hasta ahora aquella animada conversación hubiera sido una obra de teatro antigua que juntos habían recordado desde el cómodo asiento del espectador.

Ahora volvían a encontrarse, de nuevo, al aire libre.

-Ya nos habíamos reencontrado una vez, aquella noche que viniste a casa. ¿Recuerdas?

Mirta se reincorporó sobre sí misma y le miró sin dejar de sonreír.

-No esperé que lo entendieras. Los hombres sois lentos en reaccionar, muy lentos - se encogió de hombros, divertida - ¿Y si te dijera que aquella noche no te reconocí?

Nuán alzó una ceja, algo turbado.

-¿Qué quieres decir?

-Siempre fuiste como has sido estas dos horas: un bromista, un artista y un alegre soñador que nunca se daba por vencido. Y en aquellos momentos, eras... - se detuvo - ¿Te enfadarás si te soy brutalmente sincera?

Nuán esbozó una mueca algo maliciosa.

-Si tienes en cuenta que tengo en mi haber el objeto más contundente...¡Adelante! - espetó, señalando la guitarra que yacía a su lado, sobre la hierba.

Mirta soltó una risita traviesa.

-¿Ves? ¡A eso me refería! Así es como tu eres, y así era como yo te recordaba. Y, en cambio, me encontré a un hombre envejecido. Sí, era como si en plena flor de la juventud te hubieras vuelto un anciano.

Nuán no se sintió ofendido por aquel comentario, en absoluto. Sin duda, desde el momento en que había elegido el retiro voluntario hacia la escritura y la meditación, se había convertido en un anciano con apenas 30 años de edad. Él era consciente de que a ella le había causado aquella impresión pero, por alguna razón, sabía que no podría haber vivido de otra forma. Y tampoco se arrepentía de ello. Se tumbó sobre la hierba, las manos tras la nuca poblada de cabellos caoba, y miró hacia el firmamento iluminado por millones de estrellas y galaxias.

Sonrió, enseñando sus blanquecinos y algo puntiagudos dientes.

-El anciano decrépito, y la estirada y soberbia miembro de Varmal. Sí, en verdad fue un reencuentro muy fuera de lugar - se giró hacia ella, clavando sus ojos verdes en los suyos - Quizá ahora que se han caído todas las máscaras, es todo más fácil.

Mirta estrechó sus ojos, haciendo morritos.

-¿Estirada y...soberbia? - le propinó un suave manotazo en el pecho, frunciendo el ceño - ¿De verdad tuviste esa impresión de mi?

-Ya echaba de menos estos morritos tuyos...

-Estás inspirado hoy ¿eh?

Nuán se encogió de hombros, esbozando una sonrisa algo hermética. Luego empuñó la guitarra y tocó unos breves acordes con tintes trovadorescos.

-¡Qué gozo perderme
si perdido te puedo encontrar!
Mi perdición es mi inspiración
y mi locura, mi cantar.

Mirta le miró con los ojos muy abiertos, desconcertada, y luego no pudo reprimir un ataque de risa algo nervioso, tapándose la boca con una mano.

-De acuerdo, canto mal, pero no hace falta hacer leña del árbol caído.

-¡Oh, no, no me malinterpretes! - Mirta hacía esfuerzos para que no se le notara el intenso sonrojo que se había aposentado en sus mejillas - Es que no me esperaba ese arrebato juglaresco por tu parte. Me llegas a hacer eso en aquella época y hubiera caído redonda a tus pies. Con lo jovencita e impresionable que era...

Nuán rasgaba suavemente la guitarra, pensativo.

-¿Me estás diciendo que si hubiera actuado de una forma más directa contigo...?

Mirta dio una larga calada a su pipa, volviendo su mirada hacia el fuego.

-No lo sé, eran otros tiempos y...ya sabes...los sentimientos de los adolescentes son como el aguanieve: cae al suelo pero no cuaja.

-Um...bonita comparación.

-¿Ves? - sonrió, volviendo a mirarle - Yo también me siento inspirada, y te aseguro que no es todo gracias al vino.

Nuán dejó de rasgar la guitarra de forma distraída y le devolvió la mirada, que denotaba algo de melancolía pero, en ningún caso, tristeza. No sabía si era el vino, la fuerza de su presencia después de tanto tiempo o su renovado espíritu, pero notaba cómo sus palabras fluían sin dificultad, unas palabras que en otras circunstancias le habrían cortado la garganta en pedazos.

-Te gustaba Menlil. Lo sé. Y sabes que, aunque me hubiera puesto a bailar la Danza de los Días o me hubiera cargado a todo un ejército de Lamat con mis propias manos, esto en absoluto hubiera cambiado - desvió unos momentos su mirada y bebió un sorbo de vino antes de continuar - Quizá por eso no le di demasiada importancia. Llegué a aceptarlo. Tarde o temprano, hay cosas en la vida que no tienes más remedio que aceptar, aunque no sean así como quieres que sean, para seguir adelante. Y eso hice.

A Mirta se le ensombreció el rostro durante unos instantes, pero pronto se recuperó del varapalo de volver a tener que pensar en Menlil. Se acurrucó junto al cuerpo de Nuán, como una gatita ronroneante y adormilada.

-¿Sabes? Creo que en aquellos tiempos también llevábamos puestas unas máscaras. En aquellos tiempos Menlil era mi hombre ideal: valiente, sinvergüenza, directo, adulador...Él jugaba esas cartas, y yo jugaba las mías en base a las suyas. Pero ya me cansé de llevar cartas encima. Quizá haya parecido que nada había cambiado, pero nada se mantiene igual para siempre...ni siquiera en el interior de una burbuja dónde no existe el tiempo.

-Cierto. Si en aquel tiempo te hubieras acurrucado contra mi cuerpo, ya me habría convertido en una sopa de sudores fríos e inseguridades. Y toda mi sangre estaría concentrada en un solo punto, latiendo a una velocidad de vértigo - dijo, con tono divertido.

-¿Quieres decir que no te incomoda un poco?

-Te mentiría si te dijera que no - la atrajo con su mano contra su pecho - Al fin y al cabo, sigues siendo una mujer muy atractiva. Y yo no soy un pedrusco. Pero ahora no es momento de pensar en ello. Ahora necesitamos hablar, ponernos al día y tratar de hacerlo sin volver a necesitar esas máscaras ni esas cartas. Y no dejaré que mi sangre se vuelva a enfriar si es necesario luchar.

-Y tu sangre...¿Dónde se concentra ahora?

A pesar de estar endureciendo todos los sentimientos que aún latían en su interior (algo que se le daba muy bien), no podía evitar oler el perfume natural de sus cabellos y sentirse atraído por su aterciopelada y femenina voz. Estaba haciendo un esfuerzo titánico para no dejarse llevar hacia un error fatal. No, aquella etapa ya la había superado. Sin embargo, aquellas palabras...Precisamente, aquellas palabras habían obrado como un conjuro para que su sangre empezara a concentrarse en según qué puntos peligrosos e incontrolables.

-Eres perversa. Esto en otro tiempo me hubiera dolido como una lluvia de dagas dirigidas solamente a mi corazón.

De hecho, aquella actitud aún le dolía un poco. Pero no se lo iba a decir ni aunque le amenazaran de muerte. Ni aunque, en aquellos momentos, le estuviera susurrando al oído rozándole a consciencia su oreja con los labios.

-¿Y si te dijera que, por primera vez, estoy empezando a desearte?

-Mirta...haz el favor de detenerte.

-¿Por qué? ¿De qué tienes miedo? - empezó a acariciarle el estómago, bajando su mano lenta y paulatinamente hacia una zona dónde la sangre ya era más abundante que en su propio cerebro. De hecho, de cada vez le resultaba más difícil pensar con nitidez.

-No temo a nada, simplemente... - sabiendo que Mirta no iba a parar por mucho que le rogara, decidió mentir muy a su pesar - Mirta, yo hace tiempo que dejé de desearte. Así que, por favor, no lo hagas todo más difícil. Además, necesitamos hablar de muchas cosas...

La mujer echó un vistazo de reojo a la erección que sobresalía desde sus holgados pantalones, y que se alzaba insurrecta como una vergonzosa e icónica confirmación de su mentira. Luego dirigió sus intensos ojos turquesa hacia los suyos, con una sonrisa maliciosa y traviesa, y le acarició suavemente el miembro.

-Nunca fuiste bueno mintiendo, y lo sabes.

Acto seguido, sus labios fueron al encuentro de los de él y, justo cuando ya los estaban rozando, él consiguió deshacerse de ella con un movimiento brusco, sacudiéndose el deseo que había estado apunto de paralizarlo de forma irremediable.
Se puso de pie, frunciendo el ceño y fuera de sí.

-¡Haz el favor de tomarme en serio, aunque sea por una maldita vez en tu vida! - le dio una fuerte patada a la guitarra cuyo sonido pareció el de un grito desesperado sin armonía - ¡Maldición! ¡Si tienes ganas de echarte un polvo fácil coge tus bártulos y vete a aliviarte a otro sitio! Aquí no te van a faltar oportunidades. Aquí y en ningún lado. Pero yo no soy esa clase de hombre - respiró con profundidad, tratando de calmar su furia y suavizar así su voz y sus modales, y observó los ojos sorprendidos y descolocados de la joven - Veo que la desaparición de Menlil te afectó mucho, y no te lo voy a reprochar. Pero no vuelvas a jugar conmigo.

El rostro de Mirta se ensombreció durante unos instantes, apartando la mirada de la hoguera que hasta aquel momento había encendido sus ojos color turquesa. Todas las sombras que los árboles proyectaban a su alrededor parecían converger en el punto dónde se hallaba sentada la mujer, hundiéndose en algún lugar de su interior.

-No vuelvas a hablar de Menlil y de mi como si lo supieras todo - su voz era casi un susurro, pero era fría y afilada como un témpano de hielo - Por cierto...¿Qué clase de hombre puedes ser si, para empezar, no te comportas como uno de ellos? - se giró hacia él, con una amarga y sarcástica sonrisa dibujada en su boca.

-Oh, así que quien rechaza tener sexo contigo deja de ser hombre...Vaya, sin duda es saludable tener un muy buen concepto de uno mismo.

Un silencio muy incómodo se aposentó entre los dos, ambos desviando sus miradas hacia puntos indefinidos en la oscuridad. Desde el exterior daba la sensación que aquella discusión les había atrapado a ambos en una tela de araña invisible que estaba envenenando sus pieles. Pero cuando un conflicto se presenta, nadie es capaz de prever cómo se va a solucionar. Quizá un descuido, un sentimiento que cuelga de un hilo y que, de pronto, cae por su propio peso...

Los hombros de Mirta empezaron a temblar primero de forma casi imperceptible, y luego de una forma más notoria. Le estaba dando la espalda a Nuán y este solamente podía escuchar un leve pero claro sollozo que parecía borbotear desde algún pozo de aguas estancadas e insalubres.

¡¿Estaba llorando?!

Nuán levantó las cejas, sorprendido. Quizá se debía a qué hacía mucho tiempo (demasiado) que no interactuaba con una mujer de una forma íntima, pero le costaba comprender aquellos cambios de humor tan radicales y sin lógica aparente alguna. ¿Lloraba porque le había molestado su respuesta, o lloraba por la situación en la qué se encontraban? ¿O por ambas cosas?

Suspiró profundamente, limpiando de su interior las aguas residuales, y se acercó a la mujer con pasos silenciosos.

¿Debía abrazarla en aquella situación?

La abrazó por detrás, suavemente, tratando de detener los débiles sollozos que provenían de la garganta de la chica.

-¡D...déjame en paz! - gritó, revolviéndose de forma algo violenta y abrazándose a sí misma.

Pues no, por alguna razón no debía abrazarla.

Se llevó una mano a la barbilla, la cual ya empezaba a pinchar un poco por falta de afeitado, y empezó a estrujar su cerebro como si fuera una esponja hinchada de agua que tenía que escurrir.
La verdad es que había perdido la costumbre de hablar con mujeres y aquello le resultaba inquietante. No obstante, en el fondo sentía un gran alivio del cual él mismo no era consciente.
Quizá era hora de ser sincero y dejar de fingir puesto que, de todas formas, la situación ya no podía empeorar más.

-Mirta... - trató de usar su voz más reconfortante, pero le salió algo quebrada - Ehm...cuando te dije que no te deseaba, mentí. Te sigo deseando como el primer día, o incluso más - tragó saliva, haciendo acopio de todo su valor - Solo pensé que estabas abusando de mis sentimientos, nada más, y terminé dándole a todo una importancia que no tenía- se sentó a su lado y trató de mirarla a los ojos, pero la chica le rehuía, girando la cabeza hacia otro lado, con una pose algo infantil - Si hubieras sido otra mujer, ahora mismo te estaría haciendo el amor.

-...¿Q...qué? - la mujer esta vez le miró, desencajada. Efectivamente, tenía los ojos rojos de haber estado llorando a pesar de habérselos enjuagado varias veces cuando él se había acercado.

¡Por Espiral! ¡¿Qué acababa de decir?! ¡Idiota!

-¿Sabes? No trates de arreglarlo más - en su voz aún quedaban rastros de incredulidad sobre lo qué él acababa de decir - L...lo siento, Nuán. Me precipité y me dejé llevar, pero en ningún momento me planteé jugar con tus sentimientos. Me parecía...divertido y excitante...pero sin querer hacerte daño.

El rostro de la mujer estaba tan encendido que tenía miedo que fuera a estallar en llamas. Nuán sonrió, aliviado, al ver como ella, en un esfuerzo sin precedentes, había engullido todo su orgullo para así poder desenredarse de aquella tela de araña.

Después de un silencio que ya empezaba a fluir con el aire puro de la noche, Mirta carraspeó.

-Por cierto...¿Me puedes explicar eso de "si fueras otra mujer, ya estaría haciendo el amor contigo"? Nuán, no te haces una idea lo desconcertada que me tienes esta noche - suspiró, mirándole a los ojos con gesto interrogativo, pero ya más calmada y receptiva.

Nuán, turbado, se rascó la nuca mirando hacia otro lado.

-Creo que me he explicado mal. Lo que quería decir es que no eres una más con la cual solamente compartir simple lujuria. Quizá... - en efecto, se seguía explicando mal – Lo que quiero es que no me malinterpretes.

Mirta, al ver cómo el hombre, perdido en sus propias palabras, enrojecía de forma alarmante, ahogó una risita entre dientes tapándose la boca.

-¿Quieres decir que no está bien hacer el amor con la persona que te gusta?

-Teniendo en cuenta la orgiástica vida que lleváis en Varmal, creo que es necesario dejar las cosas claras desde un principio – contraatacó, con el ceño fruncido.

Mirta no pudo resistirlo más y estalló en carcajadas.

-¡Eres tan mono! - le abrazó efusivamente, sin parar de reir.

-Ríete lo que quieras. Hay que ser siempre muy precavido con esta Orden.

Mirta se llevó una mano en la frente y suspiró.

-Es cierto que existe una cierta...relajación de costumbres en Varmal si lo comparamos con otras Ordenes. Pero no nos pasamos el día yendo de orgía en orgía – se encogió de hombros – Así como tampoco sacrificamos animales para conseguir ciertos conjuros de magia negra, ni nos comemos el corazón de los incautos que pasean por el bosque.

-Quizá los malentendidos desaparecerían si no fuerais tan herméticos. El secretismo es un arma de doble filo.

Mirta torció el gesto.

-Cualquiera puede optar a ser miembro de la Orden. Los no-miembros jamás podrían entender el estilo de vida que lleva una persona que pertenece a Varmal. Hay que tener una mente muy abierta y aceptar vivir de una forma muy distinta al resto. No tenemos secretos, simplemente...somos discretos.

La mujer esbozó una sonrisa orgullosa mientras acariciaba la manga de su túnica negra.

-Oye, Mirta, últimamente...¿Has tenido sueños muy extraños? - Nuán cambió de tema, con voz grave y algo titubeante.

La mujer frunció el ceño, acariciándose sus espesos cabellos rojizos con ambas manos.

-Ehm...¿En qué sentido? Casi todos los sueños son extraños...

No tenía ni idea de por qué le había preguntado algo tan vago pero, por alguna razón, tenía la sensación que el sueño que había tenido el día anterior no era corriente. Era como si alguien le hubiera insertado aquel sueño a la fuerza, con un hierro candente, directamente en su cerebro.

-Era demasiado vívido, demasiado intencionado para ser un simple sueño. Además tenía un patrón demasiado...lógico – pensó en voz alta – El Exilio, la Orden de Ciriol, Meshkir y su libro...

El rostro de la joven se ensombreció y pareció como si bajo su negra túnica se hubiera desatado el eco de un grito muy poderoso.

-Nuán, cuéntame tu sueño con detalle. No te saltes nada, te lo ruego.

El hombre suspiró.

Desde que había tenido aquella pesadilla, en el fondo había deseado compartirla con alguien, y si aquella persona era Mirta, mucho mejor. Sentía que si se lo guardaba dentro, algo se pudriría en su interior. Aún no sabía el qué.

Media hora después, cuando hubo terminado de relatarle aquella experiencia onírica, Mirta, que se había mantenido en un silencio expectante durante todo aquel tiempo, se levantó, pensativa, y empezó a caminar alrededor de la hoguera.

-Esto no era un sueño, Nuán. Era un conjuro.

-¿Un conjuro?

Mirta se llevó una mano a la barbilla, asintiendo lenta y distraídamente.

-Es un conjuro con el qué es posible viajar al pasado a través de un portal transdimensional. No te permite interaccionar directamente con él, pero tu consciencia está ahí de verdad, en aquel momento del pasado, como si se tratara de un espectro – se abrazó a sí misma como resguardándose de un intenso frío – Tienes fobia a las serpientes, ¿verdad?

Asintió, mirando a Mirta con incomodidad.

-¿Cómo lo sabes?

-Muy fácil – levantó el dedo índice – El conjurador usa un miedo paralizante para qué el objetivo se vea arrastrado por él hacia el Portal. El Portal transdimensional siempre adopta la forma de una fobia o de un miedo insoportable. El objetivo queda así a total merced del conjurador y de los efectos de la magia.

Nuán se llevó una mano en la frente, tratando de darle un sentido a todo aquello. De momento, no se lo encontraba.

-Suponiendo que todo esto que dices es verdad...¿Qué objetivo podría tener el qué está detrás de todo esto? No comprendo qué importancia tiene el haberme hecho viajar hacia aquel periodo de tiempo sino es por el simple hecho de conocer unos determinados hechos.

-El solo hecho de qué recuerdes esta experiencia transdimensional es sin duda alguna la prueba de qué algo ha fracasado en el conjuro. Al menos respecto a ti, porque seguramente haya más afectados.

-¿A qué te refieres?

Mirta avanzó algunos pasos hacia la hoguera y permaneció de espaldas a él, su silueta recortándose contra el poderoso fuego.

-Como todos los conjuros, este tiene también su lado oscuro. Y en este caso es tan oscuro, que en Varmal está terminantemente prohibido su uso. Básicamente, permite al conjurador tener esclavizada la consciencia de su objetivo, de una forma parecida a la hipnosis pero con consecuencias más devastadoras. Entonces, si el conjuro tiene éxito, se es capaz de imprimir sentimientos, recuerdos y todo tipo de sinopsis mentales ajenas en el sujeto sin que éste se de cuenta. Todo lo que se vive en este falso sueño queda grabado a fuego en el cerebro aunque no se recuerde - ¡Grabado a fuego! Eso mismo había pensado él mientras reflexionaba sobre el sueño que había tenido – Y créeme, este hechizo no tiene sentido si el sujeto lo recuerda todo. Pierde su razón de ser.

El hombre sentía cómo la cabeza le estaba apunto de estallar.

-¿Quieres decir que alguien está interesado en qué odie a los Feéricos? Sentí mucha rabia hacia ellos durante ciertos momentos del sue...del conjuro, perdón.

Mirta se giró hacia él, con una expresión pensativa pero carente de sombra y oscuridad.

-Solamente dos personas pueden haber bloqueado un conjuro transdimensional: un miembro de Varmal, o uno de Ciriol. Esta última Orden dejó de existir hace siglos, así que solamente nos queda una opción. Pero...

-Ciriol jamás dejó de existir.

Sus palabras brotaron con naturalidad de sus labios, como una breve pero abundante cascada. Aquella noche se había propuesto no volver a mentir nunca a aquella mujer, fueran cuales fueran las consecuencias. Además, ya no tenía sentido esconderlo por más tiempo. A diferencia de Varmal, él no era partidario del secretismo.

-¿No decías que querías una conversación seria? - alzó una ceja, visiblemente descolocada – Al menos avisa cuando estés bromeando en momentos así.

-No bromeo, Mirta. Hace unos años me visitó a Taurion un hombre llamado Solfska, el cual me había conocido al haber leído uno de mis libros. Hasta ahí todo normal – Mirta se había vuelto a sentar y le escuchaba con los ojos como platos, como una niña a la qué su padre le empieza a contar un cuento nuevo - Parecía estar muy interesado en todo lo relacionado con mis escritos sobre las montañas de Ilmaren, especialmente en las leyendas y cuentos de los pueblos de la zona. Venía a visitarme cada mes, y siempre traía consigo información sobre los posibles origenes de aquellas historias que databan, muchas de ellas, de antes de la Primera Caída. Todas me resultaban familiares, puesto que la mayoría, en diferentes versiones, eran compartidas por todos los pueblos de Ilmaren, pero sus fuentes eran mucho más antiguas que las que yo tenía a mano. Por ejemplo, una de ellas hablaba del País de Gaül como un Reino en el qué se habían exiliado los humanos y los feéricos que habían aprendido a convivir juntos y que se negaban al exilio y a verse separados durante siglos.

Mirta le miraba con la misma expresión anonadada, tumbada en la hierba, las palmas de sus manos en sus mejillas. Estaba en silencio pero parpadeaba con rapidez, pidiéndole que continuara.

-Si me pones esta expresión no podré continuar... - apagó una carcajada a duras penas.

-¡Venga, no me seas así, no me dejes en ascuas! - hizo morritos – Me encanta cómo relatas las historias. Tienes un don para eso. ¡Continúa!


-Siéndote sincero, al principio me creí con pies puntillas todo lo que me estaba diciendo, puesto que la información que tenía aquel hombre no aparecía en ningún solo libro de toda Espiral, y he leído muchísimos. Incluso llegué a pensar que se trataba, simplemente, de un excéntrico erudito que se había obsesionado con aquél tema. De hecho, cada vez que le preguntaba por qué no me traía los libros que relataban esas historias, siempre contestaba de forma muy vaga, o cambiaba de tema - Nuán agarró la guitarra distraídamente y rasgço con suavidad un par de acordes - Hasta el día que le di un ultimátum: si no me decía de dónde sacaba todas aquellas historias, me negaría a creerle ninguna sola palabra - la mirada de Nuán se perdió en las tinieblas - Y entonces fue cuando me confesó que pertenecía a la Orden de Ciriol.

-¿Y te dijo esto como si nada? Y no sé si me hubiera asustado o echado a reír.

Nuán soltó una pequeña carcajada.

-Obviamente, en un principio tampoco le creí y le exhorté a qué me diera una prueba fiable de ello. Recuerdo que se limitó a esbozar una sonrisa, se arremangó la camisa que llevaba puesta, y recitó unos cuantos versos en la Antigua Lengua. Y, de repente, en su antebrazo desnudo apareció una luz blanquecina, la efigie del Árbol y la Cueva.

Mirta, con el rostro desencajado, parpadeó varias veces.

-Bromeas.

-Me aseguró que no podía darme más pruebas porque, según decía, si usaba cualquier conjuro mágico la Orden sabría que se hallaba fuera de la Morada, en contra de los dictados de Ciriol. Y aquello pondría en serio peligro a su hijo y a él. "Nadie escapa de la Orden" - me aseguraba - "Aunque hasta ahora se desconoce que nadie haya desertado".

-¿Y te contó...dónde se encuentra la Orden ahora mismo?

-Por supuesto - asintió, encogiéndose de hombros - Me aseguró que se encuentra en Firya.

-Firya...la única ciudad independiente de Espiral. Ninguna Orden la controla de forma directa - murmuró Mirta, pensativa - Si así fuera, se habría tratado de un movimiento muy astuto por parte de Ciriol.

-Exactamente.

-¿Te comentó algo de lo qué han hecho o tramado durante todos estos siglos?

Nuán inhaló el tibio y perfumado aire de la noche y suspiró profundamente.

-No sé si tenía ntención de contármelo en la próxima ocasión que nos viéramos pero, en todo caso, poco después ocurrió el ataque de los Lamat, coincidiendo con tu visita.

-No entiendo nada... - la mujer se rizaba el pelo, el ceño fruncido - ¿Por qué no han dado señales de vida durante la Guerra? Aunque sería más acertado llamarla Genocidio...

-Seguramente sean neutrales, a priori. Pero desconozco su posición en todo esto.

-¿Y así creen que se librarán de todos los conflictos? Me parece muy egoísta y cobarde por su parte. Además, nadie se libra de los Lamat al final, por mucho que uno se esconda.

Nuán sonrió, algo sarcástico.

-¿Acaso no es eso lo que está haciendo Varmal Verdadero?

Mirta achicó los ojos, visiblemente molesta.

-Varmal Verdadero fue una pequeña facción nuestra que reaccionó a las políticas autoritarias de Agros. Consideraban necesario un toque de atención para volver a nuestros orígenes, que chocaba frontalmente con la creación de una Fortaleza aislada del exterior, pretendiendo no tener nada que ver con el resto de Espiral - negó con la cabeza, llevándose una mano en la frente - Al principio creí que Varmal Verdadero se había excedido al provocar la guerra, pero cuando supe que Agros, al saberse perdido, abrió Fortaleza a los Lamat para que acabara con todos... - apretó los puños.

Nuán recordaba perfectamente aquella noche de horror, tanto que no pretendía que volviera a sus recuerdos más que unos pocos segundos.

-¿Y me dirás que nadie le ha substituído?

-Los supervivientes de Varmal, después de la caída de Fortaleza, se dispersaron. Pero no nos hemos escondido y no, no ha habido nadie que haya substituido a Agros, que yo sepa. Nos las sabemos arreglar muy bien sin un lider. Ignoro si sigue existiendo la facción de Varmal Verdadero como organización en algún sitio. Y poco me importa.

Después de aquella conversación le siguió un largo silencio, uno de estos silencios incómodos y misteriosos que no se sabe si tienen algo de sagrado o de terrible. O ambas cosas a la vez.
Ni siquiera el murmullo de la brisa nocturna acariciando las hojas, ni los buhos ni los grillos. Nada se escuchaba, solamente sus respiraciones acompasadas.

-Solfska...él es el único que puede haber bloqueado el conjuro - rompió el silencio Nuán, su voz sonando con una cadencia de un magnetismo extraño y casi sobrenatural.

-Si ha sido él, entonces...¿Quien pudo haber realizado dicho conjuro? - Mirta compuso un semblante sombrío - ¿Y si fuera el propio Ciriol? Por el sueño que me contaste, tendría sentido. Pero Solfska dijo que si usaba la magia...

-Yo también estoy empezando a pensarlo. Primero el sueño, luego referencias a la Cueva y el Árbol, un gran árbol con cuevas suspendidas...Son demasiadas coincidencias - Nuán ya no sabía qué pensar.

Mirta suspiró.

-Creo que necesitaremos esperar a mañana para más respuestas, mañana, en la reunión. Todo son suposiciones, demasiadas.

Volvió a aposentarse un silencio, pero esta vez era un silencio aterciopelado, que armonizaba con el firmamento estrellado hasta dar la sensación que podrían escuchar las voces de los astros.

-Ojalá todo fuera tan fácil como antes - susurró Nuán - En las giras nunca teníamos tiempo para pensar en esas cosas: terminábamos un concierto y al día siguiente ya estábamos en camino hacia el próximo pueblo.

La joven esbozó una débil sonrisa y apoyó su cabeza sobre su hombro.

-¿Crees que alguien, en algún lugar, aún nos echa de menos?

-La música siempre se echa de menos, tanto en los buenos como en los malos momentos.

Acto seguido, Nuán agarró la guitarra, se la colocó sobre su regazo y rasgó varias veces un solo acorde, de forma pausada, creando una suave resonancia alrededor. Luego lo siguieron otros acordes, formando así la base de una canción y, mientras lo hacía, miró a Mirta con una sonrisa algo traviesa.

-Oh, Nuán... - se llevó las manos a las mejillas, visiblemente sonrojada gracias a la luz de la hoguera que incidía sobre su rostro - No esperarás que cante, ¿verdad? Mi voz ya no es lo que era, y no lo he hecho en años...

-No dejarás que estropee con mi horrenda voz una canción que tú misma compusiste. ¿Verdad?

-No, Nuán, yo...

-Una canción de alabanza
queríamos cantar,
pero diré sin tardanza
que en su Morada
no nos dejaron entrar.

Nuán recitó aquellos versos con gracia elegante y trobadoresca. Mirta esbozó una sonrisa, pero aún seguía con la cabeza girada hacia otro lado, casi de espaldas a él.
Entonces, el hombre, con una voz ronca y burlona, se puso a cantar las siguientes estrofas con un desenfadado ritmo de guitarra.

-Y ahora estamos aquí afuera
cagándonos de frío y sin cerveza,
las Moradas son como la diarrea:
¡Son calientes pero apestan!

¡Que levante la mano
quien a la hija de Monte*
se haya trajinado!

Mirta levantó la mano, casi estallando en carcajadas. Era tradición que, cuando se cantaba esto, todos los hombres y mujeres presentes levantaran la mano. A veces incluso los niños lo hacían, a pesar de las reprimendas de sus padres. Qué tiempos aquellos...

-¡Levantadla que yo no puedo!
Nací con dos brazos:
¡No soy mutante como Onthero*!

Mirta ya no pudo soportarlo más y estalló en carcajadas, enjuagándose las lágrimas de haberse aguantado la risa hasta aquel mismo momento. Nuán percibió el cambio de actitud de la mujer y se levantó, desafiante, como si tuviera delante a un nombroso público ávido de canciones que ponían a parir a la Orden de su pueblo.

-Las Ordenes son como pocilgas
que engordan a los cerdos.
¿Cuantas veces habré soñado
que los matamos y tenemos carne
para 30 años enteros?

Mirta se levantó y, sin ya poderlo resistir más, se unió a él y empezó a cantar con su aflautada voz que creía haber perdido muchos años atrás.

¡Ódiadnos, perseguidnos!
¡A prisión o al destierro!

¡Pero jamás atraparéis
ni las canciones
ni el viento!

¡Siempre impresentables
con la soga al cuello!

¡Jamás atraparéis
ni las canciones
ni el viento!

Nuán dibujó un complicado y bello solo de guitarra que parecía engalanar la noche con sus notas que recordaban a la seda. Mirta cerró los ojos y dejó que aquellas notas que creía que jamás volvería a escuchar, volvieran a penetrar en su corazón, como el seco estanque que vuelve a llenarse de agua después de siglos.

Luego, ambos juntaron sus voces para terminar la canción.

Querer acallar una canción
es como pretender
en una jaula hacer yacer
al viento en un rincón.

¡Nosotros somos el viento
y la canción!

¡El viento y la canción!

Justo al terminar, ambos se miraron al principio sorprendidos, como si de repente no se conocieran de nada. Luego, como obedeciendo a un plan establecido, estallaron en carcajadas a la vez, abrazándose. Dos viejos amigos por fin se habían reencontrado aquella noche en qué las máscaras del tiempo, por fin, habían caído al suelo, destrozadas.

¿Qué depararía el mañana?