Saturday, April 9, 2011

Refugiados (Incompleto)

Una plaza empedrada: sobre los restos de unos tenderetes de mercado los niños, risueños y vociferantes, peleaban con espadas y escudos de madera mientras los adultos iban de aquí para allá montados en carros, a caballo o andando alrededor de las pavimentadas calles rodeadas de casas bajas y jardines asilvestrados. La mayoría de hombres y mujeres iban armados con todo tipo de armas y, muchos de ellos, conservaban, en sus ropas y piel, restos de sangre de recientes combates. También se veían numerosos lisiados transportados en carretas o ayudándose con bastones para caminar. En los cruces de las confluidas calles se amontonaban los músicos, alrededor de los cuales se agolpaba una multitud enfervecida por las historias que contaban los juglares.

Yume cerró los ojos y respiró profundamente, sentada en una silla delante de la ventana. Olía a carne asada desde alguna de las muchas chimeneas de las que salía un humo lánguido y grisáceo. Sin embargo, otro olor a veces se abría paso entre el fuerte aroma de comida del mediodía, un hedor familiar, reciente, demasiado reciente: el olor a sangre y a muerte. Aquí y allá, si afinaba bien la vista, podía observar cómo algunas casas habían sufrido incendios y también podía ver restos de sangre oscura alrededor de las calles. Más allá no podía ver más, puesto que la posada a la cuál le habían llevado Lyr y Anie se hallaba justo en el centro del pueblo y su campo de visión estaba limitado.


Según le habían contado, una vez se había desmayado, ambos se la habían llevado en brazos, turnándose entre los dos, y, por un golpe de suerte, habían encontrado este pueblo confinado entre dos grandes florestas en la falda de una montaña. Era, según le habían dicho, un pueblo de rebeldes que habían mantenido a ralla a la Órden de Wail con éxito. Los Lamat, por otra parte, eran una seria amenaza y cada día tenían que lidiar con ataques que casi siempre se saldaban con algunos muertos. A pesar de ello, habían conseguido mantenerles fuera del perímetro del pueblo gracias a una serie de trampas y a una gran cantidad de puestos de vigilancia en lo alto de los árboles.

Sin duda, se trataba de una gente muy fuerte y resistente. No obstante, observando la alegría y la calma que se respiraba en la plaza y en las calles colindantes, era difícil imaginarse furiosos combates y aguerridos soldados expulsando a monstruos feéricos. Aquella vitalidad la sorprendía y aquellos jardines la maravillaban, los cantos de los pájaros haciéndose oir entre el murmullo de la muchedumbre.


Trató de levantarse pero, al segundo siguiente, sintió una aguda y desagradable punzada en el vientre. Sí, el médico le había dicho de tomar un descanso puesto que, pese a qué la herida era superficial, parte del músculo se había desgarrado y necesitaba tiempo para cicatrizar. Suspiró, molesta, y se llevó una mano en la frente. Lyr y Anie habían bajado al pueblo para ir en busca de unas hierbas relajantes para el dolor, así que debía sentirse agradecida.

Pero era tan aburrido permanecer ahí sola, sin nadie alrededor, escuchando el rápido y joven latir del pueblo...

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El puerto fluvial de Narmes, separado del pueblo por una muralla para evitar posibles saqueos, era mucho más grande de lo qué habían imaginado. Los muelles estaban atestados de marineros, soldados, comerciantes y familias de todas las clases, bajando y subiendo de los navíos que estaban amarrados. En medio de aquel bullicio en el qué se mezclaban gritos de niños, canciones para amenizar el trabajo y airadas conversaciones entre vendedores y compradores, Anie y Lyr podían distinguir sin esfuerzo a los refugiados provinentes de Firya, casi todos ataviados con la ropa que estaba de moda en la ciudad: vestidos de seda sencillos y elegantes, de colores vivos. Pero no solamente aquello les diferenciaba. Sus rostros estaban cabizbajos, posados en el suelo, y apenas hablaban entre sí. Los niños se apretaban contra las faldas de sus madres, asustados, sin sus padres a su alrededor, seguramente caídos en la batalla contra Wail y los Lamat. Los hombres que habían logrado escapar de aquel infierno, en su mayoría presentaban heridas de diversa consideración. En uno de los numerosos almacenes en dónde se aprovisionaba normalmente la mercancía que provenía del río, se había instalado un refugio para ellos aunque, a decir verdad, apenas ya quedaba sitio para aquella marea de desamparados. No había rastro de casas propiamente dichas.

-Vaya... esto sí que no me lo esperaba - dijo Anie, deteniéndose para observar aquel espectáculo en todo su esplendor - ¿Por qué nos habrán enviado aquí para comprar las hierbas? Mucha de esta gente las necesitará.

-No lo sé. Pero será tan fácil encontrarlas como hacer llorar a un Lamat después de recitarle un poema de amor - ironizó Lyr, que se rascaba su larga cabellera, desconcertado - Nunca me imaginé que en este puerto fueran a parar tal cantidad de refugiados de Firya. Yo ni siquiera conocía de su existencia.

-Pues ya somos dos - suspiró la joven - No me explico cómo una aldea tan pequeña ha podido mantener a raya tanto a la poderosa Wail como a los Lamat. Si estas gentes son tan valientes y aguerridas, deberían escribir historias sobre ello.

Ambos siguieron caminando hacia los abarrotados tenderetes de los vendedores, que contenían productos frescos que los comerciantes les habían traído desde los muelles. Pero, como era de esperar, no consiguieron más que estresarse en medio de aquel caos de refugiados y de aldeanos que venían a comprar sus víveres, muchos de ellos desesperados y con urgente necesidad de obtenerlos.


Finalmente, todo lo que pudieron obtener fue algo de carne conservada en sal y tres panes redondos. Aunque tuvieran alimento de sobra en la posada, nunca estaba de más ser precavidos.

Rendidos y sin aliento después de recorrer todo el puerto, terminaron entrando en la única taberna del puerto, la cual se hallaba junto a uno de aquellos almacenes. Era de madera, pequeña y sucia, sin ninguna decoración visible. Habían quitado todas las mesas y, por toda la estancia, se sentaba una gran cantidad de gente, vociferante y ruidosa, bebiendo, comiendo y, algunos, peleando a mano desnuda. No era precisamente un lugar acogedor.

-¿Y si volvemos a la posada? - propuso Lyr con el ceño fruncido, visiblemente hastiado por aquella ingente multitud.

-Lo siento, pero necesito un trago. Además... - Anie miró hacia ambos lados, analizando a los presentes con una mirada penetrante - Quizá podamos escuchar algunas cosas que nos sirvan de provecho. Quién sabe.

Lyr esbozó una sonrisa, desdibujada por el cansancio.

-Te veo cambiada.

Anie se encogió de hombros.

-Nunca me había enfrentado a situaciones tan extremas. Quizá había cosas en mi interior que ni yo misma conocía y, empujadas por los acontecimientos, han salido a la luz.

-Quizá.

Después de mucho tiempo esperando que alguien se marchara de la taberna, pudieron por fin sentarse en el sucio e irregular suelo, ambos apretados el uno junto al otro, puesto que aquello estaba tan lleno que ya era casi imposible caminar a través de la estancia. El camarero, el cual momentos antes se había visto obligado a pedirle a dos soldados que no dejaran entrar a nadie más en el recinto, les trajo las dos pintas de cerveza turbia que habían pedido y, por fin, a pesar del insoportable ruido que les rodeaba en todas direcciones, del calor y del penetrante hedor a alcohol y a sudor, Anie y Lyr se sintieron aliviados, recuperando el resuello poco a poco.


Ambos estuvieron un rato en silencio, observando a los refugiados que se apretaban en aquel sitio: hombres lisiados, niños huérfanos, mujeres acosadas por borrachos que trataban de parecer dignas, a pesar de sus rostros descompuestos, etc.

Lyr, ya con la pinta a medias, fue el primero en hablar.

-Narmes ha sido un interesante hallazgo. Si encontramos más pueblos como este yendo hacia el norte, tendremos menos problemas para abrirnos paso hacia Ilmaren sin sufrir tantos contratiempos - dio otro sorbo a su cerveza y frunció el ceño, pensativo - Saber que no todo está arrasado por las llamas y convertido en cenizas no es una mala señal. Además, gracias a ello sabemos que Wail no es invencible.

Anie sonrió, divertida. Hacía tiempo que no bebía alcohol y sentía como un reconfortante calor se le había aposentado en el pecho y en el rostro.

-A ti también te veo cambiado.

Lyr alzó una ceja, clavando sus ojos en los de ella.

-¿Ah si?

-Hasta hace poco siempre te veía como el típico niño arrogante que solo piensa en sí mismo. Como alguien que cree ser un líder pero que no sabe qué hacer ni hacia dónde ir.

-Gracias, ya me imaginaba que no me tenías un excesivo aprecio - sonrió.

La joven bebió también de su pinta mientras trataba de estirar algo sus piernas, en aquél sitio tan angosto y repleto.

-No me malinterpretes, no es que de repente me haya dado cuenta que vales la pena - entornó los ojos hacia un lado, ligeramente ruborizada - Sino que, simplemente, he descubierto que no eres tan idiota como pensaba.

Lyr empezaba a sentir que se divertía con lo que decía la joven y empezó a olvidarse de aquel sofocante ambiente que le rodeaba. Clavó su codo sobre su rodilla y apoyó su mano derecha en la barbilla, mirando a Anie fijamente, sin pestañear, con sus penetrantes ojos grises.

-¿Desde cuándo piensas eso? Es simple curiosidad, tranquila.

Anie sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo desde los pies hasta la cabeza. La miraba de forma demasiado directa y sentía como si estuviera escudriñando en su interior. Aquello la sacaba de quicio.

-¡Basta! - dirigió su puño hacia el brazo del joven, pero este terminó casi muriendo en intensidad, hasta casi resultar una caricia - ¿Qué coño haces mirándome de esa forma? ¡Ni que hubiera dicho algo trascendental!

Lyr aflojó en intensidad su mirada, como si unas cortinas de seda transparentes se hubieran colocado ante sus ventanales grisáceos, y se echó hacia atrás, entre risas.


En verdad, desde que habían huido de Firya, la opinión que tenía sobre Lyr había cambiado de forma bastante drástica. ¿Por qué hasta aquel punto le había odiado tanto? Trataba de recordar la primera vez en qué le conoció. Fue justo después que él y Yume habían empezado a salir. Él había estado a punto de agredirla, rodeando sus manos en el cuello de su mejor amiga, entrando en una especie de trance que ahora, después de lo qué le había sucedido a Yume, le parecía muy familiar. Él aseguraba que Agros le había estado manipulando para que entrara en esos trances de locura, pero...¿Por qué motivo? ¿Y por qué motivo a Yume le había pasado lo mismo? Eran demasiadas preguntas sin respuesta.

-Siempre he querido preguntarte una cosa - espetó, tratando de recuperar con una mirada resuelta la dignidad que había perdido sonrojándose de aquella forma tan ridícula. Aunque se sentía ligera como una pluma, trató de mostrarse con todo su aplomo - ¿Por qué luchaste junto a Agros? ¿Fue también obra de un conjuro?

Lyr cerró los ojos, suavizando su sonrisa, y dirigió su rostro hacia el techo de la taberna.

-Quizá yo mismo lo elegí. Aún no estoy seguro - hizo una larga pausa, durante la cual Anie, por primera vez, se sintió realmente abrumada por la intensidad del semblante del joven, por su misteriosa quietud que a la vez hervía en su interior. Era una sensación extraña. Anie había tenido siempre un sexto sentido para reconocer los pensamientos de los demás, y, sin embargo, en aquellos momentos se sentía desconcertada.

-Lo único que sé - prosiguió, abriendo los ojos y mirando hacia ninguna parte - es que no quiero culpar a nadie de mis propias acciones. Los conjuros, simplemente, potencian lo que late en tu interior. Sucedió lo que tenía que suceder.

En aquellos momentos, una partida de soldados había irrumpido en el local para echar a unos borrachos que habían llegado a las manos y habían causado un gran alboroto al caer sobre otros presentes. Si no se hubieran presentado los guardias, quizá les habrían linchado. Otro borracho más alegre y desenfadado pidió silencio y luego, a pesar de que nadie callara, empezó a entonar una divertida canción con voz rasgada y desafinada. La mitad de los presentes corearon el estribillo con él, mientras que la otra mitad, los refugiados procedentes de Firya, se mantenían en silencio, mirándose entre ellos con cierta incomodidad.

-Unos con la sangre hirviendo por haber estado en el fragor de la batalla y haber salido victoriosos - dijo Anie, con voz algo melancólica, mirando de reojo a Lyr - Y otros que ya lo han perdido todo y ya no les importa nada de lo que suceda - clavó sus ojos en el suelo, sin prestar atención a las encendidas palmas y a los vítores que se sucedían a su alrededor - Ya no tienen nada que perder, pero tampoco nada que ganar.

Lyr cargó su pipa con tranquilidad mientras escuchaba atentamente las palabras de la joven. Poco después, en silencio, la encendió y dio unas cuantas bocanadas en medio de aquel cargado ambiente. Era una situación extraña y agobiante pero, pesar de todo, aquella canción le encendía y le aligeraba el corazón. Sintió deseos de unirse a aquel coro, pero en el rostro de Anie vio una sombra muy espesa que parecía brotar desde su interior.

-Hablas como si conocieras muy bien esa sensación.

Los ojos de Anie parecieron resplandecer levemente bajo la tenue luz de las lámparas de aceite que colgaban alrededor de la taberna. Desde que la conocía, a pesar de haberla visto llorar ante Yume justo cuando ésta se había despertado, no la había visto con una expresión tan femenina. En aquel momento no trataba de esconder sus sentimientos y tampoco disimulaba su vulnerabilidad ante aquel tema. Abrió los labios, pero de ellos no salió ningún sonido reconocible. Parecía estar sufriendo, por dentro, la puñalada siempre inesperada de unos recuerdos que no quería que salieran a la luz. Pero él no dijo nada. Esperó.

En aquel mismo instante, alguien empezó a rasgar una guitarra, afinándola usando diferentes escalas cromáticas. Una voz que a Lyr le resultaba levemente familiar se abrió paso a través del caos de conversaciones que, como una marea destructiva, barría la taberna entre gritos, amenazas y risas. Aquellos ojos verdes, risueños y algo maliciosos, que resplandecían con intensidad bajo las ténues luces de aceite que colgaban, tambaleantes...
Anie le había reconocido al instante.

Se trataba de Evans.

-Esta es una canción que he compuesto durante la travesía en barco desde la antaño bella, salvaje y dorada Firya, que ahora no es más que la parodia de un recuerdo - decía con tono quizá demasiado afectado y teatral, mientras ladeaba su cabeza de un lado a otro - Pero, pese a todo, la música...

-¡Cierra el pico y toca de una jodida vez! - exclamó uno de los presentes, con el puño apretado y dirigido hacia él, mientras otros ya hacían ademán de lanzarse sobre él y de quitarle la guitarra a la fuerza. Evans, al notar la difícil situación en la qué estaba, sin más dilación colocó sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra formando un acorde, y con su otra mano la rasgó con suavidad y gracia.

(insertar canción ofensiva, humorística e inapropiada para los habitantes y público de Narmes, de ritmo rápido y desenfadado)

El público empezó a proferir improperios, insultos y amenazas, no solamente hacia el insensato Evans, sino hacia el resto de refugiados que provenían de Firya. Poco a poco, empezaron a lloverle sobre el joven restos de comida y alguna que otra silla que esquivó por muy poco con un rápido movimiento.

-Deberíamos habérnoslo cargado en Firya cuando tuvimos la oportunidad - espetó Lyr, llevándose una mano en la frente, los ojos en blanco.

-Aún estamos a tiempo

Anie apretaba los puños, el ceño fruncido, asesinando a Evans con la mirada. Su mirada desafiante había mudado a una que recordaba a un animal herido y asustado tratando de buscar una salida en un túnel atestado de depredadores. Los guardas hacían lo posible para que un grupo de hombres musculosos y borrachos (presumiblemente guerreros) se abalanzaran sobre él y así le convirtieran en una papilla de carne y sesos. Mientras tanto, en otro rincón de la taberna se habían desatado varias peleas entre gentes de Firya y de Narmes. Lyr y Anie mantenían sus manos sobre sus empuñaduras.

La puerta del local se abrió con un fuerte golpe sordo, haciendo que momentáneamente todas las miradas se dirigieran hacia aquel punto y reinara un silencio artificioso e incómodo. Una adolescente vestida con ropas elegantes y oscuras entró con los puños cerrados y el paso acelerado, dirigiéndose directamente hacia Evans, el cual permanecía aún en el mismo sitio, guitarra en mano, y temblando como un ratoncito que se halla a merced de unas águilas hambrientas.

Evans abrió los ojos, iluminándose su rostro, y extendió sus brazos sin soltar la guitarra.

-¡Lily! ¡Gracias al Ensueño! ¡Diles a esta gente que soy inocente, que soy muy buen chico! Que...¡Que puedo serles de ayuda contra los enem...!

La chica, con un rápido movimiento, le propinó a Evans un fuerte y certero puñetazo justo a la altura de su barbilla, tumbándole al instante y haciendo que la guitarra también cayera al suelo con un gran estruendo de notas disonantes. El silencio se prolongó unos segundos más, durante los cuales solamente se podía escuchar los quejidos de dolor del joven, al cual le sangraba la barbilla.

-¡Recoge tu guitarra y arrastra tu sucio culo fuera de aquí! - exclamó Lily, los brazos en jarras - Nos vamos.

Evans, a trancas y barrancas, siguió a la joven ligeramente encorvado y con la mirada fija en el suelo. Y, entonces, todos estallaron en carcajadas y aplausos, todos menos Lyr y Anie que seguían atónitos ante la surreal escena que habían presenciado. Una vez Lily abrió la puerta para marcharse seguida por su compañero, ésta dirigió una mirada penetrante y algo cansada hacia los dos aventureros y les hizo un ademán con la mano para que la siguieran. Ambos se miraron, interrogativos.

-¿Qué mosca le ha picado?

-No lo sé - replicó Anie, encogiéndose de hombros - Pero empiezo a estar agobiada aquí dentro. No estaría mal salir a tomar un poco el aire.

-Estoy totalmente de acuerdo.

Sintiendo cómo todas las miradas se dirigían a ellos por todos los lados, los jóvenes salieron de la taberna tras Lily y Evans, los cuales ya se encontraban esperándoles en el callejón contiguo del local, la primera con los brazos cruzados, visiblemente contrariada, y el segundo con la mirada aún posada en el suelo, apoyándose en su guitarra a la cual se le habían saltado dos cuerdas por la caída que había sufrido.
Al ver que ni Lily ni Evans empezaban a hablar y parecía que no tenían intención de hacerlo, Lyr y Anie empezaron a impacientarse y se miraron ambos con una ceja levantada.
Finalmente, fue el miembro de Varmal quien rompió el incómodo silencio que había nacido entre los cuatro.

-¿Nos hemos visto antes? - apareció su característica media sonrisa - Me suenan vuestros rostros, y ningún recuerdo agradable los acompaña, me temo.

Mientras Evans no parecía reaccionar (se ve que lo de su fallida actuación había sido un golpe muy duro para él, más que el que le había dado su amiga), a Lyr le pareció ver un amago de rubor en las mejillas de Lily, y un destello de ira nadando en un mar de dudas, bien adentro de sus pupilas.

Carraspeó, llevándose recatadamente una mano en su boca de piñón, mirando a Lyr por encima del hombro.

-No tengo tiempo para seguir tu juego, de hecho, dada la situación en qué nos hallamos, prefiero ser lo más directa posible - le echó una fulminante mirada de reojo a Evans y prosiguió, clavando esta vez sus inquisitivos ojos en los del miembro de Varmal - Supongo que sabrás que en Firya existían ciertos...rumores sobre tu persona.

Lyr se limitó a encogerse de hombros, exhortándola con la mirada para que siguiera.

-Desde el día que te vimos con aquella feérica, también imaginarás que se formaron nuevos rumores. Además, usando aquellos poderes... - los ojos de Lily resplandecieron.

Anie miró primero a la chica que acababa de hablar y, luego, se giró hacia Lyr tratando de no echarse a reir a carcajadas.

-Me pregunto si a Ichiro le gustaría que siguieras con este juego.

El joven, sin previo aviso, desvió la mirada y pareció que sus ojos se ensombrecieran con una rapidez inaudita. Luego se recompuso volviendo a componer un rostro casi pétreo y miró a Lily directamente a los ojos.

-Si te refieres a aquella noche, no, esos no eran mis poderes. Soy un ser humano normal y corriente - cruzó los brazos, haciendo un barrido con su mirada entre Lily y Evans - Os recomendaría que no os separarais demasiado del resto de refugiados. Nosotros nos dirigimos hacia un lugar diferente que no os conscierne.

Anie suspiró, llevándose una mano a la frente y negando con la cabeza.

Entonces, Evans, que hasta ahora se había mantenido al margen después de la humillación que había sufrido en la taberna, se encaminó hacia el miembro de Varmal, con semblante grave, sus rubios cabellos cayendo inhertes sobre sus mejillas.
Se detuvo delante de él, a dos palmos de su rostro.

-Lily, Lloyd y yo hemos perdido todo lo que teníamos. Todos nuestros familiares han desaparecido y seguramente estén muertos - se encogió de hombros, sonriendo con sarcasmo - ¿Y qué nos queda? ¿Huir para siempre? No, eso es imposible, algún día a los refugiados también les llegará la hora. ¡Maldita sea! - le agarró del cuello de la túnica, sus ojos ardiendo en un verde fuego - ¡¿Qué harías tu en nuestra situación?! ¿Huir, también?

Lyr desvió algo la mirada. No se había esperado aquel furioso ímpetu del joven. Además, sus palabras le habían abierto una herida que siempre quería tener lo más tapada posible. Observó el lugar dónde se hallaba Lily: se había girado hacia la pared y, observando el movimiento rítmico de sus hombros, estaba sollozando. Anie le había pasado una mano por el hombro y, en su rostro, se observaba que hacía unos esfuerzos titánicos por no derrumbarse ella también.
Antes que Lyr se deshiciera de la mano que le sujetaba el cuello de la túnica, Evans la apartó con suavidad y suspiró profundamente, cerrando los ojos.

-¿Cómo te llamabas? - preguntó Lyr, con voz aterciopelada, mientras se recomponía el cuello de la túnica.

-Evans - abrió sus intensos ojos verdes, revelando una renovada y fresca sonrisa.

-Evans, hay demasiadas cosas sobre mí, sobre nosotros - dio un pequeño vistazo a Anie, la cual aún trataba de consolar a Lily, en vano - que no sabes. De hecho, ni siquiera nosotros sabemos apenas nada. Pero hacia dónde nos dirigimos...puede ser un viaje sin retorno. No quiero dar más problemas a más gente - se llevó una mano a sus oscuros cabellos, y cerró los ojos - Ya he tenido suficiente.

-Oye, que por mí no te preocupes - el joven rubio* se echó hacia atrás sus cabellos - El peligro y las aventuras son mi especialidad. De hecho, se de una canción que reza...

-¿Sabes usar algún arma? - le interrumpió Anie bruscamente, habiendo comprobado que Lily ya se encontraba mejor.

-¡Las palabras son mi mejor arma, mi preciosa damisela! - hizó ademán de besarle la mano, pero ella la retiró con un rápido e instintivo movimiento.

-¿Qué vas a hacer, tocar la guitarra y cantar a la primera damisela Lamat que se te ponga delante? - Anie compuso una sonrisa retorcida - Te aseguro que le vas a gustar tanto que te va a hincar el diente. De eso no tengas ninguna duda.

Lily, que disimuladamente se había secado las lágrimas con su blusa de encaje, se llevó una mano a la boca y acalló una risita casi inaudible.

-Todo se puede aprender. En varios días puedo ser un maestro de la espada - giró la cabeza con orgullo, los ojos cerrados e hinchando el pecho.

Anie, acto seguido, se dirigió hacia dónde se encontraba Lyr y le dio una suave patada en la pantorrilla. Sus ojos estaban entrecerrados y clavados en él, y su cuerpo arqueado, como una gata que está apunto de caer sobre su presa.

-Y tú no vuelvas a dejar entrever que somos un estorbo y una carga. "Ya he tenido suficiente" - le imitó, con voz afectada y lastimera - Porque tuvieras la suerte de salvarme el culo, eso no quiere decir que seas mejor que yo con la espada. Recuerda que tenemos un duelo pendiente - suspiró, satisfecha, viendo cómo había dejado al joven algo descolocado. Luego volvió al lado de Lily, la cual apenas podía disimular la sonrisa que se le había dibujado en los labios - Lily, al final tu y yo tendremos que cuidar de todos, ya verás.

Evans se precipitó sobre Anie y le agarró ambas manos, visiblemente exaltado y al borde de las lágrimas.

-¡Esto es un sí! ¿Verdad?

La joven hizo primero ademán de apartar las manos de las suyas, pero al ver la emoción que invadía el rostro de Evans, desistió con un suspiro alargado. Por primera vez reparó en lo penetrantes que eran aquellos ojos verdes, tanto, que tuvo que desviar la mirada hacia Lyr, sintiéndose algo incómoda.

-Cuántos más seamos mejor, digo yo.

-¿Por qué me miras a mí? - preguntó Lyr, encogiéndose de hombros - Precisamente es el número lo que me molesta: cuánto más seamos, más la atención llamaremos. No me opongo a llevarlos con nosotros una temporada, sin embargo, si hubiera dependido de mí, y más teniendo en cuenta que no saben usar armas...

-Yo sí se defenderme, y bastante bien por cierto - le interrumpió Lily, recobrando su actitud desafiante y altiva.

Los tres se giraron hacia ella, sorprendidos.

-¿Qué ocurre? ¿No me imagináis blandiendo un arma?

-Más bien, no te imagino ensuciándote las manos con una - Evans parpadeó varias veces, sin creerse aún lo que acababa de escuchar.

Haciendo caso omiso de sus palabras, Lily se echó hacia atrás sus cabellos del color del azabache y se plantó delante de Lyr, poniendo los brazos en jarras. Volvía a tener aquella aura de niña de familia bien que, por un increíble azar, había terminado en un grupo de plebeyos como aquel. No había ni rastro de las lágrimas que había derramado pocos minutos antes, como si con su férrea voluntad las hubiera eliminado sin dejar una sola huella.

-Sé usar todo tipo de arcos: de corto, medio y de largo alcance. También soy diestra en el manejo de cuchillos y dagas. Puedo ser de una utilidad inestimable para el grupo.

Sus ojos eran felinos, de color intensamente dorado, algo que Lyr nunca había visto antes. Al principio se quedó paralizado, hipnotizado por ellos, por lo que apenas podía recordar el contenido de lo qué le había dicho. Hasta que un firme puñetazo en el antebrazo le despertó de su extraño ensueño.

-¡¿Pero se puede saber qué te ocurre, Lyr?! - Anie se colocó entre los dos, los brazos cruzados y el ceño fruncido - ¡Te están hablando!

Lyr parpadeó varias veces, como si le hubieran despertado de un tumultuoso sueño. Luego, cuando se dio cuenta de lo qué había sucedido, se llevó una mano a la boca y simuló un ligero carraspeo. En verdad, desde hacía unos diez minutos se sentía como flotando por encima de su propio mundo, como si hubiera perdido súbitamente el rumbo.

-Perdona, es que toda esta situación me ha trastornado un poco más de lo trastornado que ya estoy de por sí... - no, aquella opresión casi insoportable que sentía en el estómago no tenía nada que ver con ninguna situación - Pero saber que podemos contar en nuestras filas con alguien que sabe defenderse, me tranquiliza. Lily...¿Tienes algún arma contigo, o deberíamos conseguirte una?

La joven se dirigió con tranquilidad hacia dónde se encontraba Evans y, con un rápido movimiento de muñeca, se sacó un pequeño y afilado cuchillo de la manga de su vestido y lo colocó justo sobre la nuez de su amigo, rozándosela. Éste se estremeció, lanzando un agudo grito que hizo que algunos marineros se alarmaran y detuvieran sus quehaceres en el Puerto.

-¡Oh, tranquilos! Solamente le estoy enseñando algunas técnicas de combate - se excusó ella, con una inocente sonrisa, sin bajar el cuchillo del cuello de Evans. Los marineros, entonces, se miraron unos a otros, se encogieron de hombros y, entre algunas carcajadas, siguieron con su trabajo.

-Vaya...gracias por usarme como un burdo muñeco de combate - protestó Evans, tratando de disimular su voz quebrada por el miedo y la sorpresa - Ehm...¿Serías tan amable de bajar esa cosa mortal de mi cuello? Gracias.

Lyr alzó las cejas, también sorprendido por la rapidez y la limpieza de aquel ataque. Luego asintió, pensativo, llevándose una mano a la barbilla.

-¿Qué opinas, Anie? ¿Nos llevamos a Lily con nosotros y dejamos a este fardo de Evans atrás? - en sus ojos resplandeció algo de malicia divertida.

-¡Oye! ¡¿Cómo que fardo...?! - sus ojos brillaban, como si estuviera apunto de llorar, como a un niño al qué le han robado sus dulces.

-Ppppfff...haz el favor de no poner esa cara - Anie se llevó una mano al pecho y la otra en la boca, tratando de acallar una sonora carcajada.

-¡¿Por qué?! - el rubio acercó su rostro al suyo, con los mismos ojos aguados y el ceño fruncido - Yo, el más inteligente, el más sensible, el más valiente; siendo ninguneado desde que empecé a tocar en la posada hasta ahora. ¿Qué diablos os pasa? Oh sí, ya sé qué os pasa. Tenéis envidia. ¡Envidia!

Las carcajadas de todos (menos las de él) se extendieron como una marea por el puerto, como un alegre trueno que pregoniza una tormenta de excitación y de inusitadas consecuencias.

Sin apenas darse cuenta, el grupo había crecido de forma inesperada, con esa maravillosa y terrible intuición que solamente se tiene en los viajes más peligrosos. Y es que la camarería es como un bálsamo de la qué no se conocen sus propiedades curativas...hasta que se tiene una herida.