Monday, November 8, 2010

Partir

Caminaban por senderos que, seguramente, nadie había transitado desde hacía lustros, para así evitar un fortuito y desagradable encuentro con los Lamat o con algún destacamento de tropas de la Orden de Wail. Habían caminado durante 3 noches consecutivas y sus recursos empezaban a escasear. Sin embargo, Yume parecía muy animada.

-Yume – murmuró Anie, frunciendo el ceño – Si no paras de canturrear ya me encargaré yo de qué lo hagas.

A la joven de cabellos rubios se le iluminó la cara con una gran sonrisa y abrazó a su amiga desde detrás, provocando que casi perdiera el equilibrio.

-¡Si no fuera por mí, éste sería el grupo de viajeros más aburrido de la historia! ¡Venga, anímate un poco Anie!

-Como nos ataquen por tu culpa sí que me voy a animar, y mucho – replicó la morena, lanzándole una mirada reprobatoria.

Lyr se llevó una mano en la frente y suspiro de forma muy elocuente.

-Ahora entiendo por qué siempre he preferido la compañía masculina a la hora de ir de viaje...

-¡Y tú cierra el pico! - exclamaron las dos al unísono. Lyr esbozó una sonrisa y siguió caminando detrás de ellas. Faltaba algo menos de una hora para que llegara el alba y pronto tendrían que hallar un lugar seguro dónde acampar, a mucha distancia del camino. Sabían que pronto deberían dejar atrás la floresta y que, cuando aquello ocurriera, se verían obligados a buscar alguna solución arriesgada para seguir viajando a salvo.

De repente, en medio de la oscuridad, surgió lo que parecía el sonido del trote de un caballo. De un caballo solitario que se aproximaba a ellos.

-¡A resguardo! - murmuró Anie, la primera en escuchar las pisadas del animal – Escucho el ruido de un caballo dirigiéndose hacia aquí.

Los tres se escondieron tras el tocón de un árbol y aguardaron, repletos de tensión: parecía cómo si los ruidos nocturnos hubieran cesado, aguantando la respiración, ante la súbita aparición de aquel nuevo sonido. Poco a poco, Anie y Lyr desenvainaron sus respectivas espadas. Yume miró al joven de cabellos largos y oscuros, con ojos llenos de excitación.

-¿Y si le robamos el caballo? Un caballo puede sernos muy útil y seguro que se trata de un viajero perdido.

Lyr alzó una ceja, desconcertado.

-¿Desde cuándo tienes esas ideas, Yume? ¿Ahora deseas convertirte en una asaltadora de caminos?

La joven ahogó una sonrisita con su mano.

-¡Silencio! - espetó Anie, acuchillándoles con sus ojos oscuros.

Por fin, tras una pequeña colina cubierta de árboles, apareció el caballo con dos personas montadas sobre él y una tercera llevándolo por las riendas, caminando a su lado. Cuando ya se encontraban más cerca, gracias a una antorcha que llevaba consigo el que iba caminando junto al animal, pudieron distinguirles mejor: se trataba de una mujer, un niño y un hombre.

-¿Todavía sigues con la idea del hurto? - preguntó Lyr, con sarcasmo – Incluso podrías secuestrar al pequeño y pedir un rescate – le guiñó un ojo.

Yume arrugó la nariz, decepcionada, y, justo en aquel momento, Anie envainó la espada y se dirigió hacia la pequeña caravana enseñándoles la palma de las manos, indicando que no les harían daño. Lyr y Yume, acto seguido, emularon a la chica.

Al ver a aquellos 3 jóvenes apareciendo, repentinamente, desde la oscuridad del camino, la mujer lanzó un ahogado grito y apretó hacia su regazo al niño que llevaba sentado delante suya. El hombre, el cual era alto y delgado con la tez pálida y de ojos saltones, no dio síntomas de ponerse nervioso. Simplemente cesó la marcha y esperó, sin que en su rostro hubiera el más mínimo movimiento.

-No os haremos daño, tranquilos – sentenció Anie, tratando de componer la mejor de sus sonrisas.

-Si es así – dijo el hombre, con un tono de voz monótono y frío – Tened la merced de dejarnos continuar nuestro camino.

Lyr dio unos pasos hacia el frente y se combó en una leve y cortés reverencia. Luego le miró con sus ojos grises y expresivos, los cuales parecían dos Lunas que refulgían en la noche.

-Perdonad nuestra inoportuna intromisión, más nos sería de gran ayuda si nos proporcionarais algo de información – Al ver que el hombre era reacio a colaborar, el joven se dirigió hacia la mujer y volvió a hacer una reverencia. Luego le sonrió – Perdonad si os he asustado, bella señora. ¿Necesita de algo vuestro hijo?

La mujer parpadeó unas cuantas veces, sorprendida, y, al fin, después de balbucear algunas palabras, le devolvió una tímida sonrisa.

-Estamos bien, gracias. Justo esta noche hemos conseguido huir del pueblo...

-¡Luanna! - el hombre profirió un estruendoso grito que sorprendió a todos, dirigido a la mujer.

-Estos chicos son inofensivos, Mérku. ¿Qué opinas, cariño? - la mujer se dirigió al niño con una sonrisa. Tenía unos 7 años y tenía el pelo rubio y unos grandes ojos color turquesa, como la madre. Echó un vistazo primero a Lyr y luego a Anie y a Yume. Giró la cara, sin atreverse a responder y con las mejillas enrojecidas.

Yume se acercó a ellos dando un par de saltos, risueña y fue directa hacia el niño.

-¡Qué cosita más mona! ¿Cómo se llama? - le acarició una mejilla con dulzura, ante la atenta y aún desconfiada mirada del hombre, que seguía sin decir nada.

-Se llama Níovan – respondió la mujer, devolviéndole la sonrisa - Perdonadle, es de pocas palabras y, además, ha visto cosas que un niño no debería ver a esa temprana edad. Pero vamos a salir adelante. Seguro. ¿Verdad, Mérku?

El hombre solamente respondió con un apagado gruñido.

-En las tierras del norte está habiendo revueltas en casi todas las aldeas, en contra de la Órden de Wail. Todas han fracasado – suspiró Luanna, con aire cansado – Y ha habido muchas víctimas y mucha represión. La gente está aterrorizada tanto de Wail como de los Lamat. Están todos entre la espada y la pared y la única forma de sobrevivir es huir a tierras yermas. Y eso es precisamente lo que hemos hecho, para proteger a nuestro pequeño.

Anie se quedó pensativa.

-Así que nos estamos dirigiendo justo en medio de un polvorín. Fenomenal... - se enjuagó los ojos, algo cansada – Si queréis encontrar algunos refugios seguros, mejor que os dirijáis al Este, que es la zona más despoblada. El sur y el oeste está todo controlado por Wail. ¿De acuerdo?

La mujer asintió, agradecida, mientras acariciaba los cabellos del niño con suavidad.

-Seguiremos vuestro consejo, gracias.

-Evitad entrar en las aldeas – por fin intervino el hombre, mientras se ponía en marcha de nuevo llevando el caballo por las riendas – Si buscáis provisiones y algo de ayuda, encontraréis asentamientos rebeldes dispersados. Buscad espirales verdes y seguidlas. Adiós e id en paz.

Los 3 se quedaron pensativos durante unos momentos hasta que volvieron en sí y despidieron a la pequeña caravana, deseándoles suerte. ¿Unas espirales verdes?



-Si no encontramos pronto estas marcas de espirales verdes que nos lleven a un refugio seguro, tendremos que empezar a tomar medidas drásticas.

Ambas jóvenes asintieron levemente al escuchar las arrastradas y cansadas palabras de Lyr, y no tuvieron que añadir nada más a aquella obviedad: ya sólo les quedaban víveres para dos días más y, además, necesitaban descansar de forma urgente. Incluso Yume, la que se había mantenido más alegre durante el camino, ya hacía tiempo que no pronunciaba palabra. Desde que habían abandonado el frondoso bosque, no hacían más que evitar cualquier camino que pareciera mínimamente transitado. Estaban bordeando unas rocosas y ariscas colinas avanzando de forma muy lenta, y aún no tenían claro cómo lo harían para seguir adelante sin resultar sospechosos y sin evitar posibles ataques de los Lamat. De hecho, en algunas ocasiones ya habían tenido que huir y esconderse por culpa de la presencia cercana de aquellos monstruos que se hallaban merodeando por casi todas las tierras de Espiral.

Ya empezaba a asomarse el Sol en el horizonte, un amanecer sangriento que no auguraba nada bueno. Empezaba a soplar un viento eléctrico que auguraba una tormenta.

-Debemos apresurarnos – espetó Anie, con el rostro preocupado y ensombrecido – antes que se nos eche la tormenta encima. En estas colinas no hay buenos sitios para acampar.

Lyr asintió y se rascó la nuca, tratando de otear en los parajes de alrededor si podía hallar algún recoveco, alguna pequeña cueva en la que pudieran descansar durante el día sin que nadie pudiera reparar en su presencia. Yume, sin embargo, parecía pensativa, con los ojos melancólicos, como si de repente los recuerdos la hubieran aprisionado.

-¿Te encuentras bien, Yume? - preguntó Anie, posando una mano sobre su hombro.

-Dolor, mucho dolor... - abrió los ojos de forma exagerada, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo importante que había olvidado y, sin previo aviso, se puso a llorar.

-Yume... - Lyr también se acercó y le pasó una mano en la espalda, tratando de reconfortarla - ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras?

Un fuerte viento azotó a los tres viajeros y los cabellos rubios de Yume, de pronto, parecían estar moviéndose de una forma acompasada, como si se hallaran bajo el mar. Cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran libremente por sus mejillas. Al cabo de un minuto en qué se mantuvo inmóvil como una piedra, por fin volvió a abrir los ojos, unos ojos de un azul cristalino que parecían haber recobrado vida y una sonrisa que rezumaba paz de espíritu y alegría.

El viento cesó de soplar y sus cabellos volvieron a caer sobre su espalda como riachuelos de oro.

-Yume...¿Qué...? - Lyr y Anie no daban crédito a lo qué acababa de suceder.

-No me pasa nada, tranquilos – les interrumpió la joven – Es...imposible de explicar, pero ahora lo entiendo. Lo entiendo todo. Seguidme, por favor.

Los dos jóvenes, al escuchar aquellas palabras, se miraron extrañados y pestañearon varias veces, sin embargo, Yume ya se había puesto en camino subiendo una de las innumerables colinas que poblaban el paisaje con rapidez y determinación, como si supiera exactamente hacia dónde se encaminaba

-¿Estas cosas las hace muy a menudo? - preguntó un Lyr titubeante – Porque si es así, tenemos un problema. Y no sé de qué naturaleza.

Anie se pasó una mano a través de sus cabellos castaños.

-Jamás la había visto así. Pero será mejor que la sigamos, que esta chica es capaz de caerse dentro de un pozo rodeado de una cerca protectora.

-Me acabas de convencer.

Ambos la siguieron lo más deprisa que pudieron a través de pequeños arroyuelos, piedras sueltas llenas de musgo y de retorcidos arbustos cuyas raíces les dificultaban el camino. Yume ya había llegado a la cima y se hallaba arrodillada en el centro de una diminuta arboleda de árboles combados por el viento y parecía estar palpando la hierba en busca de alguna cosa, de forma desesperada. Los dos compañeros, por fin, llegaron junto a ella.

-¡Yume! - su amiga la zarandeó desde atrás, visiblemente preocupada y desconcertada - ¡¿Has perdido el juicio?!

La joven rubia la miró con ojos desorbitados, en dónde nadaba la obsesión.

-Jamás había estado más cuerda. ¡Ayudadme a buscar una compuerta de madera! - hizo un ademán que abarcaba toda la cima – Tiene que estar en algún lugar de la cima. Estoy convencida.

-¿Una compuerta? ¿Por qué habría que haber una compuerta, en un lugar como este? - Lyr frunció el ceño mientras echaba un vistazo a los alrededores, de forma excéptica - ¿Un tesoro escondido desde tiempos inmemoriales?

Yume se enderezó y su expresión, de repente, cambió por completó. Su rostro parecía, ahora, la de un ser mitológico de belleza temible y de venganza infinita. Apretó los puños.

-¡Si vais a mofaros de mí, marchaos y dejadme en paz! ¡Lo buscaré yo sola!

Anie suspiró profundamente, mientras observaba como los primeros rayos del Sol aparecían en el horizonte. Lo miró con cierto temor, como el fuego que espera al condenado a morir en la hoguera.

-Démonos prisa, entonces, antes que seamos un blanco perfecto.

A un extremo y al otro de la cima, entre la frondosa hierba que no dejaba ver ni un centímetro de suelo, empezaron a hurgar con las manos, tanteando con rapidez y con un ojo puesto en el inminente amanecer. Un grito desangelado, inhumano, se escuchó desde muy lejos, arrastrado por la brisa. Un gruñido terrible. Más gritos. El amanecer parecía atraer a los horrores, en contra de la mítica creencia en la noche como portadora del miedo y del terror.

De día, los Lamat cazaban con mucha más facilidad.

-¡Nos van a ver! ¡Nos van a cazar como conejos perdidos ! - Anie sentía como un sudor frío le recorría la espalda, y ya se imaginaba que tendrían que luchar por sus vidas ahí arriba, enfrentándose a una muerte segura.

-Ya nos han visto – sentenció Lyr, sin cesar de buscar entre la hierba algo que resonara como madera – Seguramente ya vienen hacia aquí. Está atenta y ten la vaina suelta para sacar la espada.

-¡La he encontrado! ¡La he encontrado!

Yume se levantó del suelo, con su vestido de viaje repleto de barro y con el semblante feliz y triunfal.

Lyr se levantó, pero su rostro era más sombrío que antes.

-Yume, intenta abrir la compuerta mientras nos encargamos de unos amigos que vienen a hacernos una visita – sonrió de forma sarcástica y se dirigió a Anie – Sin miedo. Nos servirá para entrenarnos.

Anie le miró con los ojos desencajados, levantándose del suelo como un resorte.

-Estarás bromeando. ¿No? ¿Cómo sabes que...?

Como si sus palabras hubieran invocado sus propios temores, unos horribles gritos guturales recorrieron toda la colina, unos gritos que harían palidecer hasta al guerrero más curtido y experimentado. No eran voces de este mundo. No eran humanas.

-Desenvaina y ponte espalda contra espalda conmigo. ¡No te separes de mí en ningún momento!

Anie tragó saliva y, temblando de pies a cabeza, hizo exactamente lo que decía Lyr. Desenvainó la espada y sintió como si en su estómago se desencadenara un terremoto, como si su cuerpo se encogiera hacia el suelo.

-N...no puedo hacerlo. nu...nunca he...

-¡Recuerda aquella lucha que tuvimos los dos en Firya! ¡Límitate a ser tu misma y deja que el miedo sea un recurso más para tu rabia y tu ira! ¡Libéralo! - Lyr también había desenvainado su espada y la dirigía hacia el frente, sin titubear un solo momento - ¡Yume! ¿Cómo vas?

Los gruñidos y gritos de cada vez eran más fuertes, e incluso podían escuchar una especie de risas alrededor de la colina, surgiendo por todas partes.

-¡E...estoy en ello! ¡Pesa mucho!

Al fin, justo en el costado que se dirigía hacia la pequeña arboleda en dónde Yume había encontrado la compuerta de madera, apareció, con paso agigantado, uno de los Lamat, un monstruo con la forma de un enorme pez con piernas, bípedo, cubierto de aguijones por todo el cuerpo y con unas fauces tan grandes como un ser humano. Debía medir unos 3 metros de altura. Por el otro lado, justo después, apareció otro igual de enorme pero con una forma totalmente distinta: una bola de grasa que recordaba a un jabalí, con dos bocas dentadas que babeaban un líquido azulado.

Anie sintió unas lágrimas calientes recorrer sus mejillas. Lyr, notando su insoportable terror, le propinó un puñetazo en la mejilla a la chica, hasta el punto de tirarla al suelo.

-¡Deja de lloriquear y ponte en guardia! ¡Esto es a vida o muerte, no es un maldito muñeco de madera!

Y venían más de ellos, muchos más. Tenían que acabar con aquellas dos bestias, presto, antes que les rodearan todos los que venían detrás. Anie se incorporó, sin ganas de echarle una mirada reprobatoria a su agresor, y se encaró a aquel enorme Lamat con forma de jabalí, mientras que Lyr, como si de un gato se tratara, con unos cuantos saltos se había interpuesto entre el Lamat y Yume, la cual entre espasmos de terror intentaba abrir la compuerta en vano.

El jóven consiguió abortar los primeros ataques del Lamat con unas fintas bien trenzadas, mientras que, saltando sobre el monstruo, le propinó un profundo espadazo bajo el vientre que le hizo trastabillar durante unos segundos, los suficientes para fijarse en lo que hacían Yume y Anie.

-¡Anie! ¡Recuerda las clases! ¡Recuerda que tienes que aprovecharte de la fuerza del oponente! - el Lamat volvió a incorporarse y, con un rápido movimiento, le propinó un fuerte golpe a Lyr en la cabeza que por poco le dejó inconsciente. Sintió la sangre caliente recorrer sus mejillas, pero prosiguió, más iracundo que antes - ¡Yume! ¡Date prisa!

-¡Hago lo que puedo! - gritó entre sollozos - ¡Pesa demasiado!

Tenían que acabar con aquellos dos Lamat, antes que viniera el resto. Anie había recibido un duro golpe en el costado, justo en medio de las costillas, mientras trataba de esquivar uno de los duros ataques del monstruo. Estaba tendida en el suelo, tratando de incorporarse, mientras el monstruo se dirigía hacia ella para darle el golpe de gracia con una de sus garras como mazas.

Lyr tenía que meter toda la carne en el asador, tenía que arriesgarse, a vida o a muerte. No tenía más remedio que dejarlo todo al azar, y que el destino decidiera.

En contra de todo lo que había aprendido durante los largos años de entrenamiento, se abalanzó sobre el Lamat corriendo, sin tener en cuenta sus defensas ni la reacción del monstruo. Este, sin embargo, no pareció esperarse aquel repentino ataque y dio un paso hacia atrás.

Y aquel paso fue su perdición.

La espada de Lyr se introdujo directamente en el largo cuello del Lamat y la sacó llena de sangre más oscura que el azabache y, haciendo una rápida finta, se dirigió con tres saltos hacia el otro Lamat que ya estaba apunto de golpear de forma fatal a Anie, la cual parecía estar paralizada, tratando de levantarse en vano.

Lyr saltó sobre la grupa del monstruo y éste, al notar aquella repentina fuerza que le había atenazado, dio una fuerte sacudida acompañada por un grito que casi dejó sordo al joven. Éste había caído rodando al suelo.

-¡Anie! ¡Ahora! - Lyr vio como el monstruo ahora se abalanzaba sobre él, soltando espuma por las dos fauces abiertas y dispuesto a destrozarlo con toda su brutal fuerza - ¡Acuchíllalo por detrás!

-¡No puedo moverme! ¡Mi...mis costillas! - Anie trataba de levantarse en vano, haciendo un esfuerzo sobrehumano, pero no había manera - ¡Lyr, no puedo levantarme!

En el último momento, los reflejos adquiridos durante tanto tiempo salvaron a Lyr, pero no pudo evitar que la fuerza de una de las garras del monstruo cayera sobre el brazo izquierdo del joven. Éste aulló de dolor, cerró los ojos y apretó los puños.

Recuerdos.

Los recuerdos son caprichosos, engañosos, traicioneros. Cubren el alma humana de aflicción y de dudas en los momentos más insospechados. Pero un recuerdo también puede ser una luz en la oscuridad, una chispa que enciende la hoguera cuando estás apunto de morir congelado.

Y Lyr recordó.

Recordó llamas más altas que un palacio. Recordó los cadáveres apiñándose entre las casas destrozadas. Recordó a Agros, a sus mejores amigos. Recordó unas esperanzas que se rompían como hojas secas bajo unos pies pesados. Y todo ello en un instante. En un sólo instante que pasó justo antes que, cogiendo un desesperado impulso, apretando los dientes le cortara la cabeza de un solo tajo al Lamat, antes de caer de nuevo rendido al suelo y todo salpicado en sangre oscura.

Pero tenía que levantarse, tenía que incorporarse a pesar del dolor insoportable que sentía, a pesar de querer quedarse tumbado sobre la hierba, esperando que los otros monstruos acabaran con él y con todos aquellos recuerdos dolorosos. Pues él no estaba sólo. Podía aún hacer algo para alguien, para alguien que apreciaba y a los que no soportaría dejar solos ante la muerte.

Se levantó tambaleándose y se dirigió corriendo hacia la compuerta que Yume estaba tratando de abrir. Tenía el brazo derecho entumecido, y su brazo izquierdo directamente no lo sentía. Seguramente lo tendría roto, destrozado por dentro. Pero debía hacer el último esfuerzo.

-¡Yume! ¡Los dos juntos tiremos hacia arriba! - la miró con sus ojos grises intensos y relampagueantes - ¡Ahora!

La compuerta poco a poco empezó a ceder, mientras ya podían entrever con el rabillo del ojo cómo los demás Lamat se acercaban colina arriba en su búsqueda. Poco a poco fue abriéndose y, finalmente, ambos cayeron hacia atrás por el efecto de la gran fuerza que habían usado para abrirla. ¡Lo habían conseguido! Hacia abajo unas escaleras muy empinadas que llevaban a un abismo, como si de la garganta de un dragón sin fuego en su interior se tratara.

-¡Anie! - Yume hizo ademán de ir a por ella, pero Lyr la paró en seco con su brazo.

-¡Ves hacia abajo! ¡Ya! No tienes armas para retenerlos. ¡Espéranos ahí!

El joven se precipitó hacia dónde se hallaba Anie tumbada, en medio de un charco de sangre que pertenecía a ella. No, no solamente se había roto las costillas, era algo más serio. Un Lamat apareció a menos de 5 metros de ellos, un monstruo más grande que los demás con forma simiesca, de color oscuro.

-¡Lyr, salva tu vida y la de Yume! ¡Vete, cierra la compuerta detrás de vosotros! - Anie no cesaba de llorar.

-¡No voy a dejar a nadie atrás! Y si no quieres venir, te voy a obligar. No puedes moverte – sonrió, tratando de darle coraje a la joven.

-¡Eres...eres un...aaaaah...! - su rostro se arrugó de dolor cuando Lyr se la puso a la espalda sin ninguna contemplación. Era mejor romperle otra costilla que dejarla ahí a merced de la muerte. Corrió hacia el agujero con todas las fuerzas que le quedaban y sintió que estas le venían de fuera, que había algo que le había dado un último suspiro, una energía que le era familiar, que en aquellos momentos no recordaba.

Y, sin apenas darse cuenta, ambos se encontraban a salvo, la compuerta encerrada sobre ellos.



-¡Anie! ¡Feliz cumpleaños!

Arín se acercó a ella con una gran sonrisa en el rostro, risueña, con un paquete bajo el brazo. Luego se lo dio, con gran excitación y dando pequeños saltitos de ilusión.

-Eh...¿Hoy era mi cumpleaños? - abrió los ojos, sorprendida. Sus padres estallaron en carcajadas, al otro lado de la mesa – Gracias...

Cogió el paquete de color turquesa y lo abrió cuidadosamente. Tan cuidadosamente que era incapaz de abrirlo.

-¡Déjame a mí! - espetó su hermana pequeña, la cual agarró el paquete y lo destrozó con gran impulsividad. De dentro del paquete roto apareció un zorrito de madera, perfectamente esculpido y con una sonrisa picaresca en sus labios animalescos – El otro día me dijiste que era tu animal favorito y no pude evitar...

Anie no podía salir de su asombro y, pronto, sintió como unas lágrimas empezaban a aflorar desde dentro de sus ojos. Lo cogió con cuidado y lo examinó, con una sonrisa ilusionada. Luego miró a su hermana de arriba a abajo.

-Gracias...Me sorprende que me hayas regalado esto sin querer nada a cambio.

Arín se echó a reir y abrazó a su hermana de forma efusiva. Y luego los Lamat, vio a los Lamat despedazándola desde lejos mientras huía con sus padres. Lágrimas. Más lágrimas...

Años de reclusión, culpabilidad, soledad. Y aún así seguía estando a su lado, con aquella sonrisa, durmiendo junto a ella y contándole historias que había escuchado de algún juglar. Su calidez, su abrazo. Ella era la hermana mayor, pero junto a ella, se sentía pequeña, vulnerable...y a salvo.

Aún la sentía junto a ella, estaba ahí, a pesar de todo. A pesar de haberla abandonado.

Lágrimas. Más lágrimas.

-¡Arín!

Abrió los ojos, todo su cuerpo temblando como una hoja azotada por un viento huracanado. Lo primero que sintió fue una cruel punzada en el costado y, luego, una cueva levemente iluminada por una lámpara que se hallaba a su lado. Giró su cabeza con rapidez, como un animal asustado, y vio los rostros preocupados de Lyr y Yume. Y no fue hasta aquel momento cuando se dio cuenta que estaba llorando como una niña pequeña a la qué dejan por primera vez en las puertas del colegio.

-¡Anie!

Yume se arrodilló junto a ella y la abrazó con tanta fuerza que la hizo gritar de dolor. ¡Justo en la herida!

-¡Yume, serás bestia! - dijo Lyr, sonriendo, sin embargo, con dulzura – Me alegro que te hayas despertado. Nos lo has hecho pasar mal, y pagarás por ello.

-¿Do...dónde estoy?

Lyr abarcó con su mano las pinturas que, de repente, se hacían visibles para Anie, la cual aún no había reparado apenas en el sitio dónde se hallaba. Eran frescos de colores vivos de danzas entre hombres y seres de muchas formas y tamaños, en círculos, rodeados también de animales en bosques.

-Yume tenía razón, este es un sitio increíble. Pero primero debemos tratar lo que tienes – Lyr se acercó a ella y le palpó el costado, por lo cual Anie dio un respingo de dolor – Agarra mi brazo, veamos si eres capaz de caminar un poco. Quizá solo sea un fuerte golpe y no tengas nada roto.

Anie sintió sus mejillas arder un poco.

-Voy a levantarme yo sola. Déjame intentarlo.

Pero otra punzada de dolor la dejó paralizada y sin aliento.

Yume, ayúdala a levantarse, por favor – Lyr compuso una media sonrisa - así luego no sentirá su orgullo herido porque haya sido yo quien la haya salvado y ayudado a levantarse.

Anie miró hacia otro lado, la sangre acudiendo con más fuerza a sus mejillas. No obstante, no añadió nada más y dejó que su amiga la ayudara a incorporarse apoyándose en su espalda.

-Quien me hubiera dicho hace dos días, que Yume tendría que cuidar de mí... - dijo Anie, con una sonrisa irónica.

-Lo siento, Anie...

-¡Venga va, no empieces! Estamos todos vivos. ¿No?

-Si, pero yo fui la que...

-Venga, voy a dar el primer paso. Si me caigo y no me recoges, entonces sí que sentirás mi ira con toda mi pasión...

Anie dio un paso, dos pasos, tres...Sentía un dolor que le hacía saltar las lágrimas pero, sin embargo, podía caminar. Había pasado de sentirse preparada para la batalla, a una simple cría que se había creído guerrera hasta que las circunstancias le habían encarado a la realidad. Y, al final, quien más había odiado durante la última parte de su vida, aquel quién había herido a Yume, aquél en quién jamás había confiado, le había salvado la vida. ¿En verdad servía para algo todo lo que había entrenado? Ahora ya poco importaba. Se sentía impotente, demasiado débil como para preocuparse en demasía por aquello.

-Ahora ya ves para qué sirvo en este viaje... – miró a Lyr, con una sonrisa que destilaba derrota y agradecimiento al mismo tiempo, aunque eso último no quisiera admitirlo.

Lyr se encogió de hombros, sin dejar de observar aquellos enigmáticos frescos. Su semblante era serio y pensativo.

-Ahora ya no se trata de demostrar quien es más valiente, ni quien blande mejor la espada – posó sus ojos sobre ella, graves – Ahora se trata de sobrevivir, de apoyarnos los unos a los otros. Porque es lo único que tenemos.

-Tienes que reponerte, Anie. No te preocupes por nada más – Yume sonrió y se sentó junto a ella – Aquí estamos a salvo.

Anie se rascó la nuca, tratando de no mostrar el sonrojo de sus mejillas. Se giró hacia Yume y estrechó los ojos, curiosa.

-Yume...¿Cómo supiste que aquí había un refugio escondido? Y es más...¿Aquél...viento?

Yume se rascó la nuca, y frunció el ceño, aunque sus ojos celestes parecían más distraídos que preocupados, más curiosos que desconcertados. Y sonrió, empezando a caminar hacia el interior del oscuro pasadizo, llevando a su herida amiga agarrada de la cintura.

-¡Hey, hey! ¡No tan deprisa! ¡Me duele mucho!

-¿No has escuchado a Lyr? ¡Tenemos que apoyarnos los unos a los otros! - sonrió al joven de vuelta, a lo cuál él también respondió con un mismo gesto, con una pincelada más maliciosa.

-Sin duda, Yume. ¡Hagamos sufrir a Anie por hacerse la valiente!

-¡Cuando me recupere os juro que iré antes a por vosotros que a por los Lamat, par de hijos de perra!

Lyr y Yume se echaron a reir a carcajadas, mientras se adentraban en la insondable oscuridad solamente herida de forma muy leve por la luz de la antorcha. Y pronto reinó el silencio mientras ante ellos parecía alzarse, poco a poco, flotando, una imperceptible niebla y una especie de rizos de viento muy finos se encaramaban por sus cuerpos, dándoles escalofríos. Se adentraban en lo desconocido y tenían la extraña y vívida sensación que aquella gruta latía, que era consciente de su propia existencia y de la de los demás.

Caminaron y caminaron, hasta que parecía que ya habían recorrido varios centenares de kilómetros, que eran miles para Anie. Lyr, el cual estaba sintiendo aquella caminata como algo revigorizante y le había arrancado una sonrisa de sus labios, empezaba, no obstante, a preocuparse por el estado de salud de Anie, al igual que también lo hizo Yume. Pero la morena les increpó con unas cuantas palabras malsonantes que vibraron en el aire arrancando de la gruta un eco que parecía terminar en los confines del mundo. Entonces, decidieron no hablar más.

Parecía que había alguien más escuchando. Y, aún así, sabían que era inevitable que ese alguien pudiera dejar de escucharles.

El aire, mientras seguían aquella interminable gruta de roca plana y de un apagado color, parecía de cada vez más ligero y, al mismo tiempo, más caprichoso: a veces daba la sensación cómo si aquel misterioso viento les envolviera por completo hasta casi hacerles flotar, y en otras ocasiones les empujaba desde atrás con brío, acariciándoles y haciéndoles cosquillas que, incluso, les habían hecho reir.

Aroma.

Al principio tan sólo sintieron un ligero mareo a causa de un brusco cambio en aquellos vientos: ya no parecían "jugar" con ellos, al contrario, soplaba una ligera brisa acariciando sus rostros de forma contínua. Y fue ahí cuando notaron el cambio, un cambio que al cabo de muy pocos segundos se hizo más que evidente.
En plena oscuridad, un perfume empezó a embriagar sus corazones, haciéndoles bombear con soltura, como el zapateado de los piececitos de una minúscula hada de los cuentos humanos. Notaban que se elevaban, que se juntaban sin pensarlo siquiera, que reían, que se abrazaban y que solamente sentían y sentían. ¡Danzaban! Y no, como habían dejado de pensar, no pensaban que fuera una locura. ¡¿Qué era eso?!

Y en cuánto al perfume en sí, no podían describirlo pues nunca habían olido nada parecido. Quizá con algunas sensaciones podían acercarse un poco a cómo era la esencia de aquella fragancia: no era ni dulce ni amarga, ni seca ni húmeda. No era floral, ni tampoco terrenal. No se había creado ni bajo la lluvia, ni bajo el Sol. Ni bajo la Luna. No, no era nada que jamás hubieran conocido. Solamente pertenecía a aquella cueva, solamente existía en ella y, fuera de ella, no tenía sentido. Era inconcebible.

¡Color!


Resplandores, tormentas, explosiones de colores que, como mareas en espiral, inundaban las paredes de aquel pasadizo y, al mismo tiempo, les atravesaban, les rodeaban y dibujaban figuras imposibles a sus alrededores. Cada uno de ellos tenía sentimientos distintos hacia aquel despliegue de colores, el cual había eclipsado ya de forma completa a aquella fragancia que ya no eran capaces de oler: Lyr se sentía nadando en un océano de paz cuando los azules y el negro dominaban, dónde misterios y mitos se escondían dentro de islas encantadas. Cuando lo hacían los amarillos y verdes , Yume se ponía a danzar, entre risas, en el interior de un bosque del Mundo Feérico con una miríada de seres sonrientes, alegres y extraños observándola tras los inmensos árboles. Y cuando rojos y púrpuras se presentaban ante ellos, Anie corría, cojera inexistente, entre callejones de una ciudad empedrada, repleta de gentes extrañas, de otros países y culturas. Y era una viajera sin rumbo, sin destino, repleta de goze y sed de aventuras.

Y otra vez aquella niebla, aquella niebla finísima, imperceptible. Los colores parecían haberse difuminado a través de ella y, de hecho, todo parecía haberse transformado en ella. Y, aquella niebla, pareció cómo si empezara a filtrarse a través de las gélidas y desdibujadas rocas que de nuevo les rodeaban. Sintieron el cansancio de nuevo, más pesado que nunca, como una losa sobre sus espaldas. Tuvieron que seguir andando apoyándose los unos con los otros, sintiendo un repentino desasosiego, como si de repente hubieran sido enterrados bajo aquellas grutas para siempre jamás.
Andaban en completa oscuridad. Habían perdido la antorcha.

¿Habían caído en la trampa de algún hechicero de los Lamat que les había hecho perder el norte?

-¡Quiero volver! ¡Quiero volver! - gritó Yume, entre desesperados sollozos, girando sobre sus propios talones y echándose a correr hacia el camino que habían dejado.

Lyr, antes de qué diera un paso más, pudo agarrar "in extremis" las piernas de la joven y la tiró al frío suelo de piedra. Ella forcejeaba y le daba duros golpes con la palma de la mano en el pecho y en la cara.

-¡Basta! ¡Yume! ¡Eran ilusiones, solamente ilusiones! - Lyr luchaba consigo mismo para no tener que caer en los brazos del deseo, el cual le decía que debía volver atrás de una forma casi insoportable.

Una sombra alargada en el suelo, inserida en una trémula y ténue luz que la hacía temblar. Lyr, con gran esfuerzo, alzó sus ojos hacia la causante de aquella sombra: era Anie. Anie plantada como una estatua recortada ante ellos. Parecía estar observando, sin mover un músculo de su cuerpo, algo luminoso contra la pared que se hallaba ante ella y que ellos desde su posición no podían ver.

-Anie. ¿Qué sucede? - susurró Lyr, aún manteniendo agarrada entre sus brazos a una Yume que todavía se retorcía entre ellos, como un animal asustado.

La joven no pronunció palabra alguna hasta que, de repente, ellos también se vieron inmersos en una estupefacción que les dejó aturdidos, sentados en el suelo, sin poder moverse ni abrir la boca: las paredes se iluminaron con una luz plateada, fantasmal, y revelaron la misma cueva desde la qué habían partido antes, la cueva en dónde habían caído huyendo de los Lamat. Incluso la trampilla que iba a dar a la cima de la colina, repleta de musgo y humedad, aún se encontraba allí.

Anie empezó a caminar hacia atrás, lentamente, hasta que trastabilló contra una piedra y cayó junto a ellos dos, con el rostro desencajado, los labios ligeramente abiertos, los ojos que parecían dos castañas abiertas. Y su caída permitió revelar lo que la había dejado de piedra. Y no era para menos.

De la estrecha rendija de una de las piedras que conformaban la pared de la cueva, una finísima niebla como un alfiler dibujaba, o más bien daba vida y forma, a dos pequeños seres de color azul cielo que danzaban en el aire una suerte de jiga alegre, siempre quietos en el mismo lugar, como una fotografía en movimiento, a pesar que parecía que saltaban y correteaban en todo momento. No escuchaban nada. No oían nada.

Silencio.

Desde las paredes levemente iluminadas empezaron a surgir más hilillos de niebla que se trenzaban entre sí, temblaban y dibujaban eses, espirales y círculos. Pronto aquella se convirtió en una auténtica y concurrida fiesta de aquellos mismos seres que danzaban, reían y charlaban entre ellos de forma animada, suspendidos en el aire, indiferentes a su presencia. Eran todos de aquel color cielo, algunos vestidos con exquisitos trajes holgados y elegantes, y otros con poca ropa o desnudos.

Yume se levantó como un resorte del sitio dónde había estado sentada y dio unos cuantos pasos al frente y se detuvo en el centro de aquel baile fantasmal. Y, de pronto, se giró hacia Anie y Lyr, los cuales ahora la miraban boquiabiertos, desconcertados, sin atreverse a acabar con aquel espeso y sobrenatural silencio. Y la joven rubia empezó a danzar de la misma forma que ellos, dando vueltas, pequeños saltitos, sin parar de reir, extasiada. Al cabo de un rato, volvió sobre sus pasos, su semblante que volvía a ser el de siempre. Natural. Desenfadada. Feliz.

-¡Ahora lo entiendo todo! - exclamó, sonriente, mientras les tendía una mano a cada uno para que se levantaran - ¡Nos han llamado! ¡Ellos nos han llamado!

-¿Qu...qué estás diciendo Yume? - preguntó una balbuceante Anie, parpadeando.

-¿No lo entendéis? - prosiguió, emocionada. Ambos se levantaron, cogidos de su mano - ¡Son los recuerdos del pasado! ¡Humanos y feéricos!

Thursday, May 20, 2010

Encrucijada


Alrededor de las hogueras parece como si el tiempo se detuviera, como si lo perenne y lo caduco se hubieran unido de forma romántica, besándose con lentitud, ante la hipnótica y poderosa visión de las llamas rojizas. Una extraña seguridad y un aliento caluroso descendiente de tiempos antiguos embarga a quienquiera que se halle ante una hoguera. Un sentimiento primigenio de comunidad entre los humanos y la naturaleza, alrededor de la cual se apostaban humanos y feéricos, en perfecta armonía.

En un recóndito claro de un bosque, ya lejos de la ciudad sitiada de Firya, Lúne, Nuán, Anie, Yume y los Viajeros se hallaban ante el fuego, dispuestos en círculo, dejando que el crepitar de los ramas secas y de los troncos les llevara hacia los ensueños de cada uno. Sin grandes dificultades, gracias al mapa que les había proporcionado la alcaldesa, habían logrado internarse en los sombríos pasadizos que llevaban desde la Escuela hasta unas cuevas que se hallaban ya en el interior del bosque.

-¿Creéis que Ciriol va a proteger a los habitantes de Firya? - espetó Hanuil, visiblemente preocupado, con el ceño fruncido, pensativo - Me ha extrañado no encontrarme a nadie dentro del área controlada por Ciriol, al atravesar el Portal Mágico. Estaba desierto.

El silencio se extendió entre ellos, como un manto transparente que les cubría a todos por igual. Todos tenían los ojos clavados en las llamas del fuego, y en sus retinas éste parecía bailar con misterioso ritmo, lento, inevitable.

-Me importa bien poco lo que haga Ciriol a partir de ahora - dijo Nuán, amasándose la barba - Ellos siempre fueron una Orden regida por sus propias leyes. Los niños y jóvenes de la Escuela, por suerte, han sido evacuados en una gran embarcación. Es lo único que me importa - de repente, el miembro de Húlen se levantó ante todos, con el rostro sereno y grave - Ahora que ya nos hallamos a salvo, tengo algo importante que comunicaros.

Nadie añadió nada a lo que acababa de decir, por lo cual se daba por sentado que querían que siguiera hablando. Nuán se aclaró la voz y su mirada se dirigió hacia el interior del bosque, como si se estuviera dirigiendo a unos seres que solamente él podía ver.

-Todos los miembros supervivientes nos reuniremos en las cuevas de Türa, para así planear qué hacer con nuestro futuro. Naturalmente, todos estáis invitados a dicha reunión. De allí quizá surja una nueva Orden con la sabiduría compartida de todos - suspiró, volviendo su mirada hacia todos los presentes - Sé que muchos de vosotros habéis elegido otras vías para combatir la amenaza que se cierne sobre Espiral, y las comprendo. De hecho, es mejor atacar desde varios frentes que desde uno sólo. El futuro es incierto, pero hay que contraatacar cuanto antes posible.

-Las cuevas de Türa... - murmuró Lúne, su mirada posada en las llamas - También llamadas "Las puertas al Otro Mundo" y "La morada de las tinieblas". Sois pocos y no contáis con el poder de Wail ni con la brutalidad de los Lamat - se giró hacia Nuán, la mirada desconfiada e irónica - ¿Qué queréis crear, un movimiento clandestino? ¿Guerra de guerrillas?

Nuán ya se había sentado y rehusó contestar al joven miembro de Varmal, sus pensamientos confusos, volátiles. Aún no sabía realmente en qué consistiría aquel encuentro, aquel concilio. La luna creciente, sobre ellos, parecía la única testigo de la reunión que estaban teniendo todos ellos, ya con los ruidos de la guerra lejanos, desaparecidos.

Acto seguido, como si aquella decisión de Nuán para hablar hubiera obrado como un conjuro para todos, se levantó Ichiro, visiblemente nerviosa, jugueteando con su larga falda entre sus dedos.

-Yo...también tengo algo que decir - su vestido azulado lanzaba destellos claroscuros en la noche - Ya he decidido dónde ir y con quien quiero ir. Yo...sé de la importancia del gremio de Viajeros, pero ir con Lúne, Yume y Anie es mi deseo. Hacia las montañas de Ilmaren.

Un espeso silencio se extendió entre los presentes, cuyas sombras bailaban por efecto de las llamas que oscilaban por efecto de la suave brisa nocturna que soplaba, incesante. Todos mantenían su mirada fija sobre Ichiro, los ojos resplandecientes, todos excepto Elrick, el cual tenía sus ojos clavados en las lenguas de fuego de la hoguera.

-Entonces debes saber que serás inmediatamente expulsada del gremio de Viajeros - agarró una ramita del suelo y, acto seguido, la lanzó al fuego - No solamente estás traicionando a tus compañeros, sino que estás actuando de una forma irresponsable y estúpida - por fin dirigió su mirada hacia la feérica - Tú sola no sabrás encontrar un Portal para volver al Mundo Feérico y morirás en el camino. Un feérico no puede estar más de un mes en el Mundo Espiral sin después sufrir las consecuencias. Te apagarás.

Ichiro sintió un escalofrío recorriendo su espalda y sintió frío, mucho frío, como si la hoguera en vez de irradiar calor, estuviera ardiendo a partir de un témpano de hielo. No sabía qué decir, qué contestar. Sin duda no se esperaba aquella respuesta de Elrick. ¿En verdad había huido de Húgaldic solamente para ser mandada por otras gentes? ¿Era aquello en verdad la libertad?

-Ichiro es lo suficientemente inteligente como para ir dónde ella quiera sin que le dicten lo que tiene que hacer - Anie se levantó, defendiendo a la feérica, y se situó a su lado, dándole la mano con fuerza - ¿Acaso sois una secta, o qué? ¿La obligáis a hacer lo que vosotros queráis? Vosotros no tenéis la razón universal.

Ichiro contempló a Anie con sorpresa, sus ojos fieros y rebeldes, a la vez que repletos de insurgencia, de provocación. La feérica le sonrió, dándole las gracias con un movimiento de cabeza. Anie respondió con un guiño de sus ojos marrones.
Lúne se situó también a su lado y, al mismo tiempo, hizo lo mismo Yume poniendo una mano sobre el hombro de la feérica.

-Ichiro no está siendo estúpida. ¡Vosotros sois los estúpidos! - intercedió también Yume, con la boca apretada de rabia - Ella cree que hace lo correcto y debéis aceptarlo. Sino no os lo perdonará nunca.

Hanuil suspiró, con los ojos mirando a la hierba que les circundaba.

-El Gremio de Viajeros no tiene leyes. Solamente se rige por la confianza mutua. Y yo sigo confiando en Ichiro, haga lo que haga.

Elrick se levantó, con los brazos en jarras.

-Nadie la obligó a hacerse del Gremio - espetó con voz ronca y seca - Deberíais saber vosotros, humanos, que en el mundo feérico las cosas funcionan de otra forma que aquí. Aquí os llenáis la boca de libertad, pero solamente os une un sólo deseo: poseer. No sabéis pensar a largo plazo, no sabéis pensar en las consecuencias de los actos, que toda acción conlleva a una reacción. Yo soy quien da las órdenes, ahora mismo, en el Gremio, y si no se acatan es muy sencillo: que se busque cobijo en otro lugar - caminó con largas zancadas hacia Ichiro y se plantó ante ella, con el ceño fruncido - Huiste de tu casa pensando que Espiral sería como en todos esos libros que te leíste. Nosotros ya te advertimos de todos los peligros que conlleva convertirse en viajero, al igual que también sabes de la obligación de ser fiel a tu nueva condición. Y cuando antepones los intereses a la lealtad - miró de reojó a Lúne - dejas de ser una Viajera. Eso es todo. Tú tienes la última palabra.

Lúne se levantó del lado de Ichiro y se dirigió a Elrick, colocándose ante él y encarándole, con sus ojos grises relampagueando.

-Ichiro no está buscando ningún interés. Tú y yo, Elrick, ya tuvimos esta misma charla en Ciriol. Confías en Solfka y ella confió en sus palabras. Ella está convencida que ese camino es el correcto y parece ser que Hanuil está de acuerdo en ello. El único que está ciego aquí eres tú. Ciego de orgullo. Prefieres antes el consejo de unos sabios carcas, que odian Espiral y todo lo que no sea su pequeña burbuja, antes que seguir los consejos de Solfka y de Nuán, dos personas respetables y sabias. Decías que solamente le mueve el interés. ¿Y tú? - le señaló con su dedo índice en el pecho del feérico - Tú antepones tus creencias a las decisiones de los demás. Te importa un bledo lo que piensen los demás si tú les puedes manipular.

Ichiro sentía unas ganas irreprimibles de llorar, al ver cómo Lúne, Yume y Anie la estaban defendiendo ante su falta de palabras. Se sentía, por ello, un poco estúpida, al haber hecho que la defendieran otros por ella. Sería la última vez que les comprometería de aquella forma, lo prometía. Sonrió, con algo de timidez, mientras observaba con ojos brillantes a Lúne.
Elrick cerró con fuerza los puños de sus manos y atravesó con una mirada iracunda al miembro de Varmal. Abrió la boca para contestar, pero alguien, en aquel preciso momento, le impidió empezar a responder a Lúne.

-Calmaos todos por favor - Nuán también se había levantado y, con una voz relajada y aterciopelada, empezó a dirigirse a todos ellos - Estamos todos juntos en esto y hay más cosas que nos unen que las que nos separan. Cada uno tiene su parte de razón, y, primero de todo, quiero que Elrick comprenda una cosa de la que os quería hablar en breves, precisamente: Wail no es el peligro verdadero. Solamente es la cabeza de turco. Y también lo son los Lamat. Infiltrandoos allí no os reportará más que desgracias - dio una vuelta alrededor de la hoguera, arrastrando su toga blanca por la hierba - En la carta que me envió mi amigo Hyunde, mencionó a Varmal Verdadero, el cual está ahora mismo en paradero desconocido. Y allí es dónde creo que los Viajeros deberíais encaminaros para encontrar las posibles razones de esta guerra, puesto que, como ya sabéis, estuvieron luchando en contra de Agros - las llamas bailaban, formando sombras y luces rojizas en el rostro del sabio, dándole un aire misterioso, arcano - No os precipitéis, por favor. Buscad información dónde sea, respuestas, indicaciones, pistas. Pero no os fiéis de los consejos. Y lo mismo les digo a Lúne y al resto. Buscad, investigad, conseguid evidencias antes de embarcaros en vuestra aventura hacia Ilmaren. Aún hay tiempo. Poco, pero lo hay. Los Lamat y Wail, tarde o temprano, después de terminar con Firya, se embarcarán en una guerra fraticida para controlar Espiral, si es que ya no ha comenzado. Esto podría darnos algo de ventaja.

Un nuevo silencio se instaló entre los presentes, y solamente se escuchaba, lejano, el ulular de los búhos y el cantar de los grillos. Los sonidos de la guerra no se escuchaban y ni siquiera los arrastraba el viento. ¿Habían parado de luchar? ¿O estaban solamente en una tregua momentánea? Las palabras de Nuán habían calado hondo en cada uno de los presentes, incluso en Elrick, el cual se hallaba pensativo, sus ojos perdidos entre la maleza de los oscuros bosques.

Y, de repente, ocurrió algo que extrañó a todos los humanos presentes.

Ichiro, Hanuil y Elrick fruncieron mucho el ceño y se quedaron totalmente paralizados, como si estuvieran escuchando algo muy lejano que de repente podían oír. Hanuil e Ichiro se levantaron como dos resortes y, luego, se miraron entre ellos y comprendieron, al instante, qué era lo que estaba sucediendo.

Un Viajero había entrado en el Mundo Espiral.

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Sidartha apretó con una de sus pesadas botas la enorme cabeza de un lamat y no sin poco esfuerzo arrancó su espada desde dentro de sus fauces llenas de dientes curvadas. Luego se limpió el sudor de su frente con el antebrazo y escupió sobre el cadáver del enorme monstruo feérico con una mueca llena de odio y asco. Limpió la larga y fina espada con un trapo de lino que sacó de uno de sus bolsillos con esmero y echó un vistazo al campo de batalla: por todo se hacinaban cadáveres de sus hombres y de los monstruos, formando un manto de desolación, muerte y mutilación sobre la hierba. Sin embargo, el millar de supervivientes de su ejército gritaba con júbilo, alzando sus armas al viento y gritando su nombre y el de su Órden: "¡Sidartha! ¡Wail!".
Esbozó una sonrisa triunfal, sobretodo al observar cómo, desde lo alto de las murallas, los soldados de Firya ondeaban las banderas de color azul celeste, señal de rendición, de capitulación.
Sin perder el tiempo, el Miembro encargado de la protección de Wail, llamado comunmente Déin, se dirigió hacia uno de sus hombres de mayor confianza, el cual acababa de degollar a un lamat que todavía temblaba en el suelo, presa de las convulsiones previas a la muerte.

-Ganzel, escoge a tus mejores hombres y traed a la alcaldesa de Firya a mi tienda - murmuró Sidartha, con su habitual voz aterciopelada y calmada, y una apuesta sonrisa - Y traedla así cómo la encontréis - un vago aire de sorna asomó en su voz - Ya me entendéis.

-Por supuesto, mi Déin - el caballero se inclinó en una reverencia y, subiendo a su caballo, se alejó presto, cabalgando hacia las murallas, con dos hombres armados uno a cada lado.

Sidartha era un hombre alto y delgado, con anchos hombros y unas piernas muy largas. Tenía la piel cetrina y una barba de tres días que siempre cuidaba al detalle. Sus cabellos ondulados y cortos enmarcaban un rostro triangular y afilado y, lo primero que llamaba la atención al observarle, eran sus grandes e intensos ojos negros como dos carbones algo hundidos y ojerosos. Había siempre un halo de misterio en todos sus ademanes y en su forma de hablar, calmada y, a la vez, oscura y profunda. Pero el Déin, sin duda, por lo que era de sobras conocido era por su habilidad con las armas, con todo tipo de armas. Y aquello era lo que realmente infundía respeto.

Al momento, un grupo de soldados fue a su encuentro con rostros cansados, varios con heridas de distinta consideración y algunos que casi no se tenían sobre sus pies. Pero todos mantenían una sonrisa en sus labios: la sonrisa de la victoria.

-¡Señor Sidartha! Gracias a usted, hemos conseguido... - espetó uno de ellos, entusiasmado.

-Volved a vuestras tiendas. Ya habrá tiempo para celebraciones - le interrumpió el Déin, haciendo un gesto vago con la mano - Que nadie proteja la tienda. Necesito espacio. ¡Presto!

Los soldados obedecieron al instante con reverencias y se alejaron de ahí, renqueantes, algunos de ellos preguntando ya dónde podían conseguir cerveza, vino y compañía femenina. El resto pensaba, más bien, en otras medidas más extremas para llegar al mismo punto.

Sidartha se sentó sobre el montón de cojines que se hallaban a un lado de la tienda. Obviamente, las circunstancias no permitían traerse sillas ni mesas al campo de batalla, algo que al Déin le importaba bien poco. Con una mano se amasó sus cortos cabellos y suspiró, aliviado, quitándose acto seguido las botas y lanzándolas al otro lado de la tienda. Se palpó la fea herida que uno de aquellos lamat le había hecho con una de sus enormes garras en el muslo izquierdo y compuso una mueca de dolor. La batalla había sido corta pero muy intensa: había perdido a la mayoría de sus hombres y, solamente gracias a la nula capacidad de razonamiento de aquellos monstruos, había conseguido tumbarles gracias a una práctica táctica envolvente, de desgaste. Pero era la última vez que comandaría un ejército tan poco preparado para la batalla, y, si el jefe de la Órden le denegaba esa petición, se quedaría sin su espada de Damocles. Lo juraba.

Así y todo, estaba satisfecho. Nunca antes habían conseguido ganar una batalla abierta a aquellos malditos feéricos y, desde que el mes pasado se hubiera convertido en el nuevo Déin, sus intervenciones solamente se contaban por victorias. Y aquella última había sido impresionante, una victoria que le consagraba, definitivamente, en el puesto. Él había demostrado que a los Lamat se les podía hacer frente de cara, y no mediante escaramuzas. Hasta ahora Wail había preferido conquistar territorios al restro de Órdenes para luego defenderse de los feéricos. Pero aquella postura solamente podía llevarles al fracaso: la solución estaba en borrar de Espiral a todos aquellos hijos de puta. Y lo conseguiría, tarde o temprano, estaba convencido. Fuera con los medios que fuera.
Se impacientaba con la espera: no estaba acostumbrado a qué le hicieran esperar. Sacó tres puñales que tenía escondidos en una bolsa situada dentro de la tienda y empezó a hacer malabares con ellos, con rostro cansado y aburrido. Y, uno a uno, empezó a lanzarlos contra una diana que había colgado en la resistente lona dando las tres veces muy cerca del blanco. No, no estaba inspirado. Necesitaba aclarar sus ideas.

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Lise, la alcaldesa de Firya, se sentía vacía. Su rostro, antaño encendido como una flor en primavera, se había marchitado, sus mejillas sucias por la mezcla de lágrimas y tierra, y sus ojos verdes apagados.
Ni siquiera podía ya sentir rabia ni ira, puesto que le acababan de arrebatar lo único que le quedaba en este mundo. Habían ido a buscarla aquellos guardias armados, que por poco no la habían violado. Uno de ellos, por suerte, había recordado que un tal Sidartha les había ordenado que no le hicieran daño. Pero, en verdad, ya no se sentía ni siquiera con ganas de resistirse. Tenía solamente deseos de apagarse, de olvidarse de todo, mientras la conducían con grotescos ademanes y apuntada con lanzas hacia una gran tienda de un color rojo muy intenso, la cual se hallaba en el centro de un mar de tiendas de diferentes colores. Su orgullo, muerto desde que Ciriol la había traicionado no tomando parte en la guerra, ya no tenía ningún valor. Su único objetivo era salvar cuantas más vidas pudiera, aunque fuera agachando la cabeza delante de un cacique brutal y despiadado.

Era lo único y lo último que podría hacer por su pueblo.

Por todo se hacinaban los cadaveres grotescos y nauseabundos de los lamat, apiñados contra los cuerpos desmembrados y ensangrentados de los soldados de Wail. ¿Por qué aquella matanza, aquella guerra? ¿Qué habían hecho en Firya para merecer todo aquello? Siempre habían permanecido a un margen, siendo el refugio de todos los que quisieran encontrar cobijo o protección. Nunca habían sido un pueblo guerrero ni provocador. Nunca habían empezado ningún conflicto. Y ahora sus gentes pagaban por algo que no habían hecho. Era una injusticia que no sabía cómo enmendar.

Por fin llegaron ante la tienda y, con desprecio, la empujaron hacia dentro sin ningún miramiento.
Lo que vio la hizo chillar de terror, dando un paso hacia atrás: en el suelo, sobre la lona, se hallaba una cabeza de lamat con las fauces cerradas y, observó mejor, enjuagándose los ojos...

...un puro encendido entre sus grandes dientes.

-Oh, perdone señorita Lise, me estaba aburriendo, eso es todo - espetó un delgado y apuesto hombre de piel cetrina que se hallaba sentado, al lado de la cabeza "fumadora" - Ahora mismo lanzo esa apestosa cabeza fuera de la tienda. Era una broma de las mías. ¡Siéntase y póngase cómoda!

La alcaldesa titubeó, sin saber qué hacer ni qué decir. No era aquello, precisamente, lo que se esperaba. El hombre se hallaba vestido con una sencilla cota de malla plateada y, sobre ella, un jubón de color rojo con remaches negros que, posiblemente, se había colocado después de la batalla. Llevaba unos pantalones de color negro, ceñidos, que le llegaban hasta la rodilla y, debajo de ella, iba con la piel desnuda, descalzo.
Justo cuando el hombre lanzó la cabeza hacia el campo de hierba, éste le ofreció de nuevo asiento a su lado, con una sonrisa suave y educada.

-Por favor, siéntese a mi lado. ¿Quiere un poco de vino?

Lise se cruzó de brazos y miró hacia otro lado, visiblemente desconfiada y cansada.

-No hace falta. Solamente he venido a pedirle que...

El extraño hombre de piel cetrina se levantó y, sin que ella se lo esperara, le agarró la mano con ternura y le dio dos besos, uno por mejilla. Abrió un poco más su sonrisa.

-Me llamo Sidartha, encantado - hecho aquello se sentó, de nuevo, en el sitio dónde antes había estado y volvió a invitarla, con un gesto de la mano, para que se sentara a su vera - Será más fácil para ambos si se muestra relajada. ¿No cree?

La alcaldesa se mostró algo contrariada y sorprendida y, finalmente, accedió con un vago ademán de una mano. Se sentó a su lado, aunque manteniendo las distancias. Acto seguido, Sidartha sacó una botella de vino y dos vasos de un lado de la tienda.

-Un vino joven, justamente de la época de la gran invasión Lamat - prosiguió, con una sonrisa torcida el Déin - ¿Le apetecería probarlo? No le defraudará, se lo aseguro.

La alcaldesa giró el rostro, visiblemente enfadada.

-No estoy para vinos, señor Sidartha. No he venido aquí para confraternizar con una orden que acaba de atacar nuestra ciudad. Solamente he venido a pactar lo mejor para mi pueblo, nada más.

El hombre de piel cetrina se encogió de hombros, sin inmutarse lo más mínimo, y se sirvió el vino a sí mismo. Un dulce perfume se propagó, entonces, por toda la tienda. Era un vino especiado. Bebió un sorbo de su copa, con parsimonia, después de haberlo removido pacientemente para que tomara cuerpo. Luego, clavó sus ojos oscuros en los de la mujer.

-Verá, señorita...¿Le importaría decirme su nombre?

-Lise - replicó ella, con frialdad.

-Excelentísima señorita Lise - se rectificó a sí mismo, abriendo un poco su sonrisa, sin dejar de mirarla con una mirada muy intensa, la copa entre sus manos - La Orden de Wail en ningún momento tuvo la más mínima intención de invadir Fyria. Por lo contrario, si no fuera así ya estaríamos dentro de la ciudad y no charlando aquí, de forma tranquila y amistosa. O al menos por mi parte, claro está.

Lise estrechó sus ojos verdes que, al menos, ya no se hallaban vacíos como antes. Una ira fría los había llenado.

-Habéis acabado con todas las Órdenes de Espiral - espetó, arrastrando las palabras con los dientes apretados, tratando de no estallar - Los lamat solamente son una excusa para haceros con el poder de todo el Mundo. ¿Qué queréis de Firya? Hablad claro, os lo suplico. Odio la falsa modestia.

Sidartha dio un trago más a su vaso de vino y lo apuró hasta el fondo. Sus ojos brillaban de forma muy intensa. Agarró un cuchillo de una vaina que colgaba de sus pantalones y empezó a juguetear con él, aparentemente distraído.

-Es curioso que la alcaldesa de un nido de criminales me hable de los supuestos peligros de la falsa modestia, como la llama usted. Iremos al grano, entonces - compuso una sonrisa algo maliciosa - Si no fuera por Wail, ahora mismo estos lamat que acabamos de aniquilar, estarían dándose un festín con todos vosotros, usted incluída. Y ser parte del menú de uno de esos monstruos no creo que sea algo muy agradable, pues se sabe que prefieren que la víctima esté aún vivita y coleando para que esté más tierna. Y les entiendo, la verdad. Las ostras deben estar vivas para que sepan mejor, y seguro que en Firya, pueblo de pescadores como sois, lo sabréis de sobra.

Justo cuando acabó de decir aquello, agarró el cuchillo y, con extrema precisión, lo lanzó contra la diana impactando justo en el centro. Sí, ahora empezaba a sentirse inspirado.
La alcaldesa no pudo evitar tragar saliva ante la repentina acción del Déin, pero se recompuso con rapidez.

-Así que se trata de eso. Tenemos que inclinarnos ante vosotros por haber acabado con la gran amenaza, cuando acabamos de sufrir cientos de bajas bajo vuestras espadas y lanzas. "Invasión de prevención", lo llamáis vosotros. Pero claro, habéis tenido la mala suerte de toparos con unos cuantos miles de lamat, y eso ha desbaratado vuestra operación - aquella vez Lise se permitió una leve sonrisa, repleta de sarcasmo - Y ahora que os veis diezmados, no tenéis más remedio que llegar a un acuerdo con nosotros. ¿Ves? Ahora sí me apetece un poco de vino.

-Veo que empezamos a entendernos, señorita Lise - espetó Sidartha, sin alzar ni un ápice su voz aterciopelada, vertiendo vino especiado en la copa de la mujer - Me sorprende la rapidez y la contundencia de sus juicios, viniendo además de una mujer que jamás ha salido de su ciudad repleta de ratas ni siquiera para ir de excursión. Mire, que quede entre usted y yo, me crea o no - se arqueó hacia ella, esta vez componiendo un rostro serio y grave - Efectivamente, Wail tenía, hasta hace poco, la cuestionable política de, como dice usted, realizar "invasiones de prevención" para luchar contra los lamat. Yo me opongo. De hecho, bajo mi humilde opinión, trabar alianzas es algo mucho más fructífero, y más con esta terrible amenaza en ciernes. No me interesa, en absoluto, crear posibles focos de revueltas en el camino, si usted entiende lo que quiero decir - se sirvió un poco más de vino y dio otro sorbo, muy pequeño esta vez - Me sabe mal por sus cientos de hombres fallecidos por nuestra incursión, pero teníamos que defendernos contra vuestros arqueros.

Lise alzó una de sus delgadas y cuidadas cejas, desconcertada y confundida por lo que acababa de decir aquel hombre de exquisitos modales. Pero no se dejaría engañar por un hombre, jamás. Ya conocía a la perfección aquellas armas tan típicas de políticos, pues ella misma lo era. De hecho, era aquello una de las cosas que más le extrañaban de Sidartha: se comportaba más como un político que como un guerrero.

-Vuestras tropas están apostadas ante nuestras murallas como señal de amistad, claro que sí. No hay nada mejor que una amenaza indirecta para despertar la confianza mutua, señor Sidartha. Le felicito - bebió un poco de su vino y frunció el ceño, ya dando por terminado el sarcasmo - Si queréis hacer un bien por Firya, largaos de aquí. Nuestro pueblo nunca ha firmado un tratado bajo amenaza, y esta vez no será distinto - agregó, henchida de orgullo.

Sidartha soltó unas breves y suaves carcajadas.

-¡Lise, es increíble! ¿De dónde sacáis toda esta fortaleza? ¡Os admiro, lo digo en serio! - le puso una mano sobre el hombro con suavidad y, de repente, sin esperárselo, la alcaldesa sintió algo de rubor en sus mejillas. Cuando estaba a punto de gritarle que no se atreviera a tocarla, el Déin retiró la mano y siguió hablando. Se sintió enfadada, muy enfadada, pero esta vez con ella misma - ¿Y cómo haréis para defenderos de otro ataque de los lamat? Creía que lo que más os importaba era vuestro pueblo. De verdad, estoy ansioso por saber de dónde sale toda esa confianza en vuestras posibilidades de supervivencia.

Lise, por primera vez desde que se había reunido con Sidartha, bajó los ojos, sin saber exactamente qué decir. Ella había confiado siempre, ciegamente, en la orden de Ciriol. Durante muchos siglos les habían protegido, les habían amparado y, gracias a su magia, habían vencido a todos los que habían tratado de entrar en Firya por la fuerza. Siempre se había rumoreado que Ciriol se escondía en el pueblo, pero pocos le daban credibilidad. ¿Y ahora qué? ¿Cómo le diría a Sidartha que les habían engañado, que les habían abandonado a su suerte, que les habían estado utilizando durante siglos para, al final, lanzarlos al fuego como si fueran un simple pañuelo usado?
Unas lágrimas que era incapaz de reprimir, empezaron a llenar sus ojos. Tenía que ser fuerte, como siempre, tenía que ser el estandarte de su pueblo que jamás se quiebra, que jamás se rinde.

Pero ya estaba harta, muy harta de aparentar. Y las lágrimas empezaron a fluir. Giró el rostro hacia otro lado, para que Sidartha no la viera. Pero aquel ya se había percatado. Era demasiado tarde.

-Lo siento, Lise - dijo el Déin, pasándole una mano por la espalda, componiendo una sonrisa algo triste - En mi tierra hay un dicho: "Hasta el hombre más valeroso necesita volver a llorar como un niño, para así volver a renacer".

-Yo solo quiero lo mejor para mi pueblo...solo lo mejor... - no podía reprimir los sollozos, y ya no le importaba. El daño ya estaba hecho.

Sidartha la atrajo hacia sí y la abrazó contra su pecho, acariciándole sus largos cabellos negros con dulzura.

-No puedes seguir luchando sola. Ahora ya no. Los lamat están por todas partes, quiero que lo pienses. Y si vuelven a atacar, os matarán a todos - susurró el Déin - Mañana retiraré todas mis tropas de los alrededores de Firya y, entonces...¿Aceptarás reunirte conmigo en tu palacio?

La alcaldesa sentía el cálido abrazo del Déin, su respiración acompasada y serena, el ritmo armonioso de su corazón, su voz que era como una cascada. Y, entonces, se sintió como una completa idiota. Como una niña asustada, indefensa. Se separó de él con gran efusividad y se alisó el vestido, con las manos temblorosas. A toda prisa, se dispuso a salir, sin mirar hacia atrás, hacia Sidartha.

-Lise. Recapacita lo que te he dicho, te lo ruego. Estaré aquí, sin mi ejército - dijo el Déin, con una sonrisa amistosa.

La alcaldesa dejó entrever su perfil y pareció que, durante una milésima de segundo, asentía con la cabeza. Acto seguido, desapareció de la tienda, su largo vestido nadando con el viento que aún olía a muerte.

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-Los demás, si queréis partir, sois libres de hacerlo. Nosotros, Hanuil y yo, nos quedaremos a esperar al Viajero. Es nuestro deber.

Aquello fue lo que dijo Elrick justo después de haber notado la inequívoca señal mental de un nuevo Viajero en Mundo Espiral. Los demás decidieron esperar junto a ellos, haciéndoles compañía, aunque el ambiente de cada vez se hallaba más enrarecido a medida que pasaban las horas. Apenas quedaban portales abiertos en Espiral, así que por lógica el Viajero había aparecido en el portal de Fortaleza. Sin duda, tendría muchos problemas para pasar desapercibido entre las oleadas de Lamat que se extendían por todo alrededor.
Sin embargo, cinco horas después, aquella presencia ya era fuerte, muy fuerte. ¿Estaría usando la magia para acelerar su encuentro con los demás Viajeros? Si aquello era así, estaba corriendo un riesgo muy elevado.

-¿Por qué no se pone en contacto con nosotros por telepatía? No lo entiendo - dijo un impaciente Hanuil, que no podía dejar de dar vueltas alrededor de la hoguera, mientras, poco a poco, empezaba a clarear en el horizonte. La expectación, aún así, era tal, que nadie notaba los efectos del sueño.

Poco tiempo después, aún lejanos, empezaron a escuchar unos leves pasos entre la maleza del bosque. Cada minuto que pasaba, más cerca se escuchaban, mientras el alba empezaba a teñir el cielo, con pinceladas suaves y dispersas. Solamente se escuchaban los primeros trinos de los pájaros que, poco a poco, despertaban para dar la bienvenida a un nuevo día. Nadie movía un músculo, absolutamente nadie. Lúne e Ichiro intercambiaron miradas interrogatorias, y lo mismo hicieron Anie y Yume, mientras que Nuán permanecía quieto, como una estatua, ante la espesura de las ramas que se abrazaban entre sí, mecidas levemente por el viento.

-¿Y si se trata de una trampa? - se atrevió a susurrar Ichiro, mirando de reojo a Elrick, el cual prefirió mantenerse en silencio, a la espera. Lo cierto es que, cada cierto tiempo, acariciaba el mango de su espadón, envainado en su espalda.

Se debía encontrar ya a menos de un centenar de pasos. Era un caminar pesado, de grandes zancadas que recordaban al tic-tac de un reloj mientras que, curiosamente, se escuchaba también otro ruído, más rápido, como si fueran otros pasos. ¿Qué significaba aquello?
Más y más cerca, suspense. Una espera interminable. Una espera más larga que aquellas últimas cinco horas. Y, por fin, una silueta arrancada gracias a la luz de la hoguera, una silueta gruesa y grande que, de repente, se dividió en otra más delgada y pequeña que se separó de ésta.
Y por fin, salió a la luz el misterio del nuevo Viajero. Por fin alcanzó el claro.

Elrick, Hanuil e Ichiro se quedaron helados, en silencio, petrificados. No daban crédito a lo que veían, tenía que tratarse de un sueño, de una visión, de un espejismo.

-¡Pero qué bienvenida es esta! - exclamó un gordísimo Lorilei, alzando una piel con vino dentro - ¡Cuánta maravilla, cuánta alegría recorre mi corazón!

Tras él apareció un niño de cabellos azules, con la mirada posada en el suelo, las mejillas enrojecidas. Y sus ojos se posaron en Ichiro.

-¡Rí...Rívon!

Ichiro no podía dar crédito a lo que tenía ante sus ojos. No cesaba de parpadear constantemente, como si quisiera cercionarse de que aquello, efectivamente, se trataba de algo real. Al contrario de lo que había creído, lo único que sintió en aquel momento fue una gran culpabilidad, mezclada por la sorpresa que le había producido la aparición de su mejor amigo.

-¿C...cómo has podido encontrarme? - dijo la feérica, acercándose a él a pequeños pasos, inseguros, los ojos bien abiertos y desencajados.

Rívon alzó una ceja y puso los brazos en jarras.

-¿Ésta es la reacción que tienes al verme de nuevo? He cruzado a esta dimensión para encontrarte, para devolverte con tu familia - la cogió de los hombros y la miró con profundidad - En Húgaldic todos están preocupados por ti.

De repente, en los ojos de Ichiro desapareció todo brillo, toda luz que antaño los había iluminado con gran claridad. El Sol empezaba a aparecer por el Este, filtrándose de forma fantasmal entre las ramas de los árboles mientras, por contra, su rostro se oscurecía.

-¡Dale una tregua al pobre Rívon! - intervino Lorilei, acariciándose la barriga y manteniendo su sonrisa jovial - Le encontré vagando, famélico, en las tierras yermas de alrededor del acceso al pueblo de los Viajeros. Yo me llamo Lorilei - se combó en una exagerada reverencia - Viajero y a vuestro servicio.

-No necesito que nadie me venga a buscar para volver con mi familia - le miró con los ojos encendidos de odio - ¡Ya soy suficientemente mayor como para saber con quien voy y hacia dónde voy! Y yo... - al cabo de un instante se dio cuenta que había hablado sin pensar - Yo aprecio, de veras, que te hayas preocupado por ti. Pero yo...no quiero volver.

Un silencio tenso se propagó en el ambiente, haciendo que incluso la hoguera pareciera fría como el hielo. Rívon bajó los ojos y se encorvó, hasta que parecía que estaba a un solo instante de llorar.

-Por cierto, Hanuil - Lorilei se acercó a él con grandes zancadas hasta colocarse a muy poca distancia de él, con una sonrisa pícara - Tengo un asunto pendiente contigo.

Sin mediar una palabra más, Lorilei le propinó un sonoro puñetazo en la nariz al rubio Viajero hasta el punto de tumbarlo en la hierba cuan largo era. Luego se sopló el puño, satisfecho.

-Ahora estamos en paz.

-¡Pero qué diablos...! - Hanuil se palpó la nariz, la cual sangraba abundantemente, reabriendo la herida que le había hecho Lyr unos días atrás con otro puñetazo.

Elrick estalló en carcajadas, él solo, pues Lyr estaba más pendiente en qué sucedía entre Rívon e Ichiro que en todo lo demás. No existía nada más para él. El resto, simplemente, abrió la boca con asombro.

-Daros un abrazo y asunto concluido. Somos Viajeros y debemos permanecer juntos - Elrick se enjuagó las lágrimas de la risa y agarró a ambos por la espalda - Todos hemos cometido errores.

-¡No voy a darle un abrazo a alguien que me acaba de romper la nariz!

Hanuil se marchó al bosque con paso rápido y desapareció durante un tiempo, entre las risas de Lorilei y Elrick. Mientras tanto, Lyr permanecía meditabundo, observando a Rívon.

-Si de verdad quieres a Ichiro, lo que deberías hacer es aceptar sus deseos y actuar en consecuencia - se acercó a él, con el semblante sombrío y sus ojos brillantes - De lo contrario, vuelve por dónde has venido.

Rívon titubeó unos segundos, hasta que reaccionó y se encaró a él, con el ceño fruncido y el rostro rojizo.

-No sé quien eres, pero hablas como si conocieras a Ichiro de toda la vida. Y yo...soy su mejor amigo. Sé lo que a ella le conviene mejor que nadie.

-¿Ah sí? - Ichiro se entrepuso entre los dos, los brazos en jarra - Ilumíname.

-¡Basta! - gritó Elrick, con un tono de voz grave y altivo que no admitía réplica - Rívon...¿Aceptas que Ichiro no quiera volver a casa, y quiera seguir siendo una Viajera?

El joven feérico se quedó silencioso, sus ojos como si fueran dos piedras de azabache. Se sentía cómo si todo aquel viaje, todo aquel sufrimiento, hubiera sido en vano. Todo en vano. Se sentía como un juguete en manos del destino. Tragó saliva, y permaneció en silencio.

-Ichiro vendrá con nosotros - añadió Elrick, mirando las estrellas con ojos fríos, indescifrables - Si es que quiere seguir siendo una Viajera, por supuesto.

La joven feérica miró a Lyr con ojos desesperados, tratando de buscar ayuda en ellos. Pero él no encontró palabras en aquel momento. No encontró la ayuda que esperaba poder proporcionarle. Solamente esperaba. Esperaba una reacción de ella.

Una reacción que nunca iba a llegar.

-Yo...yo quiero seguir siendo una Viajera. Pero...quiero irme con él. No podría seguir viviendo sin él.

Rívon alzó una ceja, interrogativo.

-¿Quien es él? ¿Es este chico? - combó la cabeza hacia Lyr.

Yume desvió la mirada, tratando de desentenderse de la escena, mientras que Anie se reunía con ella y le pasaba un brazo alrededor de su espalda. Tampoco dijeron nada. Se mantuvieron en silencio.

Ichiro se puso a llorar.

-Iré con ella, dondequiera que vaya. E iré con los feéricos - se dijo a sí mismo Rívon.

La joven feérica se dirigió hacia Lyr y cayó sobre su pecho, derrumbándose, y dejando su pecho repleto de lágrimas de una despedida inminente.

-Lo siento...lo siento...

-No te preocupes, Ichiro - Lyr le acarició los cabellos azules con dulzura y sonrió afablemente - Te entiendo. Y te quiero.

El corazón de Lyr estaba inundado, inundado de lágrimas de rabia y de impotencia.