Thursday, May 20, 2010

Encrucijada


Alrededor de las hogueras parece como si el tiempo se detuviera, como si lo perenne y lo caduco se hubieran unido de forma romántica, besándose con lentitud, ante la hipnótica y poderosa visión de las llamas rojizas. Una extraña seguridad y un aliento caluroso descendiente de tiempos antiguos embarga a quienquiera que se halle ante una hoguera. Un sentimiento primigenio de comunidad entre los humanos y la naturaleza, alrededor de la cual se apostaban humanos y feéricos, en perfecta armonía.

En un recóndito claro de un bosque, ya lejos de la ciudad sitiada de Firya, Lúne, Nuán, Anie, Yume y los Viajeros se hallaban ante el fuego, dispuestos en círculo, dejando que el crepitar de los ramas secas y de los troncos les llevara hacia los ensueños de cada uno. Sin grandes dificultades, gracias al mapa que les había proporcionado la alcaldesa, habían logrado internarse en los sombríos pasadizos que llevaban desde la Escuela hasta unas cuevas que se hallaban ya en el interior del bosque.

-¿Creéis que Ciriol va a proteger a los habitantes de Firya? - espetó Hanuil, visiblemente preocupado, con el ceño fruncido, pensativo - Me ha extrañado no encontrarme a nadie dentro del área controlada por Ciriol, al atravesar el Portal Mágico. Estaba desierto.

El silencio se extendió entre ellos, como un manto transparente que les cubría a todos por igual. Todos tenían los ojos clavados en las llamas del fuego, y en sus retinas éste parecía bailar con misterioso ritmo, lento, inevitable.

-Me importa bien poco lo que haga Ciriol a partir de ahora - dijo Nuán, amasándose la barba - Ellos siempre fueron una Orden regida por sus propias leyes. Los niños y jóvenes de la Escuela, por suerte, han sido evacuados en una gran embarcación. Es lo único que me importa - de repente, el miembro de Húlen se levantó ante todos, con el rostro sereno y grave - Ahora que ya nos hallamos a salvo, tengo algo importante que comunicaros.

Nadie añadió nada a lo que acababa de decir, por lo cual se daba por sentado que querían que siguiera hablando. Nuán se aclaró la voz y su mirada se dirigió hacia el interior del bosque, como si se estuviera dirigiendo a unos seres que solamente él podía ver.

-Todos los miembros supervivientes nos reuniremos en las cuevas de Türa, para así planear qué hacer con nuestro futuro. Naturalmente, todos estáis invitados a dicha reunión. De allí quizá surja una nueva Orden con la sabiduría compartida de todos - suspiró, volviendo su mirada hacia todos los presentes - Sé que muchos de vosotros habéis elegido otras vías para combatir la amenaza que se cierne sobre Espiral, y las comprendo. De hecho, es mejor atacar desde varios frentes que desde uno sólo. El futuro es incierto, pero hay que contraatacar cuanto antes posible.

-Las cuevas de Türa... - murmuró Lúne, su mirada posada en las llamas - También llamadas "Las puertas al Otro Mundo" y "La morada de las tinieblas". Sois pocos y no contáis con el poder de Wail ni con la brutalidad de los Lamat - se giró hacia Nuán, la mirada desconfiada e irónica - ¿Qué queréis crear, un movimiento clandestino? ¿Guerra de guerrillas?

Nuán ya se había sentado y rehusó contestar al joven miembro de Varmal, sus pensamientos confusos, volátiles. Aún no sabía realmente en qué consistiría aquel encuentro, aquel concilio. La luna creciente, sobre ellos, parecía la única testigo de la reunión que estaban teniendo todos ellos, ya con los ruidos de la guerra lejanos, desaparecidos.

Acto seguido, como si aquella decisión de Nuán para hablar hubiera obrado como un conjuro para todos, se levantó Ichiro, visiblemente nerviosa, jugueteando con su larga falda entre sus dedos.

-Yo...también tengo algo que decir - su vestido azulado lanzaba destellos claroscuros en la noche - Ya he decidido dónde ir y con quien quiero ir. Yo...sé de la importancia del gremio de Viajeros, pero ir con Lúne, Yume y Anie es mi deseo. Hacia las montañas de Ilmaren.

Un espeso silencio se extendió entre los presentes, cuyas sombras bailaban por efecto de las llamas que oscilaban por efecto de la suave brisa nocturna que soplaba, incesante. Todos mantenían su mirada fija sobre Ichiro, los ojos resplandecientes, todos excepto Elrick, el cual tenía sus ojos clavados en las lenguas de fuego de la hoguera.

-Entonces debes saber que serás inmediatamente expulsada del gremio de Viajeros - agarró una ramita del suelo y, acto seguido, la lanzó al fuego - No solamente estás traicionando a tus compañeros, sino que estás actuando de una forma irresponsable y estúpida - por fin dirigió su mirada hacia la feérica - Tú sola no sabrás encontrar un Portal para volver al Mundo Feérico y morirás en el camino. Un feérico no puede estar más de un mes en el Mundo Espiral sin después sufrir las consecuencias. Te apagarás.

Ichiro sintió un escalofrío recorriendo su espalda y sintió frío, mucho frío, como si la hoguera en vez de irradiar calor, estuviera ardiendo a partir de un témpano de hielo. No sabía qué decir, qué contestar. Sin duda no se esperaba aquella respuesta de Elrick. ¿En verdad había huido de Húgaldic solamente para ser mandada por otras gentes? ¿Era aquello en verdad la libertad?

-Ichiro es lo suficientemente inteligente como para ir dónde ella quiera sin que le dicten lo que tiene que hacer - Anie se levantó, defendiendo a la feérica, y se situó a su lado, dándole la mano con fuerza - ¿Acaso sois una secta, o qué? ¿La obligáis a hacer lo que vosotros queráis? Vosotros no tenéis la razón universal.

Ichiro contempló a Anie con sorpresa, sus ojos fieros y rebeldes, a la vez que repletos de insurgencia, de provocación. La feérica le sonrió, dándole las gracias con un movimiento de cabeza. Anie respondió con un guiño de sus ojos marrones.
Lúne se situó también a su lado y, al mismo tiempo, hizo lo mismo Yume poniendo una mano sobre el hombro de la feérica.

-Ichiro no está siendo estúpida. ¡Vosotros sois los estúpidos! - intercedió también Yume, con la boca apretada de rabia - Ella cree que hace lo correcto y debéis aceptarlo. Sino no os lo perdonará nunca.

Hanuil suspiró, con los ojos mirando a la hierba que les circundaba.

-El Gremio de Viajeros no tiene leyes. Solamente se rige por la confianza mutua. Y yo sigo confiando en Ichiro, haga lo que haga.

Elrick se levantó, con los brazos en jarras.

-Nadie la obligó a hacerse del Gremio - espetó con voz ronca y seca - Deberíais saber vosotros, humanos, que en el mundo feérico las cosas funcionan de otra forma que aquí. Aquí os llenáis la boca de libertad, pero solamente os une un sólo deseo: poseer. No sabéis pensar a largo plazo, no sabéis pensar en las consecuencias de los actos, que toda acción conlleva a una reacción. Yo soy quien da las órdenes, ahora mismo, en el Gremio, y si no se acatan es muy sencillo: que se busque cobijo en otro lugar - caminó con largas zancadas hacia Ichiro y se plantó ante ella, con el ceño fruncido - Huiste de tu casa pensando que Espiral sería como en todos esos libros que te leíste. Nosotros ya te advertimos de todos los peligros que conlleva convertirse en viajero, al igual que también sabes de la obligación de ser fiel a tu nueva condición. Y cuando antepones los intereses a la lealtad - miró de reojó a Lúne - dejas de ser una Viajera. Eso es todo. Tú tienes la última palabra.

Lúne se levantó del lado de Ichiro y se dirigió a Elrick, colocándose ante él y encarándole, con sus ojos grises relampagueando.

-Ichiro no está buscando ningún interés. Tú y yo, Elrick, ya tuvimos esta misma charla en Ciriol. Confías en Solfka y ella confió en sus palabras. Ella está convencida que ese camino es el correcto y parece ser que Hanuil está de acuerdo en ello. El único que está ciego aquí eres tú. Ciego de orgullo. Prefieres antes el consejo de unos sabios carcas, que odian Espiral y todo lo que no sea su pequeña burbuja, antes que seguir los consejos de Solfka y de Nuán, dos personas respetables y sabias. Decías que solamente le mueve el interés. ¿Y tú? - le señaló con su dedo índice en el pecho del feérico - Tú antepones tus creencias a las decisiones de los demás. Te importa un bledo lo que piensen los demás si tú les puedes manipular.

Ichiro sentía unas ganas irreprimibles de llorar, al ver cómo Lúne, Yume y Anie la estaban defendiendo ante su falta de palabras. Se sentía, por ello, un poco estúpida, al haber hecho que la defendieran otros por ella. Sería la última vez que les comprometería de aquella forma, lo prometía. Sonrió, con algo de timidez, mientras observaba con ojos brillantes a Lúne.
Elrick cerró con fuerza los puños de sus manos y atravesó con una mirada iracunda al miembro de Varmal. Abrió la boca para contestar, pero alguien, en aquel preciso momento, le impidió empezar a responder a Lúne.

-Calmaos todos por favor - Nuán también se había levantado y, con una voz relajada y aterciopelada, empezó a dirigirse a todos ellos - Estamos todos juntos en esto y hay más cosas que nos unen que las que nos separan. Cada uno tiene su parte de razón, y, primero de todo, quiero que Elrick comprenda una cosa de la que os quería hablar en breves, precisamente: Wail no es el peligro verdadero. Solamente es la cabeza de turco. Y también lo son los Lamat. Infiltrandoos allí no os reportará más que desgracias - dio una vuelta alrededor de la hoguera, arrastrando su toga blanca por la hierba - En la carta que me envió mi amigo Hyunde, mencionó a Varmal Verdadero, el cual está ahora mismo en paradero desconocido. Y allí es dónde creo que los Viajeros deberíais encaminaros para encontrar las posibles razones de esta guerra, puesto que, como ya sabéis, estuvieron luchando en contra de Agros - las llamas bailaban, formando sombras y luces rojizas en el rostro del sabio, dándole un aire misterioso, arcano - No os precipitéis, por favor. Buscad información dónde sea, respuestas, indicaciones, pistas. Pero no os fiéis de los consejos. Y lo mismo les digo a Lúne y al resto. Buscad, investigad, conseguid evidencias antes de embarcaros en vuestra aventura hacia Ilmaren. Aún hay tiempo. Poco, pero lo hay. Los Lamat y Wail, tarde o temprano, después de terminar con Firya, se embarcarán en una guerra fraticida para controlar Espiral, si es que ya no ha comenzado. Esto podría darnos algo de ventaja.

Un nuevo silencio se instaló entre los presentes, y solamente se escuchaba, lejano, el ulular de los búhos y el cantar de los grillos. Los sonidos de la guerra no se escuchaban y ni siquiera los arrastraba el viento. ¿Habían parado de luchar? ¿O estaban solamente en una tregua momentánea? Las palabras de Nuán habían calado hondo en cada uno de los presentes, incluso en Elrick, el cual se hallaba pensativo, sus ojos perdidos entre la maleza de los oscuros bosques.

Y, de repente, ocurrió algo que extrañó a todos los humanos presentes.

Ichiro, Hanuil y Elrick fruncieron mucho el ceño y se quedaron totalmente paralizados, como si estuvieran escuchando algo muy lejano que de repente podían oír. Hanuil e Ichiro se levantaron como dos resortes y, luego, se miraron entre ellos y comprendieron, al instante, qué era lo que estaba sucediendo.

Un Viajero había entrado en el Mundo Espiral.

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Sidartha apretó con una de sus pesadas botas la enorme cabeza de un lamat y no sin poco esfuerzo arrancó su espada desde dentro de sus fauces llenas de dientes curvadas. Luego se limpió el sudor de su frente con el antebrazo y escupió sobre el cadáver del enorme monstruo feérico con una mueca llena de odio y asco. Limpió la larga y fina espada con un trapo de lino que sacó de uno de sus bolsillos con esmero y echó un vistazo al campo de batalla: por todo se hacinaban cadáveres de sus hombres y de los monstruos, formando un manto de desolación, muerte y mutilación sobre la hierba. Sin embargo, el millar de supervivientes de su ejército gritaba con júbilo, alzando sus armas al viento y gritando su nombre y el de su Órden: "¡Sidartha! ¡Wail!".
Esbozó una sonrisa triunfal, sobretodo al observar cómo, desde lo alto de las murallas, los soldados de Firya ondeaban las banderas de color azul celeste, señal de rendición, de capitulación.
Sin perder el tiempo, el Miembro encargado de la protección de Wail, llamado comunmente Déin, se dirigió hacia uno de sus hombres de mayor confianza, el cual acababa de degollar a un lamat que todavía temblaba en el suelo, presa de las convulsiones previas a la muerte.

-Ganzel, escoge a tus mejores hombres y traed a la alcaldesa de Firya a mi tienda - murmuró Sidartha, con su habitual voz aterciopelada y calmada, y una apuesta sonrisa - Y traedla así cómo la encontréis - un vago aire de sorna asomó en su voz - Ya me entendéis.

-Por supuesto, mi Déin - el caballero se inclinó en una reverencia y, subiendo a su caballo, se alejó presto, cabalgando hacia las murallas, con dos hombres armados uno a cada lado.

Sidartha era un hombre alto y delgado, con anchos hombros y unas piernas muy largas. Tenía la piel cetrina y una barba de tres días que siempre cuidaba al detalle. Sus cabellos ondulados y cortos enmarcaban un rostro triangular y afilado y, lo primero que llamaba la atención al observarle, eran sus grandes e intensos ojos negros como dos carbones algo hundidos y ojerosos. Había siempre un halo de misterio en todos sus ademanes y en su forma de hablar, calmada y, a la vez, oscura y profunda. Pero el Déin, sin duda, por lo que era de sobras conocido era por su habilidad con las armas, con todo tipo de armas. Y aquello era lo que realmente infundía respeto.

Al momento, un grupo de soldados fue a su encuentro con rostros cansados, varios con heridas de distinta consideración y algunos que casi no se tenían sobre sus pies. Pero todos mantenían una sonrisa en sus labios: la sonrisa de la victoria.

-¡Señor Sidartha! Gracias a usted, hemos conseguido... - espetó uno de ellos, entusiasmado.

-Volved a vuestras tiendas. Ya habrá tiempo para celebraciones - le interrumpió el Déin, haciendo un gesto vago con la mano - Que nadie proteja la tienda. Necesito espacio. ¡Presto!

Los soldados obedecieron al instante con reverencias y se alejaron de ahí, renqueantes, algunos de ellos preguntando ya dónde podían conseguir cerveza, vino y compañía femenina. El resto pensaba, más bien, en otras medidas más extremas para llegar al mismo punto.

Sidartha se sentó sobre el montón de cojines que se hallaban a un lado de la tienda. Obviamente, las circunstancias no permitían traerse sillas ni mesas al campo de batalla, algo que al Déin le importaba bien poco. Con una mano se amasó sus cortos cabellos y suspiró, aliviado, quitándose acto seguido las botas y lanzándolas al otro lado de la tienda. Se palpó la fea herida que uno de aquellos lamat le había hecho con una de sus enormes garras en el muslo izquierdo y compuso una mueca de dolor. La batalla había sido corta pero muy intensa: había perdido a la mayoría de sus hombres y, solamente gracias a la nula capacidad de razonamiento de aquellos monstruos, había conseguido tumbarles gracias a una práctica táctica envolvente, de desgaste. Pero era la última vez que comandaría un ejército tan poco preparado para la batalla, y, si el jefe de la Órden le denegaba esa petición, se quedaría sin su espada de Damocles. Lo juraba.

Así y todo, estaba satisfecho. Nunca antes habían conseguido ganar una batalla abierta a aquellos malditos feéricos y, desde que el mes pasado se hubiera convertido en el nuevo Déin, sus intervenciones solamente se contaban por victorias. Y aquella última había sido impresionante, una victoria que le consagraba, definitivamente, en el puesto. Él había demostrado que a los Lamat se les podía hacer frente de cara, y no mediante escaramuzas. Hasta ahora Wail había preferido conquistar territorios al restro de Órdenes para luego defenderse de los feéricos. Pero aquella postura solamente podía llevarles al fracaso: la solución estaba en borrar de Espiral a todos aquellos hijos de puta. Y lo conseguiría, tarde o temprano, estaba convencido. Fuera con los medios que fuera.
Se impacientaba con la espera: no estaba acostumbrado a qué le hicieran esperar. Sacó tres puñales que tenía escondidos en una bolsa situada dentro de la tienda y empezó a hacer malabares con ellos, con rostro cansado y aburrido. Y, uno a uno, empezó a lanzarlos contra una diana que había colgado en la resistente lona dando las tres veces muy cerca del blanco. No, no estaba inspirado. Necesitaba aclarar sus ideas.

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Lise, la alcaldesa de Firya, se sentía vacía. Su rostro, antaño encendido como una flor en primavera, se había marchitado, sus mejillas sucias por la mezcla de lágrimas y tierra, y sus ojos verdes apagados.
Ni siquiera podía ya sentir rabia ni ira, puesto que le acababan de arrebatar lo único que le quedaba en este mundo. Habían ido a buscarla aquellos guardias armados, que por poco no la habían violado. Uno de ellos, por suerte, había recordado que un tal Sidartha les había ordenado que no le hicieran daño. Pero, en verdad, ya no se sentía ni siquiera con ganas de resistirse. Tenía solamente deseos de apagarse, de olvidarse de todo, mientras la conducían con grotescos ademanes y apuntada con lanzas hacia una gran tienda de un color rojo muy intenso, la cual se hallaba en el centro de un mar de tiendas de diferentes colores. Su orgullo, muerto desde que Ciriol la había traicionado no tomando parte en la guerra, ya no tenía ningún valor. Su único objetivo era salvar cuantas más vidas pudiera, aunque fuera agachando la cabeza delante de un cacique brutal y despiadado.

Era lo único y lo último que podría hacer por su pueblo.

Por todo se hacinaban los cadaveres grotescos y nauseabundos de los lamat, apiñados contra los cuerpos desmembrados y ensangrentados de los soldados de Wail. ¿Por qué aquella matanza, aquella guerra? ¿Qué habían hecho en Firya para merecer todo aquello? Siempre habían permanecido a un margen, siendo el refugio de todos los que quisieran encontrar cobijo o protección. Nunca habían sido un pueblo guerrero ni provocador. Nunca habían empezado ningún conflicto. Y ahora sus gentes pagaban por algo que no habían hecho. Era una injusticia que no sabía cómo enmendar.

Por fin llegaron ante la tienda y, con desprecio, la empujaron hacia dentro sin ningún miramiento.
Lo que vio la hizo chillar de terror, dando un paso hacia atrás: en el suelo, sobre la lona, se hallaba una cabeza de lamat con las fauces cerradas y, observó mejor, enjuagándose los ojos...

...un puro encendido entre sus grandes dientes.

-Oh, perdone señorita Lise, me estaba aburriendo, eso es todo - espetó un delgado y apuesto hombre de piel cetrina que se hallaba sentado, al lado de la cabeza "fumadora" - Ahora mismo lanzo esa apestosa cabeza fuera de la tienda. Era una broma de las mías. ¡Siéntase y póngase cómoda!

La alcaldesa titubeó, sin saber qué hacer ni qué decir. No era aquello, precisamente, lo que se esperaba. El hombre se hallaba vestido con una sencilla cota de malla plateada y, sobre ella, un jubón de color rojo con remaches negros que, posiblemente, se había colocado después de la batalla. Llevaba unos pantalones de color negro, ceñidos, que le llegaban hasta la rodilla y, debajo de ella, iba con la piel desnuda, descalzo.
Justo cuando el hombre lanzó la cabeza hacia el campo de hierba, éste le ofreció de nuevo asiento a su lado, con una sonrisa suave y educada.

-Por favor, siéntese a mi lado. ¿Quiere un poco de vino?

Lise se cruzó de brazos y miró hacia otro lado, visiblemente desconfiada y cansada.

-No hace falta. Solamente he venido a pedirle que...

El extraño hombre de piel cetrina se levantó y, sin que ella se lo esperara, le agarró la mano con ternura y le dio dos besos, uno por mejilla. Abrió un poco más su sonrisa.

-Me llamo Sidartha, encantado - hecho aquello se sentó, de nuevo, en el sitio dónde antes había estado y volvió a invitarla, con un gesto de la mano, para que se sentara a su vera - Será más fácil para ambos si se muestra relajada. ¿No cree?

La alcaldesa se mostró algo contrariada y sorprendida y, finalmente, accedió con un vago ademán de una mano. Se sentó a su lado, aunque manteniendo las distancias. Acto seguido, Sidartha sacó una botella de vino y dos vasos de un lado de la tienda.

-Un vino joven, justamente de la época de la gran invasión Lamat - prosiguió, con una sonrisa torcida el Déin - ¿Le apetecería probarlo? No le defraudará, se lo aseguro.

La alcaldesa giró el rostro, visiblemente enfadada.

-No estoy para vinos, señor Sidartha. No he venido aquí para confraternizar con una orden que acaba de atacar nuestra ciudad. Solamente he venido a pactar lo mejor para mi pueblo, nada más.

El hombre de piel cetrina se encogió de hombros, sin inmutarse lo más mínimo, y se sirvió el vino a sí mismo. Un dulce perfume se propagó, entonces, por toda la tienda. Era un vino especiado. Bebió un sorbo de su copa, con parsimonia, después de haberlo removido pacientemente para que tomara cuerpo. Luego, clavó sus ojos oscuros en los de la mujer.

-Verá, señorita...¿Le importaría decirme su nombre?

-Lise - replicó ella, con frialdad.

-Excelentísima señorita Lise - se rectificó a sí mismo, abriendo un poco su sonrisa, sin dejar de mirarla con una mirada muy intensa, la copa entre sus manos - La Orden de Wail en ningún momento tuvo la más mínima intención de invadir Fyria. Por lo contrario, si no fuera así ya estaríamos dentro de la ciudad y no charlando aquí, de forma tranquila y amistosa. O al menos por mi parte, claro está.

Lise estrechó sus ojos verdes que, al menos, ya no se hallaban vacíos como antes. Una ira fría los había llenado.

-Habéis acabado con todas las Órdenes de Espiral - espetó, arrastrando las palabras con los dientes apretados, tratando de no estallar - Los lamat solamente son una excusa para haceros con el poder de todo el Mundo. ¿Qué queréis de Firya? Hablad claro, os lo suplico. Odio la falsa modestia.

Sidartha dio un trago más a su vaso de vino y lo apuró hasta el fondo. Sus ojos brillaban de forma muy intensa. Agarró un cuchillo de una vaina que colgaba de sus pantalones y empezó a juguetear con él, aparentemente distraído.

-Es curioso que la alcaldesa de un nido de criminales me hable de los supuestos peligros de la falsa modestia, como la llama usted. Iremos al grano, entonces - compuso una sonrisa algo maliciosa - Si no fuera por Wail, ahora mismo estos lamat que acabamos de aniquilar, estarían dándose un festín con todos vosotros, usted incluída. Y ser parte del menú de uno de esos monstruos no creo que sea algo muy agradable, pues se sabe que prefieren que la víctima esté aún vivita y coleando para que esté más tierna. Y les entiendo, la verdad. Las ostras deben estar vivas para que sepan mejor, y seguro que en Firya, pueblo de pescadores como sois, lo sabréis de sobra.

Justo cuando acabó de decir aquello, agarró el cuchillo y, con extrema precisión, lo lanzó contra la diana impactando justo en el centro. Sí, ahora empezaba a sentirse inspirado.
La alcaldesa no pudo evitar tragar saliva ante la repentina acción del Déin, pero se recompuso con rapidez.

-Así que se trata de eso. Tenemos que inclinarnos ante vosotros por haber acabado con la gran amenaza, cuando acabamos de sufrir cientos de bajas bajo vuestras espadas y lanzas. "Invasión de prevención", lo llamáis vosotros. Pero claro, habéis tenido la mala suerte de toparos con unos cuantos miles de lamat, y eso ha desbaratado vuestra operación - aquella vez Lise se permitió una leve sonrisa, repleta de sarcasmo - Y ahora que os veis diezmados, no tenéis más remedio que llegar a un acuerdo con nosotros. ¿Ves? Ahora sí me apetece un poco de vino.

-Veo que empezamos a entendernos, señorita Lise - espetó Sidartha, sin alzar ni un ápice su voz aterciopelada, vertiendo vino especiado en la copa de la mujer - Me sorprende la rapidez y la contundencia de sus juicios, viniendo además de una mujer que jamás ha salido de su ciudad repleta de ratas ni siquiera para ir de excursión. Mire, que quede entre usted y yo, me crea o no - se arqueó hacia ella, esta vez componiendo un rostro serio y grave - Efectivamente, Wail tenía, hasta hace poco, la cuestionable política de, como dice usted, realizar "invasiones de prevención" para luchar contra los lamat. Yo me opongo. De hecho, bajo mi humilde opinión, trabar alianzas es algo mucho más fructífero, y más con esta terrible amenaza en ciernes. No me interesa, en absoluto, crear posibles focos de revueltas en el camino, si usted entiende lo que quiero decir - se sirvió un poco más de vino y dio otro sorbo, muy pequeño esta vez - Me sabe mal por sus cientos de hombres fallecidos por nuestra incursión, pero teníamos que defendernos contra vuestros arqueros.

Lise alzó una de sus delgadas y cuidadas cejas, desconcertada y confundida por lo que acababa de decir aquel hombre de exquisitos modales. Pero no se dejaría engañar por un hombre, jamás. Ya conocía a la perfección aquellas armas tan típicas de políticos, pues ella misma lo era. De hecho, era aquello una de las cosas que más le extrañaban de Sidartha: se comportaba más como un político que como un guerrero.

-Vuestras tropas están apostadas ante nuestras murallas como señal de amistad, claro que sí. No hay nada mejor que una amenaza indirecta para despertar la confianza mutua, señor Sidartha. Le felicito - bebió un poco de su vino y frunció el ceño, ya dando por terminado el sarcasmo - Si queréis hacer un bien por Firya, largaos de aquí. Nuestro pueblo nunca ha firmado un tratado bajo amenaza, y esta vez no será distinto - agregó, henchida de orgullo.

Sidartha soltó unas breves y suaves carcajadas.

-¡Lise, es increíble! ¿De dónde sacáis toda esta fortaleza? ¡Os admiro, lo digo en serio! - le puso una mano sobre el hombro con suavidad y, de repente, sin esperárselo, la alcaldesa sintió algo de rubor en sus mejillas. Cuando estaba a punto de gritarle que no se atreviera a tocarla, el Déin retiró la mano y siguió hablando. Se sintió enfadada, muy enfadada, pero esta vez con ella misma - ¿Y cómo haréis para defenderos de otro ataque de los lamat? Creía que lo que más os importaba era vuestro pueblo. De verdad, estoy ansioso por saber de dónde sale toda esa confianza en vuestras posibilidades de supervivencia.

Lise, por primera vez desde que se había reunido con Sidartha, bajó los ojos, sin saber exactamente qué decir. Ella había confiado siempre, ciegamente, en la orden de Ciriol. Durante muchos siglos les habían protegido, les habían amparado y, gracias a su magia, habían vencido a todos los que habían tratado de entrar en Firya por la fuerza. Siempre se había rumoreado que Ciriol se escondía en el pueblo, pero pocos le daban credibilidad. ¿Y ahora qué? ¿Cómo le diría a Sidartha que les habían engañado, que les habían abandonado a su suerte, que les habían estado utilizando durante siglos para, al final, lanzarlos al fuego como si fueran un simple pañuelo usado?
Unas lágrimas que era incapaz de reprimir, empezaron a llenar sus ojos. Tenía que ser fuerte, como siempre, tenía que ser el estandarte de su pueblo que jamás se quiebra, que jamás se rinde.

Pero ya estaba harta, muy harta de aparentar. Y las lágrimas empezaron a fluir. Giró el rostro hacia otro lado, para que Sidartha no la viera. Pero aquel ya se había percatado. Era demasiado tarde.

-Lo siento, Lise - dijo el Déin, pasándole una mano por la espalda, componiendo una sonrisa algo triste - En mi tierra hay un dicho: "Hasta el hombre más valeroso necesita volver a llorar como un niño, para así volver a renacer".

-Yo solo quiero lo mejor para mi pueblo...solo lo mejor... - no podía reprimir los sollozos, y ya no le importaba. El daño ya estaba hecho.

Sidartha la atrajo hacia sí y la abrazó contra su pecho, acariciándole sus largos cabellos negros con dulzura.

-No puedes seguir luchando sola. Ahora ya no. Los lamat están por todas partes, quiero que lo pienses. Y si vuelven a atacar, os matarán a todos - susurró el Déin - Mañana retiraré todas mis tropas de los alrededores de Firya y, entonces...¿Aceptarás reunirte conmigo en tu palacio?

La alcaldesa sentía el cálido abrazo del Déin, su respiración acompasada y serena, el ritmo armonioso de su corazón, su voz que era como una cascada. Y, entonces, se sintió como una completa idiota. Como una niña asustada, indefensa. Se separó de él con gran efusividad y se alisó el vestido, con las manos temblorosas. A toda prisa, se dispuso a salir, sin mirar hacia atrás, hacia Sidartha.

-Lise. Recapacita lo que te he dicho, te lo ruego. Estaré aquí, sin mi ejército - dijo el Déin, con una sonrisa amistosa.

La alcaldesa dejó entrever su perfil y pareció que, durante una milésima de segundo, asentía con la cabeza. Acto seguido, desapareció de la tienda, su largo vestido nadando con el viento que aún olía a muerte.

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-Los demás, si queréis partir, sois libres de hacerlo. Nosotros, Hanuil y yo, nos quedaremos a esperar al Viajero. Es nuestro deber.

Aquello fue lo que dijo Elrick justo después de haber notado la inequívoca señal mental de un nuevo Viajero en Mundo Espiral. Los demás decidieron esperar junto a ellos, haciéndoles compañía, aunque el ambiente de cada vez se hallaba más enrarecido a medida que pasaban las horas. Apenas quedaban portales abiertos en Espiral, así que por lógica el Viajero había aparecido en el portal de Fortaleza. Sin duda, tendría muchos problemas para pasar desapercibido entre las oleadas de Lamat que se extendían por todo alrededor.
Sin embargo, cinco horas después, aquella presencia ya era fuerte, muy fuerte. ¿Estaría usando la magia para acelerar su encuentro con los demás Viajeros? Si aquello era así, estaba corriendo un riesgo muy elevado.

-¿Por qué no se pone en contacto con nosotros por telepatía? No lo entiendo - dijo un impaciente Hanuil, que no podía dejar de dar vueltas alrededor de la hoguera, mientras, poco a poco, empezaba a clarear en el horizonte. La expectación, aún así, era tal, que nadie notaba los efectos del sueño.

Poco tiempo después, aún lejanos, empezaron a escuchar unos leves pasos entre la maleza del bosque. Cada minuto que pasaba, más cerca se escuchaban, mientras el alba empezaba a teñir el cielo, con pinceladas suaves y dispersas. Solamente se escuchaban los primeros trinos de los pájaros que, poco a poco, despertaban para dar la bienvenida a un nuevo día. Nadie movía un músculo, absolutamente nadie. Lúne e Ichiro intercambiaron miradas interrogatorias, y lo mismo hicieron Anie y Yume, mientras que Nuán permanecía quieto, como una estatua, ante la espesura de las ramas que se abrazaban entre sí, mecidas levemente por el viento.

-¿Y si se trata de una trampa? - se atrevió a susurrar Ichiro, mirando de reojo a Elrick, el cual prefirió mantenerse en silencio, a la espera. Lo cierto es que, cada cierto tiempo, acariciaba el mango de su espadón, envainado en su espalda.

Se debía encontrar ya a menos de un centenar de pasos. Era un caminar pesado, de grandes zancadas que recordaban al tic-tac de un reloj mientras que, curiosamente, se escuchaba también otro ruído, más rápido, como si fueran otros pasos. ¿Qué significaba aquello?
Más y más cerca, suspense. Una espera interminable. Una espera más larga que aquellas últimas cinco horas. Y, por fin, una silueta arrancada gracias a la luz de la hoguera, una silueta gruesa y grande que, de repente, se dividió en otra más delgada y pequeña que se separó de ésta.
Y por fin, salió a la luz el misterio del nuevo Viajero. Por fin alcanzó el claro.

Elrick, Hanuil e Ichiro se quedaron helados, en silencio, petrificados. No daban crédito a lo que veían, tenía que tratarse de un sueño, de una visión, de un espejismo.

-¡Pero qué bienvenida es esta! - exclamó un gordísimo Lorilei, alzando una piel con vino dentro - ¡Cuánta maravilla, cuánta alegría recorre mi corazón!

Tras él apareció un niño de cabellos azules, con la mirada posada en el suelo, las mejillas enrojecidas. Y sus ojos se posaron en Ichiro.

-¡Rí...Rívon!

Ichiro no podía dar crédito a lo que tenía ante sus ojos. No cesaba de parpadear constantemente, como si quisiera cercionarse de que aquello, efectivamente, se trataba de algo real. Al contrario de lo que había creído, lo único que sintió en aquel momento fue una gran culpabilidad, mezclada por la sorpresa que le había producido la aparición de su mejor amigo.

-¿C...cómo has podido encontrarme? - dijo la feérica, acercándose a él a pequeños pasos, inseguros, los ojos bien abiertos y desencajados.

Rívon alzó una ceja y puso los brazos en jarras.

-¿Ésta es la reacción que tienes al verme de nuevo? He cruzado a esta dimensión para encontrarte, para devolverte con tu familia - la cogió de los hombros y la miró con profundidad - En Húgaldic todos están preocupados por ti.

De repente, en los ojos de Ichiro desapareció todo brillo, toda luz que antaño los había iluminado con gran claridad. El Sol empezaba a aparecer por el Este, filtrándose de forma fantasmal entre las ramas de los árboles mientras, por contra, su rostro se oscurecía.

-¡Dale una tregua al pobre Rívon! - intervino Lorilei, acariciándose la barriga y manteniendo su sonrisa jovial - Le encontré vagando, famélico, en las tierras yermas de alrededor del acceso al pueblo de los Viajeros. Yo me llamo Lorilei - se combó en una exagerada reverencia - Viajero y a vuestro servicio.

-No necesito que nadie me venga a buscar para volver con mi familia - le miró con los ojos encendidos de odio - ¡Ya soy suficientemente mayor como para saber con quien voy y hacia dónde voy! Y yo... - al cabo de un instante se dio cuenta que había hablado sin pensar - Yo aprecio, de veras, que te hayas preocupado por ti. Pero yo...no quiero volver.

Un silencio tenso se propagó en el ambiente, haciendo que incluso la hoguera pareciera fría como el hielo. Rívon bajó los ojos y se encorvó, hasta que parecía que estaba a un solo instante de llorar.

-Por cierto, Hanuil - Lorilei se acercó a él con grandes zancadas hasta colocarse a muy poca distancia de él, con una sonrisa pícara - Tengo un asunto pendiente contigo.

Sin mediar una palabra más, Lorilei le propinó un sonoro puñetazo en la nariz al rubio Viajero hasta el punto de tumbarlo en la hierba cuan largo era. Luego se sopló el puño, satisfecho.

-Ahora estamos en paz.

-¡Pero qué diablos...! - Hanuil se palpó la nariz, la cual sangraba abundantemente, reabriendo la herida que le había hecho Lyr unos días atrás con otro puñetazo.

Elrick estalló en carcajadas, él solo, pues Lyr estaba más pendiente en qué sucedía entre Rívon e Ichiro que en todo lo demás. No existía nada más para él. El resto, simplemente, abrió la boca con asombro.

-Daros un abrazo y asunto concluido. Somos Viajeros y debemos permanecer juntos - Elrick se enjuagó las lágrimas de la risa y agarró a ambos por la espalda - Todos hemos cometido errores.

-¡No voy a darle un abrazo a alguien que me acaba de romper la nariz!

Hanuil se marchó al bosque con paso rápido y desapareció durante un tiempo, entre las risas de Lorilei y Elrick. Mientras tanto, Lyr permanecía meditabundo, observando a Rívon.

-Si de verdad quieres a Ichiro, lo que deberías hacer es aceptar sus deseos y actuar en consecuencia - se acercó a él, con el semblante sombrío y sus ojos brillantes - De lo contrario, vuelve por dónde has venido.

Rívon titubeó unos segundos, hasta que reaccionó y se encaró a él, con el ceño fruncido y el rostro rojizo.

-No sé quien eres, pero hablas como si conocieras a Ichiro de toda la vida. Y yo...soy su mejor amigo. Sé lo que a ella le conviene mejor que nadie.

-¿Ah sí? - Ichiro se entrepuso entre los dos, los brazos en jarra - Ilumíname.

-¡Basta! - gritó Elrick, con un tono de voz grave y altivo que no admitía réplica - Rívon...¿Aceptas que Ichiro no quiera volver a casa, y quiera seguir siendo una Viajera?

El joven feérico se quedó silencioso, sus ojos como si fueran dos piedras de azabache. Se sentía cómo si todo aquel viaje, todo aquel sufrimiento, hubiera sido en vano. Todo en vano. Se sentía como un juguete en manos del destino. Tragó saliva, y permaneció en silencio.

-Ichiro vendrá con nosotros - añadió Elrick, mirando las estrellas con ojos fríos, indescifrables - Si es que quiere seguir siendo una Viajera, por supuesto.

La joven feérica miró a Lyr con ojos desesperados, tratando de buscar ayuda en ellos. Pero él no encontró palabras en aquel momento. No encontró la ayuda que esperaba poder proporcionarle. Solamente esperaba. Esperaba una reacción de ella.

Una reacción que nunca iba a llegar.

-Yo...yo quiero seguir siendo una Viajera. Pero...quiero irme con él. No podría seguir viviendo sin él.

Rívon alzó una ceja, interrogativo.

-¿Quien es él? ¿Es este chico? - combó la cabeza hacia Lyr.

Yume desvió la mirada, tratando de desentenderse de la escena, mientras que Anie se reunía con ella y le pasaba un brazo alrededor de su espalda. Tampoco dijeron nada. Se mantuvieron en silencio.

Ichiro se puso a llorar.

-Iré con ella, dondequiera que vaya. E iré con los feéricos - se dijo a sí mismo Rívon.

La joven feérica se dirigió hacia Lyr y cayó sobre su pecho, derrumbándose, y dejando su pecho repleto de lágrimas de una despedida inminente.

-Lo siento...lo siento...

-No te preocupes, Ichiro - Lyr le acarició los cabellos azules con dulzura y sonrió afablemente - Te entiendo. Y te quiero.

El corazón de Lyr estaba inundado, inundado de lágrimas de rabia y de impotencia.