Monday, November 8, 2010

Partir

Caminaban por senderos que, seguramente, nadie había transitado desde hacía lustros, para así evitar un fortuito y desagradable encuentro con los Lamat o con algún destacamento de tropas de la Orden de Wail. Habían caminado durante 3 noches consecutivas y sus recursos empezaban a escasear. Sin embargo, Yume parecía muy animada.

-Yume – murmuró Anie, frunciendo el ceño – Si no paras de canturrear ya me encargaré yo de qué lo hagas.

A la joven de cabellos rubios se le iluminó la cara con una gran sonrisa y abrazó a su amiga desde detrás, provocando que casi perdiera el equilibrio.

-¡Si no fuera por mí, éste sería el grupo de viajeros más aburrido de la historia! ¡Venga, anímate un poco Anie!

-Como nos ataquen por tu culpa sí que me voy a animar, y mucho – replicó la morena, lanzándole una mirada reprobatoria.

Lyr se llevó una mano en la frente y suspiro de forma muy elocuente.

-Ahora entiendo por qué siempre he preferido la compañía masculina a la hora de ir de viaje...

-¡Y tú cierra el pico! - exclamaron las dos al unísono. Lyr esbozó una sonrisa y siguió caminando detrás de ellas. Faltaba algo menos de una hora para que llegara el alba y pronto tendrían que hallar un lugar seguro dónde acampar, a mucha distancia del camino. Sabían que pronto deberían dejar atrás la floresta y que, cuando aquello ocurriera, se verían obligados a buscar alguna solución arriesgada para seguir viajando a salvo.

De repente, en medio de la oscuridad, surgió lo que parecía el sonido del trote de un caballo. De un caballo solitario que se aproximaba a ellos.

-¡A resguardo! - murmuró Anie, la primera en escuchar las pisadas del animal – Escucho el ruido de un caballo dirigiéndose hacia aquí.

Los tres se escondieron tras el tocón de un árbol y aguardaron, repletos de tensión: parecía cómo si los ruidos nocturnos hubieran cesado, aguantando la respiración, ante la súbita aparición de aquel nuevo sonido. Poco a poco, Anie y Lyr desenvainaron sus respectivas espadas. Yume miró al joven de cabellos largos y oscuros, con ojos llenos de excitación.

-¿Y si le robamos el caballo? Un caballo puede sernos muy útil y seguro que se trata de un viajero perdido.

Lyr alzó una ceja, desconcertado.

-¿Desde cuándo tienes esas ideas, Yume? ¿Ahora deseas convertirte en una asaltadora de caminos?

La joven ahogó una sonrisita con su mano.

-¡Silencio! - espetó Anie, acuchillándoles con sus ojos oscuros.

Por fin, tras una pequeña colina cubierta de árboles, apareció el caballo con dos personas montadas sobre él y una tercera llevándolo por las riendas, caminando a su lado. Cuando ya se encontraban más cerca, gracias a una antorcha que llevaba consigo el que iba caminando junto al animal, pudieron distinguirles mejor: se trataba de una mujer, un niño y un hombre.

-¿Todavía sigues con la idea del hurto? - preguntó Lyr, con sarcasmo – Incluso podrías secuestrar al pequeño y pedir un rescate – le guiñó un ojo.

Yume arrugó la nariz, decepcionada, y, justo en aquel momento, Anie envainó la espada y se dirigió hacia la pequeña caravana enseñándoles la palma de las manos, indicando que no les harían daño. Lyr y Yume, acto seguido, emularon a la chica.

Al ver a aquellos 3 jóvenes apareciendo, repentinamente, desde la oscuridad del camino, la mujer lanzó un ahogado grito y apretó hacia su regazo al niño que llevaba sentado delante suya. El hombre, el cual era alto y delgado con la tez pálida y de ojos saltones, no dio síntomas de ponerse nervioso. Simplemente cesó la marcha y esperó, sin que en su rostro hubiera el más mínimo movimiento.

-No os haremos daño, tranquilos – sentenció Anie, tratando de componer la mejor de sus sonrisas.

-Si es así – dijo el hombre, con un tono de voz monótono y frío – Tened la merced de dejarnos continuar nuestro camino.

Lyr dio unos pasos hacia el frente y se combó en una leve y cortés reverencia. Luego le miró con sus ojos grises y expresivos, los cuales parecían dos Lunas que refulgían en la noche.

-Perdonad nuestra inoportuna intromisión, más nos sería de gran ayuda si nos proporcionarais algo de información – Al ver que el hombre era reacio a colaborar, el joven se dirigió hacia la mujer y volvió a hacer una reverencia. Luego le sonrió – Perdonad si os he asustado, bella señora. ¿Necesita de algo vuestro hijo?

La mujer parpadeó unas cuantas veces, sorprendida, y, al fin, después de balbucear algunas palabras, le devolvió una tímida sonrisa.

-Estamos bien, gracias. Justo esta noche hemos conseguido huir del pueblo...

-¡Luanna! - el hombre profirió un estruendoso grito que sorprendió a todos, dirigido a la mujer.

-Estos chicos son inofensivos, Mérku. ¿Qué opinas, cariño? - la mujer se dirigió al niño con una sonrisa. Tenía unos 7 años y tenía el pelo rubio y unos grandes ojos color turquesa, como la madre. Echó un vistazo primero a Lyr y luego a Anie y a Yume. Giró la cara, sin atreverse a responder y con las mejillas enrojecidas.

Yume se acercó a ellos dando un par de saltos, risueña y fue directa hacia el niño.

-¡Qué cosita más mona! ¿Cómo se llama? - le acarició una mejilla con dulzura, ante la atenta y aún desconfiada mirada del hombre, que seguía sin decir nada.

-Se llama Níovan – respondió la mujer, devolviéndole la sonrisa - Perdonadle, es de pocas palabras y, además, ha visto cosas que un niño no debería ver a esa temprana edad. Pero vamos a salir adelante. Seguro. ¿Verdad, Mérku?

El hombre solamente respondió con un apagado gruñido.

-En las tierras del norte está habiendo revueltas en casi todas las aldeas, en contra de la Órden de Wail. Todas han fracasado – suspiró Luanna, con aire cansado – Y ha habido muchas víctimas y mucha represión. La gente está aterrorizada tanto de Wail como de los Lamat. Están todos entre la espada y la pared y la única forma de sobrevivir es huir a tierras yermas. Y eso es precisamente lo que hemos hecho, para proteger a nuestro pequeño.

Anie se quedó pensativa.

-Así que nos estamos dirigiendo justo en medio de un polvorín. Fenomenal... - se enjuagó los ojos, algo cansada – Si queréis encontrar algunos refugios seguros, mejor que os dirijáis al Este, que es la zona más despoblada. El sur y el oeste está todo controlado por Wail. ¿De acuerdo?

La mujer asintió, agradecida, mientras acariciaba los cabellos del niño con suavidad.

-Seguiremos vuestro consejo, gracias.

-Evitad entrar en las aldeas – por fin intervino el hombre, mientras se ponía en marcha de nuevo llevando el caballo por las riendas – Si buscáis provisiones y algo de ayuda, encontraréis asentamientos rebeldes dispersados. Buscad espirales verdes y seguidlas. Adiós e id en paz.

Los 3 se quedaron pensativos durante unos momentos hasta que volvieron en sí y despidieron a la pequeña caravana, deseándoles suerte. ¿Unas espirales verdes?



-Si no encontramos pronto estas marcas de espirales verdes que nos lleven a un refugio seguro, tendremos que empezar a tomar medidas drásticas.

Ambas jóvenes asintieron levemente al escuchar las arrastradas y cansadas palabras de Lyr, y no tuvieron que añadir nada más a aquella obviedad: ya sólo les quedaban víveres para dos días más y, además, necesitaban descansar de forma urgente. Incluso Yume, la que se había mantenido más alegre durante el camino, ya hacía tiempo que no pronunciaba palabra. Desde que habían abandonado el frondoso bosque, no hacían más que evitar cualquier camino que pareciera mínimamente transitado. Estaban bordeando unas rocosas y ariscas colinas avanzando de forma muy lenta, y aún no tenían claro cómo lo harían para seguir adelante sin resultar sospechosos y sin evitar posibles ataques de los Lamat. De hecho, en algunas ocasiones ya habían tenido que huir y esconderse por culpa de la presencia cercana de aquellos monstruos que se hallaban merodeando por casi todas las tierras de Espiral.

Ya empezaba a asomarse el Sol en el horizonte, un amanecer sangriento que no auguraba nada bueno. Empezaba a soplar un viento eléctrico que auguraba una tormenta.

-Debemos apresurarnos – espetó Anie, con el rostro preocupado y ensombrecido – antes que se nos eche la tormenta encima. En estas colinas no hay buenos sitios para acampar.

Lyr asintió y se rascó la nuca, tratando de otear en los parajes de alrededor si podía hallar algún recoveco, alguna pequeña cueva en la que pudieran descansar durante el día sin que nadie pudiera reparar en su presencia. Yume, sin embargo, parecía pensativa, con los ojos melancólicos, como si de repente los recuerdos la hubieran aprisionado.

-¿Te encuentras bien, Yume? - preguntó Anie, posando una mano sobre su hombro.

-Dolor, mucho dolor... - abrió los ojos de forma exagerada, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo importante que había olvidado y, sin previo aviso, se puso a llorar.

-Yume... - Lyr también se acercó y le pasó una mano en la espalda, tratando de reconfortarla - ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras?

Un fuerte viento azotó a los tres viajeros y los cabellos rubios de Yume, de pronto, parecían estar moviéndose de una forma acompasada, como si se hallaran bajo el mar. Cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran libremente por sus mejillas. Al cabo de un minuto en qué se mantuvo inmóvil como una piedra, por fin volvió a abrir los ojos, unos ojos de un azul cristalino que parecían haber recobrado vida y una sonrisa que rezumaba paz de espíritu y alegría.

El viento cesó de soplar y sus cabellos volvieron a caer sobre su espalda como riachuelos de oro.

-Yume...¿Qué...? - Lyr y Anie no daban crédito a lo qué acababa de suceder.

-No me pasa nada, tranquilos – les interrumpió la joven – Es...imposible de explicar, pero ahora lo entiendo. Lo entiendo todo. Seguidme, por favor.

Los dos jóvenes, al escuchar aquellas palabras, se miraron extrañados y pestañearon varias veces, sin embargo, Yume ya se había puesto en camino subiendo una de las innumerables colinas que poblaban el paisaje con rapidez y determinación, como si supiera exactamente hacia dónde se encaminaba

-¿Estas cosas las hace muy a menudo? - preguntó un Lyr titubeante – Porque si es así, tenemos un problema. Y no sé de qué naturaleza.

Anie se pasó una mano a través de sus cabellos castaños.

-Jamás la había visto así. Pero será mejor que la sigamos, que esta chica es capaz de caerse dentro de un pozo rodeado de una cerca protectora.

-Me acabas de convencer.

Ambos la siguieron lo más deprisa que pudieron a través de pequeños arroyuelos, piedras sueltas llenas de musgo y de retorcidos arbustos cuyas raíces les dificultaban el camino. Yume ya había llegado a la cima y se hallaba arrodillada en el centro de una diminuta arboleda de árboles combados por el viento y parecía estar palpando la hierba en busca de alguna cosa, de forma desesperada. Los dos compañeros, por fin, llegaron junto a ella.

-¡Yume! - su amiga la zarandeó desde atrás, visiblemente preocupada y desconcertada - ¡¿Has perdido el juicio?!

La joven rubia la miró con ojos desorbitados, en dónde nadaba la obsesión.

-Jamás había estado más cuerda. ¡Ayudadme a buscar una compuerta de madera! - hizo un ademán que abarcaba toda la cima – Tiene que estar en algún lugar de la cima. Estoy convencida.

-¿Una compuerta? ¿Por qué habría que haber una compuerta, en un lugar como este? - Lyr frunció el ceño mientras echaba un vistazo a los alrededores, de forma excéptica - ¿Un tesoro escondido desde tiempos inmemoriales?

Yume se enderezó y su expresión, de repente, cambió por completó. Su rostro parecía, ahora, la de un ser mitológico de belleza temible y de venganza infinita. Apretó los puños.

-¡Si vais a mofaros de mí, marchaos y dejadme en paz! ¡Lo buscaré yo sola!

Anie suspiró profundamente, mientras observaba como los primeros rayos del Sol aparecían en el horizonte. Lo miró con cierto temor, como el fuego que espera al condenado a morir en la hoguera.

-Démonos prisa, entonces, antes que seamos un blanco perfecto.

A un extremo y al otro de la cima, entre la frondosa hierba que no dejaba ver ni un centímetro de suelo, empezaron a hurgar con las manos, tanteando con rapidez y con un ojo puesto en el inminente amanecer. Un grito desangelado, inhumano, se escuchó desde muy lejos, arrastrado por la brisa. Un gruñido terrible. Más gritos. El amanecer parecía atraer a los horrores, en contra de la mítica creencia en la noche como portadora del miedo y del terror.

De día, los Lamat cazaban con mucha más facilidad.

-¡Nos van a ver! ¡Nos van a cazar como conejos perdidos ! - Anie sentía como un sudor frío le recorría la espalda, y ya se imaginaba que tendrían que luchar por sus vidas ahí arriba, enfrentándose a una muerte segura.

-Ya nos han visto – sentenció Lyr, sin cesar de buscar entre la hierba algo que resonara como madera – Seguramente ya vienen hacia aquí. Está atenta y ten la vaina suelta para sacar la espada.

-¡La he encontrado! ¡La he encontrado!

Yume se levantó del suelo, con su vestido de viaje repleto de barro y con el semblante feliz y triunfal.

Lyr se levantó, pero su rostro era más sombrío que antes.

-Yume, intenta abrir la compuerta mientras nos encargamos de unos amigos que vienen a hacernos una visita – sonrió de forma sarcástica y se dirigió a Anie – Sin miedo. Nos servirá para entrenarnos.

Anie le miró con los ojos desencajados, levantándose del suelo como un resorte.

-Estarás bromeando. ¿No? ¿Cómo sabes que...?

Como si sus palabras hubieran invocado sus propios temores, unos horribles gritos guturales recorrieron toda la colina, unos gritos que harían palidecer hasta al guerrero más curtido y experimentado. No eran voces de este mundo. No eran humanas.

-Desenvaina y ponte espalda contra espalda conmigo. ¡No te separes de mí en ningún momento!

Anie tragó saliva y, temblando de pies a cabeza, hizo exactamente lo que decía Lyr. Desenvainó la espada y sintió como si en su estómago se desencadenara un terremoto, como si su cuerpo se encogiera hacia el suelo.

-N...no puedo hacerlo. nu...nunca he...

-¡Recuerda aquella lucha que tuvimos los dos en Firya! ¡Límitate a ser tu misma y deja que el miedo sea un recurso más para tu rabia y tu ira! ¡Libéralo! - Lyr también había desenvainado su espada y la dirigía hacia el frente, sin titubear un solo momento - ¡Yume! ¿Cómo vas?

Los gruñidos y gritos de cada vez eran más fuertes, e incluso podían escuchar una especie de risas alrededor de la colina, surgiendo por todas partes.

-¡E...estoy en ello! ¡Pesa mucho!

Al fin, justo en el costado que se dirigía hacia la pequeña arboleda en dónde Yume había encontrado la compuerta de madera, apareció, con paso agigantado, uno de los Lamat, un monstruo con la forma de un enorme pez con piernas, bípedo, cubierto de aguijones por todo el cuerpo y con unas fauces tan grandes como un ser humano. Debía medir unos 3 metros de altura. Por el otro lado, justo después, apareció otro igual de enorme pero con una forma totalmente distinta: una bola de grasa que recordaba a un jabalí, con dos bocas dentadas que babeaban un líquido azulado.

Anie sintió unas lágrimas calientes recorrer sus mejillas. Lyr, notando su insoportable terror, le propinó un puñetazo en la mejilla a la chica, hasta el punto de tirarla al suelo.

-¡Deja de lloriquear y ponte en guardia! ¡Esto es a vida o muerte, no es un maldito muñeco de madera!

Y venían más de ellos, muchos más. Tenían que acabar con aquellas dos bestias, presto, antes que les rodearan todos los que venían detrás. Anie se incorporó, sin ganas de echarle una mirada reprobatoria a su agresor, y se encaró a aquel enorme Lamat con forma de jabalí, mientras que Lyr, como si de un gato se tratara, con unos cuantos saltos se había interpuesto entre el Lamat y Yume, la cual entre espasmos de terror intentaba abrir la compuerta en vano.

El jóven consiguió abortar los primeros ataques del Lamat con unas fintas bien trenzadas, mientras que, saltando sobre el monstruo, le propinó un profundo espadazo bajo el vientre que le hizo trastabillar durante unos segundos, los suficientes para fijarse en lo que hacían Yume y Anie.

-¡Anie! ¡Recuerda las clases! ¡Recuerda que tienes que aprovecharte de la fuerza del oponente! - el Lamat volvió a incorporarse y, con un rápido movimiento, le propinó un fuerte golpe a Lyr en la cabeza que por poco le dejó inconsciente. Sintió la sangre caliente recorrer sus mejillas, pero prosiguió, más iracundo que antes - ¡Yume! ¡Date prisa!

-¡Hago lo que puedo! - gritó entre sollozos - ¡Pesa demasiado!

Tenían que acabar con aquellos dos Lamat, antes que viniera el resto. Anie había recibido un duro golpe en el costado, justo en medio de las costillas, mientras trataba de esquivar uno de los duros ataques del monstruo. Estaba tendida en el suelo, tratando de incorporarse, mientras el monstruo se dirigía hacia ella para darle el golpe de gracia con una de sus garras como mazas.

Lyr tenía que meter toda la carne en el asador, tenía que arriesgarse, a vida o a muerte. No tenía más remedio que dejarlo todo al azar, y que el destino decidiera.

En contra de todo lo que había aprendido durante los largos años de entrenamiento, se abalanzó sobre el Lamat corriendo, sin tener en cuenta sus defensas ni la reacción del monstruo. Este, sin embargo, no pareció esperarse aquel repentino ataque y dio un paso hacia atrás.

Y aquel paso fue su perdición.

La espada de Lyr se introdujo directamente en el largo cuello del Lamat y la sacó llena de sangre más oscura que el azabache y, haciendo una rápida finta, se dirigió con tres saltos hacia el otro Lamat que ya estaba apunto de golpear de forma fatal a Anie, la cual parecía estar paralizada, tratando de levantarse en vano.

Lyr saltó sobre la grupa del monstruo y éste, al notar aquella repentina fuerza que le había atenazado, dio una fuerte sacudida acompañada por un grito que casi dejó sordo al joven. Éste había caído rodando al suelo.

-¡Anie! ¡Ahora! - Lyr vio como el monstruo ahora se abalanzaba sobre él, soltando espuma por las dos fauces abiertas y dispuesto a destrozarlo con toda su brutal fuerza - ¡Acuchíllalo por detrás!

-¡No puedo moverme! ¡Mi...mis costillas! - Anie trataba de levantarse en vano, haciendo un esfuerzo sobrehumano, pero no había manera - ¡Lyr, no puedo levantarme!

En el último momento, los reflejos adquiridos durante tanto tiempo salvaron a Lyr, pero no pudo evitar que la fuerza de una de las garras del monstruo cayera sobre el brazo izquierdo del joven. Éste aulló de dolor, cerró los ojos y apretó los puños.

Recuerdos.

Los recuerdos son caprichosos, engañosos, traicioneros. Cubren el alma humana de aflicción y de dudas en los momentos más insospechados. Pero un recuerdo también puede ser una luz en la oscuridad, una chispa que enciende la hoguera cuando estás apunto de morir congelado.

Y Lyr recordó.

Recordó llamas más altas que un palacio. Recordó los cadáveres apiñándose entre las casas destrozadas. Recordó a Agros, a sus mejores amigos. Recordó unas esperanzas que se rompían como hojas secas bajo unos pies pesados. Y todo ello en un instante. En un sólo instante que pasó justo antes que, cogiendo un desesperado impulso, apretando los dientes le cortara la cabeza de un solo tajo al Lamat, antes de caer de nuevo rendido al suelo y todo salpicado en sangre oscura.

Pero tenía que levantarse, tenía que incorporarse a pesar del dolor insoportable que sentía, a pesar de querer quedarse tumbado sobre la hierba, esperando que los otros monstruos acabaran con él y con todos aquellos recuerdos dolorosos. Pues él no estaba sólo. Podía aún hacer algo para alguien, para alguien que apreciaba y a los que no soportaría dejar solos ante la muerte.

Se levantó tambaleándose y se dirigió corriendo hacia la compuerta que Yume estaba tratando de abrir. Tenía el brazo derecho entumecido, y su brazo izquierdo directamente no lo sentía. Seguramente lo tendría roto, destrozado por dentro. Pero debía hacer el último esfuerzo.

-¡Yume! ¡Los dos juntos tiremos hacia arriba! - la miró con sus ojos grises intensos y relampagueantes - ¡Ahora!

La compuerta poco a poco empezó a ceder, mientras ya podían entrever con el rabillo del ojo cómo los demás Lamat se acercaban colina arriba en su búsqueda. Poco a poco fue abriéndose y, finalmente, ambos cayeron hacia atrás por el efecto de la gran fuerza que habían usado para abrirla. ¡Lo habían conseguido! Hacia abajo unas escaleras muy empinadas que llevaban a un abismo, como si de la garganta de un dragón sin fuego en su interior se tratara.

-¡Anie! - Yume hizo ademán de ir a por ella, pero Lyr la paró en seco con su brazo.

-¡Ves hacia abajo! ¡Ya! No tienes armas para retenerlos. ¡Espéranos ahí!

El joven se precipitó hacia dónde se hallaba Anie tumbada, en medio de un charco de sangre que pertenecía a ella. No, no solamente se había roto las costillas, era algo más serio. Un Lamat apareció a menos de 5 metros de ellos, un monstruo más grande que los demás con forma simiesca, de color oscuro.

-¡Lyr, salva tu vida y la de Yume! ¡Vete, cierra la compuerta detrás de vosotros! - Anie no cesaba de llorar.

-¡No voy a dejar a nadie atrás! Y si no quieres venir, te voy a obligar. No puedes moverte – sonrió, tratando de darle coraje a la joven.

-¡Eres...eres un...aaaaah...! - su rostro se arrugó de dolor cuando Lyr se la puso a la espalda sin ninguna contemplación. Era mejor romperle otra costilla que dejarla ahí a merced de la muerte. Corrió hacia el agujero con todas las fuerzas que le quedaban y sintió que estas le venían de fuera, que había algo que le había dado un último suspiro, una energía que le era familiar, que en aquellos momentos no recordaba.

Y, sin apenas darse cuenta, ambos se encontraban a salvo, la compuerta encerrada sobre ellos.



-¡Anie! ¡Feliz cumpleaños!

Arín se acercó a ella con una gran sonrisa en el rostro, risueña, con un paquete bajo el brazo. Luego se lo dio, con gran excitación y dando pequeños saltitos de ilusión.

-Eh...¿Hoy era mi cumpleaños? - abrió los ojos, sorprendida. Sus padres estallaron en carcajadas, al otro lado de la mesa – Gracias...

Cogió el paquete de color turquesa y lo abrió cuidadosamente. Tan cuidadosamente que era incapaz de abrirlo.

-¡Déjame a mí! - espetó su hermana pequeña, la cual agarró el paquete y lo destrozó con gran impulsividad. De dentro del paquete roto apareció un zorrito de madera, perfectamente esculpido y con una sonrisa picaresca en sus labios animalescos – El otro día me dijiste que era tu animal favorito y no pude evitar...

Anie no podía salir de su asombro y, pronto, sintió como unas lágrimas empezaban a aflorar desde dentro de sus ojos. Lo cogió con cuidado y lo examinó, con una sonrisa ilusionada. Luego miró a su hermana de arriba a abajo.

-Gracias...Me sorprende que me hayas regalado esto sin querer nada a cambio.

Arín se echó a reir y abrazó a su hermana de forma efusiva. Y luego los Lamat, vio a los Lamat despedazándola desde lejos mientras huía con sus padres. Lágrimas. Más lágrimas...

Años de reclusión, culpabilidad, soledad. Y aún así seguía estando a su lado, con aquella sonrisa, durmiendo junto a ella y contándole historias que había escuchado de algún juglar. Su calidez, su abrazo. Ella era la hermana mayor, pero junto a ella, se sentía pequeña, vulnerable...y a salvo.

Aún la sentía junto a ella, estaba ahí, a pesar de todo. A pesar de haberla abandonado.

Lágrimas. Más lágrimas.

-¡Arín!

Abrió los ojos, todo su cuerpo temblando como una hoja azotada por un viento huracanado. Lo primero que sintió fue una cruel punzada en el costado y, luego, una cueva levemente iluminada por una lámpara que se hallaba a su lado. Giró su cabeza con rapidez, como un animal asustado, y vio los rostros preocupados de Lyr y Yume. Y no fue hasta aquel momento cuando se dio cuenta que estaba llorando como una niña pequeña a la qué dejan por primera vez en las puertas del colegio.

-¡Anie!

Yume se arrodilló junto a ella y la abrazó con tanta fuerza que la hizo gritar de dolor. ¡Justo en la herida!

-¡Yume, serás bestia! - dijo Lyr, sonriendo, sin embargo, con dulzura – Me alegro que te hayas despertado. Nos lo has hecho pasar mal, y pagarás por ello.

-¿Do...dónde estoy?

Lyr abarcó con su mano las pinturas que, de repente, se hacían visibles para Anie, la cual aún no había reparado apenas en el sitio dónde se hallaba. Eran frescos de colores vivos de danzas entre hombres y seres de muchas formas y tamaños, en círculos, rodeados también de animales en bosques.

-Yume tenía razón, este es un sitio increíble. Pero primero debemos tratar lo que tienes – Lyr se acercó a ella y le palpó el costado, por lo cual Anie dio un respingo de dolor – Agarra mi brazo, veamos si eres capaz de caminar un poco. Quizá solo sea un fuerte golpe y no tengas nada roto.

Anie sintió sus mejillas arder un poco.

-Voy a levantarme yo sola. Déjame intentarlo.

Pero otra punzada de dolor la dejó paralizada y sin aliento.

Yume, ayúdala a levantarse, por favor – Lyr compuso una media sonrisa - así luego no sentirá su orgullo herido porque haya sido yo quien la haya salvado y ayudado a levantarse.

Anie miró hacia otro lado, la sangre acudiendo con más fuerza a sus mejillas. No obstante, no añadió nada más y dejó que su amiga la ayudara a incorporarse apoyándose en su espalda.

-Quien me hubiera dicho hace dos días, que Yume tendría que cuidar de mí... - dijo Anie, con una sonrisa irónica.

-Lo siento, Anie...

-¡Venga va, no empieces! Estamos todos vivos. ¿No?

-Si, pero yo fui la que...

-Venga, voy a dar el primer paso. Si me caigo y no me recoges, entonces sí que sentirás mi ira con toda mi pasión...

Anie dio un paso, dos pasos, tres...Sentía un dolor que le hacía saltar las lágrimas pero, sin embargo, podía caminar. Había pasado de sentirse preparada para la batalla, a una simple cría que se había creído guerrera hasta que las circunstancias le habían encarado a la realidad. Y, al final, quien más había odiado durante la última parte de su vida, aquel quién había herido a Yume, aquél en quién jamás había confiado, le había salvado la vida. ¿En verdad servía para algo todo lo que había entrenado? Ahora ya poco importaba. Se sentía impotente, demasiado débil como para preocuparse en demasía por aquello.

-Ahora ya ves para qué sirvo en este viaje... – miró a Lyr, con una sonrisa que destilaba derrota y agradecimiento al mismo tiempo, aunque eso último no quisiera admitirlo.

Lyr se encogió de hombros, sin dejar de observar aquellos enigmáticos frescos. Su semblante era serio y pensativo.

-Ahora ya no se trata de demostrar quien es más valiente, ni quien blande mejor la espada – posó sus ojos sobre ella, graves – Ahora se trata de sobrevivir, de apoyarnos los unos a los otros. Porque es lo único que tenemos.

-Tienes que reponerte, Anie. No te preocupes por nada más – Yume sonrió y se sentó junto a ella – Aquí estamos a salvo.

Anie se rascó la nuca, tratando de no mostrar el sonrojo de sus mejillas. Se giró hacia Yume y estrechó los ojos, curiosa.

-Yume...¿Cómo supiste que aquí había un refugio escondido? Y es más...¿Aquél...viento?

Yume se rascó la nuca, y frunció el ceño, aunque sus ojos celestes parecían más distraídos que preocupados, más curiosos que desconcertados. Y sonrió, empezando a caminar hacia el interior del oscuro pasadizo, llevando a su herida amiga agarrada de la cintura.

-¡Hey, hey! ¡No tan deprisa! ¡Me duele mucho!

-¿No has escuchado a Lyr? ¡Tenemos que apoyarnos los unos a los otros! - sonrió al joven de vuelta, a lo cuál él también respondió con un mismo gesto, con una pincelada más maliciosa.

-Sin duda, Yume. ¡Hagamos sufrir a Anie por hacerse la valiente!

-¡Cuando me recupere os juro que iré antes a por vosotros que a por los Lamat, par de hijos de perra!

Lyr y Yume se echaron a reir a carcajadas, mientras se adentraban en la insondable oscuridad solamente herida de forma muy leve por la luz de la antorcha. Y pronto reinó el silencio mientras ante ellos parecía alzarse, poco a poco, flotando, una imperceptible niebla y una especie de rizos de viento muy finos se encaramaban por sus cuerpos, dándoles escalofríos. Se adentraban en lo desconocido y tenían la extraña y vívida sensación que aquella gruta latía, que era consciente de su propia existencia y de la de los demás.

Caminaron y caminaron, hasta que parecía que ya habían recorrido varios centenares de kilómetros, que eran miles para Anie. Lyr, el cual estaba sintiendo aquella caminata como algo revigorizante y le había arrancado una sonrisa de sus labios, empezaba, no obstante, a preocuparse por el estado de salud de Anie, al igual que también lo hizo Yume. Pero la morena les increpó con unas cuantas palabras malsonantes que vibraron en el aire arrancando de la gruta un eco que parecía terminar en los confines del mundo. Entonces, decidieron no hablar más.

Parecía que había alguien más escuchando. Y, aún así, sabían que era inevitable que ese alguien pudiera dejar de escucharles.

El aire, mientras seguían aquella interminable gruta de roca plana y de un apagado color, parecía de cada vez más ligero y, al mismo tiempo, más caprichoso: a veces daba la sensación cómo si aquel misterioso viento les envolviera por completo hasta casi hacerles flotar, y en otras ocasiones les empujaba desde atrás con brío, acariciándoles y haciéndoles cosquillas que, incluso, les habían hecho reir.

Aroma.

Al principio tan sólo sintieron un ligero mareo a causa de un brusco cambio en aquellos vientos: ya no parecían "jugar" con ellos, al contrario, soplaba una ligera brisa acariciando sus rostros de forma contínua. Y fue ahí cuando notaron el cambio, un cambio que al cabo de muy pocos segundos se hizo más que evidente.
En plena oscuridad, un perfume empezó a embriagar sus corazones, haciéndoles bombear con soltura, como el zapateado de los piececitos de una minúscula hada de los cuentos humanos. Notaban que se elevaban, que se juntaban sin pensarlo siquiera, que reían, que se abrazaban y que solamente sentían y sentían. ¡Danzaban! Y no, como habían dejado de pensar, no pensaban que fuera una locura. ¡¿Qué era eso?!

Y en cuánto al perfume en sí, no podían describirlo pues nunca habían olido nada parecido. Quizá con algunas sensaciones podían acercarse un poco a cómo era la esencia de aquella fragancia: no era ni dulce ni amarga, ni seca ni húmeda. No era floral, ni tampoco terrenal. No se había creado ni bajo la lluvia, ni bajo el Sol. Ni bajo la Luna. No, no era nada que jamás hubieran conocido. Solamente pertenecía a aquella cueva, solamente existía en ella y, fuera de ella, no tenía sentido. Era inconcebible.

¡Color!


Resplandores, tormentas, explosiones de colores que, como mareas en espiral, inundaban las paredes de aquel pasadizo y, al mismo tiempo, les atravesaban, les rodeaban y dibujaban figuras imposibles a sus alrededores. Cada uno de ellos tenía sentimientos distintos hacia aquel despliegue de colores, el cual había eclipsado ya de forma completa a aquella fragancia que ya no eran capaces de oler: Lyr se sentía nadando en un océano de paz cuando los azules y el negro dominaban, dónde misterios y mitos se escondían dentro de islas encantadas. Cuando lo hacían los amarillos y verdes , Yume se ponía a danzar, entre risas, en el interior de un bosque del Mundo Feérico con una miríada de seres sonrientes, alegres y extraños observándola tras los inmensos árboles. Y cuando rojos y púrpuras se presentaban ante ellos, Anie corría, cojera inexistente, entre callejones de una ciudad empedrada, repleta de gentes extrañas, de otros países y culturas. Y era una viajera sin rumbo, sin destino, repleta de goze y sed de aventuras.

Y otra vez aquella niebla, aquella niebla finísima, imperceptible. Los colores parecían haberse difuminado a través de ella y, de hecho, todo parecía haberse transformado en ella. Y, aquella niebla, pareció cómo si empezara a filtrarse a través de las gélidas y desdibujadas rocas que de nuevo les rodeaban. Sintieron el cansancio de nuevo, más pesado que nunca, como una losa sobre sus espaldas. Tuvieron que seguir andando apoyándose los unos con los otros, sintiendo un repentino desasosiego, como si de repente hubieran sido enterrados bajo aquellas grutas para siempre jamás.
Andaban en completa oscuridad. Habían perdido la antorcha.

¿Habían caído en la trampa de algún hechicero de los Lamat que les había hecho perder el norte?

-¡Quiero volver! ¡Quiero volver! - gritó Yume, entre desesperados sollozos, girando sobre sus propios talones y echándose a correr hacia el camino que habían dejado.

Lyr, antes de qué diera un paso más, pudo agarrar "in extremis" las piernas de la joven y la tiró al frío suelo de piedra. Ella forcejeaba y le daba duros golpes con la palma de la mano en el pecho y en la cara.

-¡Basta! ¡Yume! ¡Eran ilusiones, solamente ilusiones! - Lyr luchaba consigo mismo para no tener que caer en los brazos del deseo, el cual le decía que debía volver atrás de una forma casi insoportable.

Una sombra alargada en el suelo, inserida en una trémula y ténue luz que la hacía temblar. Lyr, con gran esfuerzo, alzó sus ojos hacia la causante de aquella sombra: era Anie. Anie plantada como una estatua recortada ante ellos. Parecía estar observando, sin mover un músculo de su cuerpo, algo luminoso contra la pared que se hallaba ante ella y que ellos desde su posición no podían ver.

-Anie. ¿Qué sucede? - susurró Lyr, aún manteniendo agarrada entre sus brazos a una Yume que todavía se retorcía entre ellos, como un animal asustado.

La joven no pronunció palabra alguna hasta que, de repente, ellos también se vieron inmersos en una estupefacción que les dejó aturdidos, sentados en el suelo, sin poder moverse ni abrir la boca: las paredes se iluminaron con una luz plateada, fantasmal, y revelaron la misma cueva desde la qué habían partido antes, la cueva en dónde habían caído huyendo de los Lamat. Incluso la trampilla que iba a dar a la cima de la colina, repleta de musgo y humedad, aún se encontraba allí.

Anie empezó a caminar hacia atrás, lentamente, hasta que trastabilló contra una piedra y cayó junto a ellos dos, con el rostro desencajado, los labios ligeramente abiertos, los ojos que parecían dos castañas abiertas. Y su caída permitió revelar lo que la había dejado de piedra. Y no era para menos.

De la estrecha rendija de una de las piedras que conformaban la pared de la cueva, una finísima niebla como un alfiler dibujaba, o más bien daba vida y forma, a dos pequeños seres de color azul cielo que danzaban en el aire una suerte de jiga alegre, siempre quietos en el mismo lugar, como una fotografía en movimiento, a pesar que parecía que saltaban y correteaban en todo momento. No escuchaban nada. No oían nada.

Silencio.

Desde las paredes levemente iluminadas empezaron a surgir más hilillos de niebla que se trenzaban entre sí, temblaban y dibujaban eses, espirales y círculos. Pronto aquella se convirtió en una auténtica y concurrida fiesta de aquellos mismos seres que danzaban, reían y charlaban entre ellos de forma animada, suspendidos en el aire, indiferentes a su presencia. Eran todos de aquel color cielo, algunos vestidos con exquisitos trajes holgados y elegantes, y otros con poca ropa o desnudos.

Yume se levantó como un resorte del sitio dónde había estado sentada y dio unos cuantos pasos al frente y se detuvo en el centro de aquel baile fantasmal. Y, de pronto, se giró hacia Anie y Lyr, los cuales ahora la miraban boquiabiertos, desconcertados, sin atreverse a acabar con aquel espeso y sobrenatural silencio. Y la joven rubia empezó a danzar de la misma forma que ellos, dando vueltas, pequeños saltitos, sin parar de reir, extasiada. Al cabo de un rato, volvió sobre sus pasos, su semblante que volvía a ser el de siempre. Natural. Desenfadada. Feliz.

-¡Ahora lo entiendo todo! - exclamó, sonriente, mientras les tendía una mano a cada uno para que se levantaran - ¡Nos han llamado! ¡Ellos nos han llamado!

-¿Qu...qué estás diciendo Yume? - preguntó una balbuceante Anie, parpadeando.

-¿No lo entendéis? - prosiguió, emocionada. Ambos se levantaron, cogidos de su mano - ¡Son los recuerdos del pasado! ¡Humanos y feéricos!